De entrada, me pareció que el texto era un broma de mal gusto, pero lo acompañaba la foto de un grupo de hombres que sostenía la tubería en cuestión efectivamente carcomida.
Más adelante, el texto hablaba de que el descubrimiento había servido para deducir que en esta universidad (una de las más caras de México, sólo para gente “bien”), la bulimia era el pan nuestro de cada día.
Eso era todo lo que exponía la nota. No había una propuesta de autoridad alguna para hacer una campaña en contra de la bulimia, no había una auténtica actitud de sorpresa ante el hecho de que cientos de mujeres jóvenes estuviera recurriendo a esta práctica para mantener un estándar de belleza y tampoco estaban las declaraciones de las estudiantes de la universidad en cuestión lamentando que los desórdenes alimenticios fueran uno de los demonios de esta época.
Eso sí, el director de cine Simón Bross fue de los pocos que utilizó la anécdota muchos años después para su película Malos Hábitos. Pero en el primer momento la reacción fue tibia.
Recordé entonces mis años de secundaria, cuando fui al Museo de las Culturas de la Ciudad de México, y me quedé sorprendida ante un minúsculo zapatito que guardaba un pie de barro completamente deforme y que dolía de sólo verlo.
A su lado, un pequeño cartelito rezaba, palabras más, palabras menos: “en la antigua China, era sinónimo de belleza una mujer con los pies pequeños. Por tanto, desde niñas, las mujeres chinas forzaban los huesos de sus pies utilizando zapatos de tallas mucho menores que las suyas”.
Parece, reflexioné, que la mujer de todos los tiempos se ha tenido que ver forzada a martirizar su cuerpo sólo para estar a la altura de lo que pide la sociedad, de lo que piden los hombres. Qué pena que a los hombres no les dé por pedir también mujeres que lean, inteligentes, preparadas y que se preocupen por algo más que por embellecer el cascarón. Imagino que entonces la sociedad sería distinta.
Poco después, otra vez en el periódico, me encontré con la nota de una exposición que traería a México, entre otras lindezas, una enorme pesera llena de vómito de bulímicas. Al parecer, el artista en cuestión pretendía que por medio del asco la gente reflexionara sobre este mal. Ignoro si logró su cometido, pero su trabajo no pasó de ser una mera anécdota.
Me pregunté entonces de quién era la culpa de que la bulimia y la anorexia estuvieran azotando al mundo de esa manera. “De los medios”, había oído decir alguna vez, “que son los que presentan mujeres esqueléticas en sus portadas y que hacen que las niñas quieran convertirse en eso”.
Bueno, me dije como buena periodista, los medios no presentan sino lo que hay, pero asumo que esta frase puede tener razón.
“La culpa es de las modelos y artistas que se presentan al mundo con esos cuerpos”, escuché decir en otra ocasión, pero también pensé que esas mujeres aparecían con esos cuerpos siguiendo un dictado general Y lo mismo pasaba con la infinidad de productos que se ofrecen para bajar de peso: son respuesta a una demanda.
Entonces concluí (y se los cuento sin la intención de vender una verdad absoluta, sino para exponerles mi punto de vista), que como muchos otros problemas del mundo, el de la anorexia y la bulimia es un mal que inicia en la casa, con madres que exigen a sus hijas verse delgadas a costa de lo que sea y para sentir un mal entendido orgullo sobre la belleza de su niñas.
También, por supuesto, favorecen el problema los hombres que no hacen otra cosa que hablar de lo bien que se ve la artista de moda (basten como ejemplo los casos de dos de los símbolos sexuales de esta época: Angelina Jolie y Jessica Alba), o bien, que chulean al esqueleto que va pasando por la calle, sin pensar en la repercusión que sus palabras tienen en las integrantes del sexo femenino.
Porque a pesar de que no lo crean, hombres de la audiencia, sus palabras sí tienen efecto. Hace algunos años, en una redacción me tocó trabajar con una jovencita que recién entraba al mundo de las anoréxicas. Ya era flaca, muy flaca, y seguía comiendo ensaladas y cereal como todo alimento. Entonces le pregunté ¿por qué quieres bajar de peso? “Es que a los hombres no les gustan las mujeres gordas”, me contestó. Afortunadamente, la chica logró ser salvada por sus padres, pero ignoro si sigue teniendo la misma idea en torno al pensamiento masculino.
De cualquier manera, en estos días he comprobado que es difícil sustraerse de esta tendencia hacía el cuidado enfermizo de las calorías. Es casi imposible dejar de comer para estar hecha un esqueleto y encajar con nuestras pequeñas sociedades. Yo ya estoy en mi régimen de hambre, aun cuando no hace mucho me sentía bien, saludable. Si en el proceso caigo en la anorexia, no se preocupen, al fin no acaba siendo sino una mera anécdota que quizá será relatada más adelante en la nota no muy grande y no muy propositiva de un periódico.