sábado, julio 24, 2010

Redes sociales. Lado B


Le entré a Facebook hace casi tres años. No puedo decir que la motivación haya sido buena: Quería tener en la mira a una mujer que me estaba causando problemas por aquellos entonces y ésta me pareció una buena manera de conseguirlo.
La cosa es que, al final, ni le seguí la pista a la peladita aquella que me estaba robando el sueño y en cambio me convertí en una adicta a esta red social. La posibilidad de hablar con todos mis amigos diariamente, sin tener que despegarme de la pantalla de la computadora, me pareció simplemente maravillosa.
Después, descubrí que, además, en las redes sociales circulaba la información importante casi, casi en tiempo real, sobre todo cuando (como me sucede a mí) se tienen tantos amigos trabajando en los medios de comunicación; así que bastaba que me instalara todos los días en Facebook para saber lo que estaba pasando en el mundo y después buscar en las ediciones impresas de los periódicos para “completar la nota”.
Al cabo de un tiempo, yo era experta feisbuquera. Había localizado a todos mis amigos de la infancia, de la adolescencia, de la vida adulta, e incluso había conocido nuevos y muy interesantes. En mi lista de contactos convivían con total armonía mis mejores amigas de la niñez, las de la adolescencia y la carrera con mis jefes, alumnos, subalternos, escritores, actores, familiares cercanos y lejanos.
Hace pocas semanas le entré a Twitter. Aún no le encuentro el encanto de Facebook, pero ahí sigo, insistiendo.
El caso es que hoy por hoy, he llegado a la conclusión de que, como todo, las redes sociales tienen su lado B.
De entrada, aunque muchos sostengan que en este tipo de sitios nos creamos una imagen agradable para mostrar a los demás, a la larga nuestros demonios acaban saliendo a la luz.
Como sucede en el matrimonio y otros espacios de convivencia, es imposible sostener la imagen de que uno vive feliz el 100 por ciento del tiempo.
¿Quién no ha puesto en un estado de Facebook o Twitter que se levantó de malas, que el jefe es un imbécil, que el mundo está para llorar, que la crisis nos tiene hundidos, que quisiera huir del mundo y refugiarse en una isla a causa del dolor, la decepción o el coraje?
¡Imposible evitarlo!
Lo peor es que estos sentimientos se contagian, y hay días en que el ánimo depresivo en las redes llega a tal punto que prácticamente se podría tocar si uno acercara la mano a la computadora.
Y eso sin contar a los amigos que son depresivos o malhumorados de origen y para los cuales absolutamente todo lo que ocurre alrededor es un motivo de queja, enojo o tristeza.
Pero además de tener que lidiar con los estados de ánimo ajenos, en Facebook y Twitter tiene uno que pisar de puntillas en lo que a ideologías políticas y religiosas se refiere.
Ahí descubre uno de qué pie cojea cada quien. Aquellos que uno creía completamente liberales, de pronto se descubren como conservadores; los que uno creía ateos o católicos resulta que son seguidores de una doctrina new age; los que uno pensaba que serían defensores de la igualdad, resulta que tienen algún tipo de prejuicio racista o clasista.
Por tanto, escribir en un estado una frase tan inocente como “me molesta que hayan decidido poner un semáforo en la esquina de mi casa” puede ser el detonador de una batalla campal, donde unos defiendan al gobierno de la ciudad que tomó la decisión de instalar el semáforo, otros digan que los del gobierno son unos estúpidos y uno se encuentre de pronto en medio de las balas tratando de calmar los ánimos.
Yo por eso he llegado al punto de evitar todo tipo de alusiones políticas y religiosas en mis estados, aunque no falta que alguien encuentre en mis dichos algún motivo para lanzarse a la discusión abierta, y entonces no hay más que apechugar y entrarle a la discusión.
Caso similar sucede con el futbol, los espectáculos y otras formas de entretenimiento. En el pasado Mundial de Sudáfrica, por ejemplo, se me ocurrió expresar que no me gusta el futbol. Todavía no había apretado a la tecla para que mi comentario apareciera en Facebook cuando ya tenía una larga lista de comentarios a favor y en contra.
Lo peor es que este comentario hizo que, por días, algunos de mis amigos, fanáticos de este deporte, enfriaran su relación conmigo; así que ahora, entre los temas intocables para mí, también están las críticas a cualquier deporte y al entretenimiento en general.
Por otro lado, está el problema de la “información en tiempo real”, que alguna vez me pareció una de las mejores virtudes de Facebook y Twitter.
¿Por qué digo que es un problema? Porque a veces el hecho de que todos nos consideremos a nosotros mismos “informadores” nos hace esparcir rumores infundados, difamar a personajes públicos, unirnos a campañas de linchamiento virtual y propagar pánicos innecesarios.
Y bueno, eso no estaría tan mal si no fuera porque hay quien afirma (y lo he oído tal cual) que las redes sociales están próximas a sustituir a medios de comunicación como los periódicos, la televisión y el radio.
Para mí, sin embargo, las redes sociales pueden ser un buen principio para enterarnos de lo que pasa en el mundo, pero sólo podrán ser complemento de los medios oficiales, nunca sus sustitutos. ¿Por qué? Porque en las redes sociales la información se transmite de persona a persona, como chisme, como rumor, pero nunca con el rigor periodístico que debe acompañar a la difusión de una noticia.
Habrá quien discuta mi opinión con el argumento de que hoy por hoy casi todos los medios de comunicación oficiales tienen páginas en Facebook y Twitter, y por supuesto que su presencia ayuda a aclarar la información que nos llega. Sin embargo, insisto, redes sociales y periódicos, televisión y radio seguirán complementándose unos a otros como lo hacen ahora, pero nada más.
Pero el lado oscuro más acentuado que he encontrado en las redes sociales, es que no nos permiten la posibilidad de evasión.
En tiempos como los que corren en México, diariamente leo alguno de mis amigos con un dejo de desesperación en su mensaje: por las balaceras que suceden a lo largo y ancho del país a plena luz del día, por la falta de dinero, por la pérdida del trabajo, por la desesperación que les provoca esta caída libre en la que estamos inmersos.
Y son noticias como éstas, repetidas un día tras otro, lo que hace que muchos feisbuqueros y twitteros tomen de repente la decisión de alejarse un poco de las redes sociales, para evadirse un rato, para dejar que el alma y el cerebro descansen… para reencontrarse a sí mismos.
Porque las redes sociales nos permiten abrazar diariamente a nuestros seres queridos, aunque sea de manera virtual, pero también nos hacen enfrentarnos a la realidad, con toda su crudeza, a través de ellos.
Punto aparte, hay quien ve como un lado B de las redes sociales el hecho de que la gente interactúe a través de una computadora; se cree que, en términos generales, los humanos de hoy estamos evitando a toda costa, el encuentro persona a persona.
Sin embargo, yo no lo veo así; por el contrario, nunca había visto tantas reuniones de reencuentro entre viejos amigos de la primaria, de la secundaria, de la prepa, del trabajo, como he visto a partir de que Facebook y Twitter se volvieron populares.
De hecho, y a pesar de que este texto habla del lado B de las redes sociales, considero que éstas tienen más pros que contras: nos permiten la cercanía con todos nuestros seres queridos en un mundo donde las distancias y los ritmos vertiginosos nos hacían estar cada vez más alejados; nos dan un espacio para expresarnos; nos regalan momentos muy divertidos y nos permiten conocer y crecer a través de lo que piensan los demás.
A pesar de los pesares, yo sigo siendo fan de las redes sociales… ¿y ustedes?