miércoles, marzo 28, 2007

Se escuchan penas

En realidad, la idea no es mía. La leí hace un par de meses en la novela Vivir la Vida de Sara Sefchovich.
Resulta que Susana, la protagonista, es una mujer que va viviendo la vida casi por accidente y decide poner el letrero en la puerta de su edificio: “Se escuchan penas y pesares, departamento tres a”.
Cuando leí esta parte del libro me hipnotizó, no sólo por la originalidad de una idea como ésta, sino porque pensé que sería buen negocio el de escuchar penas.
De hecho, yo a menudo me topo con gente que apenas conozco y que decide abrirme su corazón y desahogarse conmigo.
Sin ir más lejos, el día de hoy me sucedió, cuando ya había escrito los primeros párrafos de este texto.
Me subí a un taxi a la carrera e inicié la típica conversación impersonal con el conductor sobre el clima, los hijos, la gripa. De pronto, sin que me diera cuenta, la plática dio un giro y me descubrí escuchando los problemas del taxista con su esposa.
Me contaba que su mujer había anunciado que se iría de la casa porque no estaba de acuerdo en que él ayudara a una de sus hijas que tenía problemas de dinero. Se sentía injustamente acusado, pues él lo único que quería era ser un buen padre.
Yo lo escuchaba en silencio y asentía lo suficiente para que se diera cuenta que le estaba prestando atención, pero en un punto de su plática me di cuenta que en realidad el taxista estaba hablando para sí mismo y que yo sólo había servido de pretexto para su desahogo.
Fue tan emotivo su monólogo que hubo un momento en que noté como al hombre se le quebraba la voz y le corrían las lágrimas por el rostro.
Al bajarme del taxi, él se disculpó por haberme contado su historia, pero yo le dije lo que suelo pensar en estos casos “todos necesitamos desahogarnos de vez en cuando”. A cambio, él me devolvió una sonrisa y un “Dios la bendiga”, y yo le regresé las mismas palabras con toda la sinceridad de mi corazón.
Escenas como ésta me pasan a menudo.
De hecho, una amiga fotógrafa decía que yo era especialista en hacer llorar a mis entrevistados cuando era reportera. Pero puedo decir en mi defensa que yo les hacía una pregunta cualquiera y eran ellos los que decidían abrir su corazón.
El caso es que he comprobado que las penas vienen en frascos de todos tamaños y en una gama variadísima de colores. Las hay grandes, medianas y pequeñas, lo mismo por la pérdida de un amor o un ser querido que por la enfermedad de un pariente, la situación económica o los conflictos de trabajo.
Sin embargo, este sentimiento nos es común a todos, y para cada cual, su pena es única y tan válida como todas las del mundo.
He comprobado que cuando alguien cuenta una pena, no hay palabra de aliento que valga, no sirve de nada animarlo con frasecillas hechas. En casos así, es más valioso el silencio, unos oídos atentos y unas manos dispuestas a una caricia en caso necesario.
Por supuesto, hay quien es adicto a la pena, y ningún exceso es bueno, ya lo sabemos. ¿Pero acaso es malo sentir pena cuando algo nos pasa? ¿Se vale pretender que la vida sólo son momentos felices? ¿No es mejor abrazar la pena y después dejarla ir?
En fin, que después de toda la reflexión surgida a partir de Vivir la Vida, de Sara Sefchovich, decidí que seguiré teniendo oídos atentos a los corazones atribulados. Aunque eso de cobrar, como que se me hizo un poco descabellado.
Así que, “Se escuchan penas y pesares. Zona Infinita”.


jueves, marzo 22, 2007

El meme de las rarezas

Mi querida maestra Feri me encomendó la tarea de responder a un meme, y como la quiero mucho y siempre fui una alumna responsable, vine inmediatamente a cumplirlo.
Además, en estos días las musas andan de vacaciones y esto me da un excelente motivo para escribir.
Bueno, ahora tenemos que responder cuáles son nuestras “rarezas” o “particularidades”.
Tarea difícil, sin duda, porque si soy honesta, yo soy una rareza en mí misma.
Pero bueno, veamos algunas de mis particularidades:

* No puedo irme a dormir si no he verificado dos o tres veces que la estufa está bien apagada. Esto se volvió una verdadera obsesión, tras el fallecimiento de una querida amiga y su familia a causa de una fuga de gas.

* Tengo el vicio de tomar café, pero aunque quienes me conocen creen que bebo litros y litros de esta bebida al día, la verdad es que no tomo más de tres tazas. Lo que pasa es que me sirvo un café por la mañana, pero sólo es la mitad de la taza y además le voy dando sorbitos poco a poco durante horas. Es tanto el tiempo que dejo pasar entre que me preparo un café y termino de tomarlo que me lo acabo bebiendo totalmente frío.

* Me gusta mucho bailar, pero cada vez soporto menos las fiestas y menos si hay mucho alcohol de por medio. (No se confundan, no soy abstemia, simplemente que a veces siento que el clima se enrarece con el alcohol).

* No me gusta oír sonar el teléfono. No sé bien qué me produce, pero siempre me pone nerviosa. Claro, una vez que contesto, trato de que el que llama no note el malestar.

* Pongo unos ojos de toro loco cuando alguien me interrumpe mientras estoy escribiendo.

* Cuando voy a un restaurante, no soporto a la gente que platica demasiado fuerte o ríe a carcajadas.

* Me provocan malestar los tumultos.

* Le tengo aversión a los insectos, especialmente a las arañas grandes y he llegado a pegar de gritos cuando me aparece una por sorpresa. De hecho, creo que fue una de ellas la que aceleró mi primer parto.

* No me gusta ir al dentista ni visitar al médico.

* Cuando riego las plantas, les platico.

* No puedo dormir si no lo hago recostada sobre mi lado derecho.

* Me incomoda cuando alguien me dice que soy bonita porque no me lo creo y pienso que es una broma.

* No me caen bien los hombres que se las dan de galanes.

* Siempre que me dan regalos me quedo con la sensación de que no los merecía. Definitivamente me gusta más dar que recibir.

* Cuando he tenido que ir a un funeral, siempre me siento fuera de lugar porque no encuentro palabras para consolar a los dolientes.

* El agua es un placer para mí, ya sea como bebida, cuando me baño o en una alberca.

* Hablo dormida, y siempre incoherencias.

* No puedo trabajar con música.

* No me gusta dejar un libro a medias ni estar leyendo varios al mismo tiempo.

* Me encantan los chocolates y si son semi amargos, mucho mejor.

* Me fascinan los juguetes. Si pudiera, tendría un cuarto lleno de ellos, especialmente de muñecas.

* También me gustan los zapatos. Si fuera millonaria, los tendría todos.

* A diferencia de muchas mujeres que se fijan en los hombres por su torso, su rostro, su brazos, su voz, yo en lo que me fijo es en las manos masculinas. ¡Es casi un fetiche! Me gustan las que son grandes y varoniles.

* No puedo dormir sin leer un rato.

* Me cuesta trabajo separarme de mi esposo, así sea cuando tenemos que cumplir obligaciones. Sin embargo, estoy trabajando para que se me quite esta dependencia, sobre todo ahora que está viajando mucho.

* Me enoja la gente que no hace su trabajo con alegría.

* Escribo mejor cuando estoy deprimida.

* Puedo doblar mis dedos hacia atrás (bueno, no totalmente pero sí anormalmente), como si fueran de hule.

* Tengo una rutina nocturna peculiar: Ver un poco de televisión, charlar con mi marido, leer el Tarot y el I Ching, leer un libro y ¡a dormir!

* Soy un vampiro, funciono mejor de noche que de día.

Y ya, ahí le dejo, hay más, pero creo que es muy pronto para que se den cuenta que soy o un fenómeno o una verdadera loca.

De hecho, para que comprueben que sí tengo zafado un tornillo, cierro este texto con mi última rareza.

* Entre mis canciones favoritas, hay varias que aluden al tema de la locura: Cartón Piedra, de Joan Manuel Serrat, Balada para un Loco, de Piazzola, A la Sombra de Un León, de Joaquín Sabina, en fin… loca soy, pero eso sí, muy feliz.

Y bueno, les dejo el meme a toda lista de Amigos Infinitos. Si tienen tiempo y ganas, adelante, pero sí no, que sea como ya lo dijo Feri, sin compromisos.

lunes, marzo 19, 2007

Qué bella es la vida

¿Qué significarán estas imágenes?

Mis hipótesis:
A) En realidad, mis hombres y yo fuimos una familia de osos polares en otra vida.
B) Tenemos espíritu de osos polares en casa.
C) La vida nos da siempre ocasión para recordar que formamos parte del maravilloso reino animal y para recuperar la humildad al saber que sólo somos una elemento más del universo.

En fin, de cualquier manera, son dos imágenes que me parecieron hermosas, y quise compartirlas, porque son descubrimientos como éste los que me hacen saber que soy una mujer muy afortunada.


Espacio sin límite para conocer

Como saben los visitantes de este espacio, la lista Amigos Infinitos está dedicada a todos aquellos blogs que, en mi humilde opinión, merecen ser leídos, ya sea por los temas que tratan o por la forma en que éstos son abordados.
Son, además, mis sitios favoritos, a los que acudo sistemáticamente y que me parecen ampliamente recomendables.
En esta ocasión, acabo de incluir un link especial para mí. Se trata de Espacio sin Límite, que es un blog de reciente factura, pero con mucho camino por delante.
El autor es Adrián Colín, mexicano y periodista como yo, a quien además le guardo un afecto muy especial, no sólo por ser la pareja de mi mamá desde hace 18 años, sino porque he aprendido a quererlo por su actitud siempre amable, solidaria y cariñosa.
Adrián es poseedor de una mentalidad abierta, ágil y progresista que seguramente nos regalará los más variados y ricos textos.
Yo los invito a todos a que se den una vuelta, estoy segura que no se arrepentirán. Sólo denle click al link que dice Adrián, México, ¡y listo!

Le regalo esta foto de Adrián, mi mami y doña Soco, la mamá del nuevo bloggero, para que lo vayan conociendo todos los amigos.

miércoles, marzo 14, 2007

La Mariquita

Tardé un poco, pero por fin lo reconstruí.
Les decía que este es un cuento que mande a un concurso. Se trataba de un certamen que organizó una revista femenina a nivel Latinoamérica y del cual obtuve el lugar número 15.
Pero más allá del premio, lo importante es que este cuento fue motivado por una noticia que leí algún día y me dejo sin dormir las noches siguientes.
La verdad no sé si con la reconstrucción el relato ganó o perdió, ya que, como suele sucederme con mucho de lo que escribo, perdí el orginal.
Sin embargo, me parece una historia conmovedora que siempre vale la pena rescatar.

Nadie supo nunca cuándo ni de dónde vino. Su presencia resultaba tan cotidiana que había quienes pensaban que había estado ahí desde siempre.
No tenía un nombre, al menos no uno oficial, aunque alguien le había llamado alguna vez “La Mariquita” y así era conocida por el barrio.
Su edad era indefinida. Ocho, nueve, diez años, quizá. Era casi imposible adivinar la fecha de su nacimiento y nadie se había tomado la molestia de preguntársela.
Lo cierto es que La Mariquita aparecía por todos los rincones y a toda hora del día. La veían los oficinistas que salían temprano en la mañana hacia el trabajo, las madres y los niños que iban y venían de la escuela, las amas de casa que salían a toda prisa hacia el supermercado, los viejos que gustaban de pasar un rato con sus amigos en el parque.
De baja estatura y extremadamente delgada como era, La Mariquita siempre se veía mucho más pequeña enfundada en aquellos vestidos y suéteres enormes que sacaba de quién sabe dónde.
De los zapatos, ni hablar. Cuando había suerte, traía algún par de dos o tres tallas más grandes que la suya. Cuando no, iba descalza, pisando el pavimento caliente, piedras, basura y cristales rotos sin el menor asomo de dolor.
A veces, La Mariquita aparecía en alguna esquina con una caja de dulces que ofrecía a todo el que pasaba; en otras ocasiones, se la veía con una botella de jabón líquido, dispuesta a dar servicio de limpieza en los parabrisas de los coches, y había días que aparecía sentadita en la banqueta, con el rostro moreno, cansado y sucio, y una mano extendida para pedir limosna.
Cuando corría con suerte, algunos transeúntes le regalaban una moneda, con lo cual acallaban su conciencia y podían seguir tranquilamente con su vida unos días, meses o años más.
Sin embargo, la mayoría de las veces, la gente del barrio pasaba a su lado sin prestarle atención, o bien, la veían a lo lejos y decidían ignorarla una vez que les tocara caminar a su lado.
Nadie reparaba nunca en esos ojillos negros, de mirada opaca, inusuales en una niña tan pequeña; ni en sus diminutas manos cenicientas y llenas de cicatrices, que revelaban un abandono total.
Si la hubieran observado, quizá se habrían dado cuenta que comía sólo cuando podía y que en algunas ocasiones había tenido que recurrir a la inhalación de cemento para mitigar el hambre.
Si se hubieran detenido a hablar con ella, hubieran sabido que su madre drogadicta la había echado de la casa, y sin embargo, La Mariquita regresaba de vez en cuando a darle el producto de su trabajo para que no se muriera de hambre.
Si hubieran querido conocerla, se habrían enterado que dormía donde la agarraba la noche, ya sea en una coladera, debajo de un auto o en el portón de una tienda, y a veces no contaba ni siquiera con viejos periódicos para cubrirse del frío.
Pero nadie tenía tiempo de mirar ese rostro que había perdido la inocencia; la prisa de la ciudad impedía que alguien se detuviera a preguntarle nada o a llamar a las autoridades para exigir la protección de la pequeña desamparada.
Además, todos se habían vuelto lo suficientemente desconfiados como para no contemplar la posibilidad de invitar a La Mariquita a tomar un plato de sopa o a guarecerse en una noche de frío. Mucho menos, claro, a vivir en su casa.
Y sin embargo, ¡qué reacción la que provocó su muerte!
Los vecinos se enteraron temprano por la mañana, cuando la policía se dio cita en el único lote baldío de la zona.
Ahí había aparecido el cuerpo sin vida de La Mariquita, pero los investigadores no acertaban a dar con las razones de su muerte. ¿Hambre?, ¿frío?, ¿estrangulamiento?
Tampoco le veían mucho caso a dedicar tiempo a una niña por la que estaban seguros que nadie levantaría la voz.
Entre la gente del barrio, sin embargo, había una gran conmoción.
“¡Cómo es posible que una niña pierda la vida de esta forma! ¡Qué clase de sociedad es ésta en la que vivimos!”, repetían las vecinas indignadas, e inmediatamente acallaban la voz interna que les gritaba que sí, que aunque ellas no lo quisieran, también eran parte de esa sociedad que criticaban con dedo flamígero.
Algunos emotivos decidieron poner flores en el espacio que dejó el cuerpo inerte de la niña. Otros, decidieron agregar una cruz y un grupo más extendió una petición formal para que la calle donde estaba aquel lote baldío cambiara el nombre para llamarse desde ese momento La Mariquita.
Las autoridades decidieron aceptar ese último tributo, seguros de que era lo único que podían hacer por esa niña cuyo destino final había sido la fosa común.
Sin embargo, el paso de los días, los meses, los años, y la aparición de otras tantas criaturas como ella por los rincones del barrio, cubrieron con el polvo del olvido el recuerdo de La Mariquita.
De hecho, la otra noche, entre un par de amigos que caminaba por las calles del barrio se registró la siguiente conversación.
- Oye, ¿y por qué se llamará Mariquita esta calle, si en esta colonia las avenidas tienen nombres de próceres de la historia mundial?
- Pues quién sabe, tú. Tal vez algún romántico, en un ataque de locura, decidió nombrar esta calle en honor a esos pequeños insectos de color rojo, que son inofensivos y simpáticos, que dicen que te dan mala suerte si los matas, pero a los que muchos les cortan las alas.

domingo, marzo 11, 2007

Y siguen los 52 días...

Paciencia, es una de las principales recomendaciones del I Ching, y siempre pienso que se trata de un arte difícil de cultivar.
Pero ahora me toca a mí pedirle a todos los amigos que hagan uso de ella y no se me desesperen por la lenta caída de textos.
Verán, los 52 días antes de mi cumpleaños me han regalado esta gripa de la que todavía no escapo, un ojo enfermito y muchas cosas qué reorganizar en mi casa y mi vida en general.
Pero yo lo pienso así: Los dos años pasados la vida me dio algunas palizas por aquí y por allá; conocí gente que me dejó un mal sabor de boca y viví momentos difíciles.
Ahora, siento yo, estoy entrando en un proceso de purificación, y cual si fuera una fiebre, mis poros están expulsando todas las toxinas para que el ciclo que venga sea mucho mejor.
(Hey, no se rían por favor de mi teoría, que estoy tratando de ser optimista).
Y bueno, aún así, quiero contarles que estoy recomponiendo un cuento con el que alguna vez gané el lugar 15 en un concurso. Es un cuento triste, así que recomiendo que preparen los pañuelos en lo que regreso.
Trataré de no tardar mucho.
Gracias a todos por el cariño y la paciencia.

jueves, marzo 08, 2007

La historia de Lina

La conocí hace seis años, cuando entró a trabajar conmigo para ayudarme con la limpieza de la casa una vez por semana. Venía muy bien recomendada por un círculo de amigos míos, así que la recibí con confianza y cariño, aunque nunca pensé que se volvería un ser tan entrañable para mí.
La empecé a admirar por el amor con que hacía su trabajo, siempre pendiente de que las cosas quedaran exactamente como yo quería, aun cuando no le pidiera nada en específico.
Después, me asombró saber que, aunque era tan sólo tres años mayor que yo, ya tenía hijos adolescentes por quienes profesaba un amor incondicional.
Sin embargo, no me enteré de su historia hasta un día que decidió abrirme su corazón y contarme que vivía en un matrimonio con un marido que le había llevado dos amantes a la casa, era alcohólico y acostumbraba ser violento con ella y con sus tres hijos.
Cuando me contó su situación, ella estaba empezando a barajar la posibilidad de divorciarse, así que yo, como todas las personas con las que trabajaba, le aconsejé que tomara la decisión de separarse de una vez por todas y le ofrecí mi apoyo.
Como es una mujer humilde, me tocó verla librar la batalla ante los tribunales de justicia que irónicamente acostumbran ser injustos con quien menos tiene. Más de una vez la vi a punto de desistir, pero siempre le ofrecí todos los medios a mi alcance para que continuara en su lucha.
Sin embargo, con el paso del tiempo, me enteré de que ésta era sólo una de las batallas que Lina había librado en su vida.
Nacida en un hogar humilde, su mamá la había dejado al cuidado de su abuela, quien a su vez la puso a trabajar a los cinco años de edad en el servicio doméstico.
Lina, por lo tanto, tuvo una escoba, un cepillo y un trapeador, mucho antes de saber lo que era una muñeca.
Por lógicas razones, ella se casó joven, a los 14 años.
En su matrimonio del que nació una niña y dos varones, nunca tuvo un momento de descanso, porque su marido la hizo trabajar a la par de él desde el principio, no sólo para llevar sustento al hogar y mantener la casa a flote, sino en la construcción de dos casas en las que lo mismo hizo labores de albañilería, que de plomería y electricidad.
Ella lo dice orgullosa: "Para mí no hay días de descanso, porque cuando no trabajo haciendo limpieza de casas, estoy construyendo en mi terreno".
Sin embargo, a pesar de todo, Lina siempre hace todo con alegría y cuenta su historia sin renegar de nada: ni de la madre que la abandono al cuidado de la abuela, ni de la abuela que la hizo trabajar tan pequeñita, ni del marido que le hizo la vida difícil, ni de los hijos a quienes se dedica en cuerpo y alma.
Por el contrario, si bien antes lamentaba que por trabajar desde niña no había podido conocer la playa, estudiar una carrera o esperar más tiempo para casarse, su visión de la vida siempre ha tenido un toque positivo.
De hecho, esa actitud optimista le ha permitido cumplir sueños pendientes como el de conocer Acapulco, ir al teatro, comprarse un coche y concluir su proceso de divorcio.
Además, es una mujer hermosa, que se ve joven y guapa, que se hace querer con facilidad y en quien las amarguras no han dejado huella.
La última batalla de Lina inició hace unos meses, cuando su hija de 22 años le confesó que estaba embarazada de un hombre casado.
Lina, que había tratado de aleccionar a sus hijos para que no cometieran el error de embarcarse en un matrimonio sin amor como el de ella, se sintió decepcionada. Sin embargo, fiel a su actitud de lucha ante la vida, decidió apoyarla sin condiciones.
Para cuando esto pasó, Lina ya no trabajaba conmigo, sino con mi mamá, pero aún seguía viéndola de vez en cuando, así que me tocó oírla hablar, con gran emoción, del próximo nacimiento de su nieta.
A lo largo de la semana pasada, la hija de Lina estuvo en labor de parto. Empezó el lunes, el martes fue hospitalizada pero fue hasta el miércoles que nació la bebé, porque los doctores decidieron no atenderla a tiempo. El problema es que este retraso provocó que la pequeña tragara líquido amniótico, con el peligro de sufrir daño cerebral, por lo que tuvo que ser hospitalizada en cuanto nació.
Mi mamá me cuenta que Lina, que estaba muy molesta, fue a quejarse al hospital por el retraso en la atención de su hija.
La respuesta de los médicos fue: "Debe saber que un parto es muy caro, y a usted le salió gratis porque éste es un hospital público, así que ni se queje".
Lina, acostumbrada a no dejarse vencer por la adversidad, respondió: "Mire, tal vez yo sólo soy una sirvienta y no tengo los estudios que tiene usted, pero lo único que le puedo decir es que yo siempre hago mi trabajo con amor. Usted no puede decir lo mismo".
¿Podría haber un argumento más certero?
Afortunadamente, como suele sucederle a Lina, la batalla terminó con bien, y desde ayer ya tiene a su nieta en los brazos. Una nieta que nació cuando ella no cumple todavía los 40 años. Una nieta por la que todos los que la queremos estamos celebrando con ella.
Yo sé que la historia de cada mujer es diferente, pero personas como Lina me han enseñado una de las grandes virtudes de mi género. Las mujeres difícilmente nos dejamos vencer, siempre luchamos, siempre sacamos el as bajo la manga, tenemos un nivel de tolerancia altísimo y una capacidad de adaptación fuera de serie.
Quise contar esta historia hoy, que es el Día Internacional de la Mujer, para homenajear a todas las heroínas que, como Lina, sortean día con día batallas pequeñas o grandes y aun así conservan la sonrisa, el anhelo y las ganas de seguir en la lucha.
Ya me tocará hablarles más adelante de mi mamá, la mujer más fuerte que conozco.
En tanto, muchas, muchas felicidades a todas y muchas gracias a todos los que nos complementan.

martes, marzo 06, 2007

De mis grandes placeres

Uno de mis grandes placeres son ustedes, los amigos que he hecho a través de esta Zona Infinita, como mi querida Ixa, Carlos, El Poeta, mi amigo anónimo, Boris, en fin, todos los que me orientaron para resolver el problema que tenía con el blog.
Deben saber que les hice caso y me di cuenta que sí, el canijo sistema me tendió una trampa, todo con el fin de que bajara el famoso Mozilla Firefox. Sin embargo, con tal de estar aquí con ustedes, bien valió la pena caer en la treta.
Bueno, verán, en estos días he estado de enfermera del Ghost Boy y su hermanito, así que mis neuronas andan concentradas en a qué hora dar los medicamentos, cómo hacer para bajar la fiebre y demás.
Por ello les había preparado un texto ligero sobre otro de mis placeres. Aquí se los dejo.

Debo decir que en cuanto a pasatiempos soy una mujer muy aburrida. Conozco a quienes se apasionan con la colección de los más diversos objetos, desde discos e historietas hasta monedas, llaves, cerillos y un sinfín de monerías. Hay otros más que son declarados fanáticos de la música, el cine o los videojuegos y aparte de tener un amplio archivo del tema de su interés, hablan de él tan apasionadamente que no puedo evitar sentir admiración y en algunos casos un poco de envidia.
“A mí me gusta bailar y leer”, respondo automáticamente siempre que me preguntan cuál es mi “hobbie”. Pero la verdad, ni siquiera en estos dos temas puedo considerarme una experta como tanta gente que tengo el privilegio de conocer.
El caso es que, aunque nunca la menciono por cotidiana, cocinar es una tarea que sí me apasiona.
Creo que el amor por esta actividad me llegó por herencia directa de mi mamá, que también siente la misma inclinación, aunque lo he ido perfeccionando a lo largo de mi vida.
De niña, recuerdo que jugaba, como muchas, a los pasteles y los guisos imaginarios, y por supuesto, entre mis juguetes preferidos se encontraba un refrigerador y una estufa (que sí enfriaban y calentaban un poco) y mi dotación de mini enseres de cocina.

Pero mis primeros acercamientos reales a la tarea de cocinar se los debo a mi mamá, que en la infancia me dejaba experimentar a su lado con pasteles de todos los sabores posibles, desde vainilla y chocolate hasta plátano y mamey. También a Chepina Peralta, una señora que aparecía en la tele preparando y dando recetas de cocina y cuyo programa se encontraba entre mis favoritos junto con las caricaturas, para asombro de todas mis pequeñas amigas de aquel entonces.
Después, cuando entré a cursar la secundaria, decidí estudiar el taller de cocina, a pesar de las protestas de mi mamá que anhelaba que yo entrara al taller de belleza para que aprendiera a maquillarme, peinarme y arreglarme como Dios manda. (Imagínense cómo me veía)
En el taller de cocina, tenía yo una maestra muy severa que siempre me decía, “ay, Del Río, Del Río, usted cocina delicioso, pero sus presentaciones siempre dejan mucho que desear”.
Porque han de saber que sí, me han alabado el sabor de mi comida muchas veces, a pesar de que en ocasiones el aspecto que presentan mis platillos esté años luz de las fotos que aparecen en los libros de cocina.
El caso es que ahora, si bien es una tarea que tengo que hacer diariamente, cocinar sigue siendo una de mis pasiones, un pasatiempo al que me dedicó en cuerpo y alma, no como una actividad pesada y obligatoria sino como un verdadero placer.
Cuando estoy en la cocina, me siento en mi espacio y antes de empezar el gran concierto que para mí supone hacer la comida, sigo siempre el mismo ritual: Procuro que todas las zonas estén limpias, y tener a mano todo lo necesario para preparar las recetas, tanto ingredientes como utensilios.
Después, empiezo paso por paso, primero lavo lo que haya que lavar, pico y licuo aquello que lo requiera, y entonces sí, una vez que todo está listo, llega mi proceso favorito que es mezclar los alimentos y disfrutar con los olores y las sensaciones que me producen al cocinarse.
Mientras estoy en esta tarea, yo procuro concentrar mi atención al 100 por ciento, porque una de las cosas que he aprendido es que la cocina es una amante celosa que castiga la menor distracción.
Uno de los mayores ejemplos del celo de la cocina me sucedió hace algunos años. Preparaba yo lo que en México se conoce como Pan de Muerto, que se prepara para las ofrendas del 2 de noviembre, día de los Fieles Difuntos, y de pronto, sin que me diera cuenta, se apagó el horno.
En vez de seguir la regla que indica que cuando sucede algo así uno debe esperar a que se ventile el área para volver a prender el horno, yo encendí de inmediato el cerillo y provoqué un flamazo y una pequeña explosión.


Siempre bromeo con eso y digo que en lugar de Pan de Muerto yo estaba a punto de preparar pan con muerto.
Afortunadamente, el saldo fue menor: tan sólo un par de mis dedos con quemaduras de segundo grado, pero debo confesar aquí que dejé de usar el horno varios años por temor a repetir la experiencia.
Cocinar también me ha dejado huellas en brazos y manos por quemaduras con aceite y agua que son producto de mis descuidos. Aunque déjenme decirles que estas cicatrices las muestro con orgullo, como un trofeo de las batallas que he vivido en la cocina.
Al preparar los alimentos, la práctica me ha permitido dominar cada vez más todos los aspectos e incluso experimentar en un mismo platillo, agregando y quitando especias y condimentos a mi gusto.
Además, siempre estoy en la búsqueda de nuevas y apetitosas recetas, ya sea en libros que compro, en recortes de revistas o pidiéndolas aquí y allá. Una vez que tengo la receta en cuestión procuro prepararla varias veces, porque estoy convencida que, como dice el dicho, "la práctica hace al maestro"
Sin ir más lejos, en estos días he estado trabajando en la hechura de las tortillas de harina que hace mi mamá (que son como las famosas tortillas de maíz con que los mexicanos comemos tacos, pero éstas se hacen con harina de trigo) y con un pastel de chocolate que se prepara en olla exprés.
Y como no puede hablarse de cocina sin compartir una receta (al menos en mi opinión) les dejo aquí la del pastel. Los ingredientes son fáciles de conseguir, la preparación es muy sencilla y queda delicioso. No se pierdan el placer de prepararlo.

PASTEL EN OLLA EXPRÉS (U OLLA DE VAPOR)



Ingredientes:

2 tazas de harina de trigo
2 tazas de azúcar
¾ de taza de aceite vegetal
1 ½ tazas de leche
4 huevos
2 cucharadas de vainilla
4 cucharadas de cocoa en polvo
2 cucharaditas colmadas de polvo para hornear

Preparación
1.- Engrasar y enharinar la olla exprés
2.- Mezclar los ingredientes con batidora o en licuadora.
3.- Verter la mezcla en la olla exprés. Aquí el truco es no hacerlo en directo, sino sobre una cuchara, para permitir que el engrasado y enharinado permanezcan intactos.
4.- Se tapa la olla, pero sin la válvula y se pone a cocer con fuego medio.
5.- Cuando empiece a salir humo y aroma a pastel de la olla, se baja el fuego al mínimo.
6.- El proceso de cocción, desde que se pone la olla al fuego hasta que se termina el pastel, dura 50 minutos.
7.- Una vez listo, decorarlo al gusto.