miércoles, febrero 28, 2007

Los 52 días

Yo no sé bien de dónde vino esta idea, el caso es que mi mamá dice que 52 días antes de cada cumpleaños, uno entra un periodo destructivo, en el que es presa fácil de enfermedades, pequeños obstáculos y problemas de todo tipo. De acuerdo con la autora de mis días, esto tiene que ver con el cierre de un ciclo en la vida.
El caso es que como cada año, a poco más de un mes de mi cumpleaños ya estoy con la gripe de esta temporada y a mi alrededor siento un ambiente turbulento. No sé si la teoría de mi mamá sea cierta, pero me queda claro que esto siempre me pasa un mes y medio antes del 4 de abril. Supongo que el proceso puede deberse a una simple sugestión, o quizá no me lo han detectado, pero soy alérgica a la primavera y/o a los cumpleaños.
Debería ser un aliciente la otra parte de esta hipótesis de los 52 días, que sostiene que pasado el cumpleaños, uno entra en una etapa constructiva, donde la vida le sonríe, la salud parece de hierro y las tormentas quedan atrás. Pero nunca he podido comprobar que así pase, al menos en mi caso, y además no tengo espíritu optimista para estas cosas. ¡Qué se le va a hacer!
Lo cierto es que cumplir los primeros 37 años de mi vida ya es algo inevitable, un hecho que está a la vuelta de la esquina.
No sé ni siquiera cómo me siento. Me miro en el espejo y veo que mi pelo ya peina un lunar de canas. En la calle me dicen señora, un título que me resulta un poco molesto y lo peor es que ni siquiera sé por qué. Volteó hacia atrás y veo que sí, son muchas las anécdotas que he podido acumular, los recuerdos de una vida que he transitado casi sin proponérmelo.
He sido una loca en el mejor sentido de la palabra y me gusta la idea. Me he dado permiso de cantar en el Metro, de posar desnuda para una sesión de fotos, de participar en el papel de prostituta en un cortometraje universitario, de acudir a marchas y mítines, de conocer los extremos de la sociedad, lo mismo los socialité que los espíritus desamparados. He comido y bebido cuanto he querido, he viajado tanto como he podido y he sido congruente con lo que siento y pienso.
He tratado de vivir mi vida por mí, y no pretender que los demás lo hagan. No cargo de culpa a nadie por mis éxitos o fracasos, por mi pobreza o mi riqueza. Tengo más amigos que enemigos, y estos últimos jamás me han quitado el sueño porque son completamente inofensivos. Además, a pesar de los momentos amargos y de mi natural melancolía, me revienta el hígado ser la víctima de la historia, y tengo poca tolerancia a quienes tienen esa actitud de vida.
A estas alturas, creo, debería sentir como muchos que ya me ataca la etapa de la madurez en la vida. Después de todo, ya están a la vuelta de la esquina los temibles 40 y tengo un hijo preadolescente, pero el caso es que me veo al espejo y me siento como una o dos décadas atrás, joven, traviesa, fuerte y sana.
Me sigue gustando ver caricaturas, vestirme con jeans y tenis, disfrutar el placer de un buen helado, bailar en donde me dejen y reírme a tambor batiente.
Los 37 se acercan, sin más, y me suena que es una edad considerable, sin embargo no puedo ponerme seria por más que quiero, caramba.
Así que, como siempre, por lo pronto sólo me dispongo a vivir estos 52 días destructivos, con todo y la gripe y los escollos.

lunes, febrero 26, 2007

Y al final...


Llegó y se fue la 79 entrega del Oscar y yo, como lo anuncié aquí, seguí la transmisión de cabo a rabo.
De entrada, la ceremonia inició con noticias esperanzadoras para los nominados mexicanos: las estatuillas para Mejor Dirección de Arte, Mejor Maquillaje y Mejor Fotografía se quedaron en manos de los paisanos que trabajaron para El Laberinto del Fauno, de Guillermo del Toro.
A mí me dio mucho gusto este hecho, incluso me atreví a brindarles algunos aplausos desde la lejanía, no sólo por su triunfo sino porque ver a compatriotas recibir un reconocimiento de cualquier tipo en el extranjero no es algo a lo que estemos muy acostumbrados los mexicanos.
También aplaudí cuando el argentino Gustavo Santaolalla ganó el Oscar por la banda sonora de Babel, que a decir verdad me pareció muy acertada.
Y hasta ahí quedaron las esperanzas mexicanas. No puedo decir que haya sido sorpresa que no obtuvieran el Oscar ni Babel, ni Alejandro González Iñárritu, Alfonso Cuarón o Adriana Barraza. No es que sea pesimista, pero desde siempre sentí que las posibilidades de triunfo eran escasas.
Además, sería imposible afirmar que fue una injusticia el triunfo de Martin Scorsese y su película Infiltrados, o de la actriz y cantante Jennifer Hudson quien se llevó la estatuilla en lugar de Barraza, por citar algunos ejemplos.
De hecho, el único Oscar que si lamenté que no fuera para México era el más sencillo de todos: Mejor Película Extranjera. En esta categoría estaba nominada El Laberinto del Fauno y de haber ganado, hubiera sido la primera vez que mi país se llevaba esa estatuilla.
Sin embargo, más allá de triunfos y fracasos de los mexicanos, hubo algo que llamó mi atención en esta ceremonia y que tengo que desahogar aquí porque da vueltas y vueltas por mi cabeza.
¿Recuerdan que yo decía que quizá las nominaciones de muchos de mis paisanos podrían ser un guiño para el pueblo de México?
Pues bien, al ver la ceremonia me di cuenta que en realidad el guiño no era para mi país sino para el mundo entero.
Ver la 79 entrega del Oscar fue semejante a escuchar a un niño lanzar el siguiente discurso: “Ya ven que en mi casa todos parecemos malos, y que los vecinos están enojados con nosotros porque somos intrigosos y nos metemos aquí y allá para provocar peleas y para estar presentes hasta en lo que no nos importa. Pero mírenos bien, somos buenas personas, aceptamos a todos por igual, sin importar el color, la nacionalidad, la preferencia sexual. El corazón nos alcanza para todos”.
Me di cuenta de este hecho, porque, como nunca, en esta ceremonia estaban presentes representantes de todas las razas y edades. Entre los nominados había latinoamericanos, asiáticos, negros, blancos, niños, jóvenes y viejos.
Además, la conductora era Ellen DeGeneres, una mujer que ha hablado abiertamente de su condición homosexual, y por si fuera poco, se aprovechó la presencia del Al Gore para tocar insistentemente el tema de las preocupaciones en torno al calentamiento global del mundo, las cuales fueron recreadas a través del documental An Inconvenient Truth, donde aparece este político y ex candidato a la presidencia de Estados Unidos.
Pero no sólo eso, hubo otros hechos inusitados en la ceremonia:
Antes de la entrega del Oscar a la Mejor Película Extranjera, distinción a la que generalmente se le daba el tratamiento de premio menor, se presentó un emotivo video de Giusepe Tornatore en el que se homenajeaba a la cinematografía del mundo a través de las películas de distintos países que se han hecho acreedoras a la estatuilla.
El Oscar para reconocer una trayectoria no fue, como suele ser, para un estadounidense, sino para el italiano Ennio Morricone, autor de la banda sonora de cintas como El Bueno, el Malo y el Feo, Los Intocables y Nuovo Cinema Paradiso.
Y ya para rematar, poco antes de que se entregaran las estatuillas principales para actriz, actor, director y película, se presentó un video sobre películas estadounidenses que mostraban, y en algunos casos criticaban, los verdaderos ángulos del american way of life, con todo y sus guerras y la amalgama de culturas que lo conforman.
El caso es que yo, suspicaz como soy siempre y tras haber estudiado comunicación durante mis años de universidad, sé que no hay mensajes inocentes, lanzados solamente porque sí, y me quedé pensando qué puede haber motivado esta serie de guiños al mundo que quiso lanzar la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Estados Unidos.
¿Será que les empieza a pesar saber que el mundo no siente simpatía por su país? ¿Será remordimiento porque su gobierno mantiene una guerra en Iraq sin fundamentos para ello? ¿Será que de veras se sienten apenados porque los experimentos nucleares de Estados Unidos son la causa principal del calentamiento global y ellos saben que lo sabemos? ¿Será que les pesan las críticas por el trato a los inmigrantes y a otras minorías dentro de su territorio? ¿Será que les enviaron una línea desde el gobierno de Estados Unidos para que dieran este discurso? ¿O será que, en el tenor de lo que comentó mi amigo Fantasma de la Libertad en el post pasado, decidieron darle palmaditas en la espalda al mundo en esta ceremonia para poder olvidarlo en las sucesivas?
No lo sé, y me gustaría mucho que me dieran sus puntos de vista porque después de ayer, tras ver la entrega del Oscar, sólo me quedé con una idea ambigua y simple rondando en mi cabeza:
“A veces debe resultar difícil ser ellos”.

viernes, febrero 23, 2007

Consideraciones del Oscar

Aclaración primera. La mayor parte de mi vida profesional la he dedicado a ser reportera de temas como el cine, la música y la televisión y me casé con otro periodista que se dedica al área del cine, además de ser un fanático confeso de la industria fílmica.
De ahí que para mí y para mi pequeño clan, una ceremonia del Oscar sea tan importante como para otros lo es la final de un Mundial de Futbol.
Generalmente, los días en que se entrega el premio de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, mi marido y yo tratamos de cumplir con todos los pendientes por la mañana, preparar a tiempo una suculenta botana y a eso de las seis de la tarde desconectamos teléfono, ponemos letrero de no molestar en la puerta y nos aplastamos cual largos somos ante al televisor, dispuestos a autorrecetarnos todos los pormenores de la ceremonia: desde los vestidos y peinados que desfilan en la alfombra roja hasta la entrega de cada uno de los premios, por pequeños que sean.
Este año, la entrega del Oscar tiene un significado distinto para nosotros. Después de todo, hay una película, tres directores, una actriz, guionistas y cinefotógrafos mexicanos nominados.
En entrevista con EFE, Alejandro González Iñárritu, realizador de Babel, que es una de las cintas nominadas a Mejor Película, decía que ésta es la primera vez que hay tantas nominaciones al Oscar para personas de un país de habla no inglesa.
Sin embargo, mis sentimientos como mexicana hacia la entrega del Oscar son encontrados.
Les cuento algunas conclusiones:

1.- Lo primero que sentí fue suspicacia. Primero, porque los mexicanos estamos poco acostumbrados al triunfo en certámenes, olimpiadas, mundiales de futbol y entregas de premios.
Pero además hay un antecedente que apuntala mi desconfianza. En 1991, México y Estados Unidos estaban en pláticas para signar el Tratado de Libre Comercio (TLC), pero las negociaciones estaban en el pantano aún, debido a la resistencia de muchos sectores de la sociedad mexicana que sentían que era un acuerdo que no favorecía a mi país en lo absoluto. Entonces, de buenas a primeras, una mexicana, Lupita Jones, gana Miss Universo, en un hecho sin precedentes.
De inmediato, la señorita en cuestión fue rebautizada con el nombre de Miss TLC por sus paisanos, porque el hecho de que hubiera ganado la corona se interpretó como un guiño amistoso de parte de los estadounidenses para lograr mayor simpatía del pueblo de México en las negociaciones y no como el triunfo limpio de una concursante en un certamen de belleza.
Hasta ahora no hay nadie que haya demostrado con pruebas que el famoso guiño realmente existió, pero lo cierto es que desde entonces ninguna otra mexicana ha ganado Miss Universo y se logró la firma del TLC poco después de este “triunfo”.
Ahora, con las nominaciones de tanto mexicano al Oscar me pregunto si Estados Unidos no está queriendo hacer algo similar a lo del 91. Sabedores de que México se ha convertido en una bomba de tiempo, por el descontento que existe entre su población hacia un presidente que llegó al poder de una manera truculenta, los estadounidenses pueden querer distraer la atención de los mexicanos en esta entrega del Oscar y darnos un motivo artificial de unión para que se calmen los ánimos.
Sin embargo, también he pensado que tener esta visión de las cosas resta mérito a los personajes que fueron nominados, como Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki, quienes han recibido reconocimiento en el mundo entero más de una vez y han crecido y dado muestra de sus capacidades a la vista de todos.

2.- De las películas mexicanas nominadas sólo he visto Babel. No puedo decir que es una mala película. De hecho, me gustó en más de un sentido con su mensaje acerca de la incomunicación humana. Me molestó, eso sí, el acto de coquetería de González Iñárritu hacia los gringos, que en su filme quedan como los buenos, los sufridos, muy en la línea del american way of life, pero entiendo que a veces el que paga manda, y fue Estados Unidos y no México quien le proporcionó los recursos para llevar a cabo este proyecto. Tampoco me gustó esta insistencia del director mexicano por unir varias historias con un mismo hilo conductor, porque es lo que hizo también en sus anteriores cintas (21 Gramos y Amores Perros), pero pienso que tal vez no iba a estar conforme hasta que el mundo le aplaudiera este estilo, y como ya lo logró, quizá se aventure por otros caminos narrativos en sus próximos trabajos.





3.- De las otras dos películas de mexicanos nominadas (El Laberinto del Fauno y Niños del Hombre) he oído buenas críticas, pero como no las he visto, sólo puedo decir que le voy mucho más al Fauno de Guillermo del Toro que a la cinta de Alfonso Cuarón, simplemente a la luz de los trabajos anteriores que he visto de ambos realizadores.



4.- Como mexicana, eso sí, me da alegría ver a compatriotas que son reconocidos en un evento de este tipo.
Por supuesto, al contrario de muchos de mis paisanos, no creo que este triunfo “sea de México”, porque son ellos, González Iñárritu, Cuarón, Del Toro, Emmanuel Lubezki, Adriana Barraza, Guillermo Arriaga y demás quienes trabajaron y destacaron y no todo el país.
Además, el hecho de que estos mexicanos hayan tenido que salir al extranjero para triunfar, porque su propia nación no les daba el apoyo que requerían, me hace sentir más tristeza que orgullo.
Sin embargo, el triunfo de mis paisanos me resulta inspirador en muchos sentidos. Porque al igual que yo, estos artistas del cine crecieron en México, estudiaron en México, trabajaron en México, pero no se quedaron con la cultura chata de su país, que los obligaba a una mediocridad por falta de apoyo, sino que tuvieron el valor de romper las fronteras, hacer suyo el mundo y triunfar.
No cabe duda que querer es poder.

Y yo me quedo con este último punto. El próximo domingo, mientras vea el Oscar trataré de no pensar en las suspicacias que me han asaltado y sí disfrutaré el hecho de que por primera vez un evento de este tipo huela a México.

miércoles, febrero 21, 2007

El arte de dejar partir



La Navidad pasada me regalaron la versión del director de Nuovo Cinema Paradiso, una película por la que siempre he sentido una fascinación particular.
En la entrevista que viene como material adicional del DVD, Giusepe Tornatore explica que en realidad esta versión que ahora se ofrece como "del director" es la original del Nuovo Cinema Paradiso y que incluso así fue presentada en un festival europeo. Sin embargo, el cineasta italiano añade que se vio obligado a cortar su propio filme cuando la crítica lo catalogó de excesivamente largo y el público respondió con tibieza ante él.
El caso es que en esta "versión del director" del Nuovo Cinema Paradiso, el romance adolescente entre Salvatore y Elena no se queda en un simple recuerdo que cobra vida cuando "Toto" regresa a su pueblo natal.
Esta vez, los protagonistas se reencuentran por casualidad, cuando ya se han convertido en un hombre y una mujer maduros y con vidas que tomaron caminos muy distantes.
A pesar del paso de los años, Salvatore y Elena se confrontan, se echan en cara el abandono, se dicen el uno al otro que nunca olvidaron aquel romance adolescente, se perdonan, se regalan un último momento de amor, y después, a pesar de las protestas de Toto, los dos personajes se despiden para siempre.
Lo que me sorprendió de esta nueva visión de la película, no fue tanto el reencuentro de la pareja como la valentía que tuvo Elena para tomar la decisión de despedirse para siempre de quien fue su gran amor.
Se utiliza mucho para frasecillas baratas, pero esto de dejar ir a los demás no es cosa sencilla.
Al menos a mí siempre me ha costado lidiar con la idea de separarme de los seres que alguna vez he querido. De niña, por ejemplo, me asaltaban unas terribles pesadillas en las que perdía a mis padres. Más adelante, me costaba trabajo aceptar que algún amigo decidiera dejar de hablarme o que un novio quisiera cortar conmigo. Hasta que un buen día comprendí que había que permitir a los demás hacer ejercicio de su libertad y decidí repetirme a mí misma la frase "déjalo ir" cada vez que me asaltara el dolor por el alejamiento de alguien, ya fuera amigo, amiga, padre, madre, hermano, esposo, hijos.
La tarea no ha sido fácil, pero cada vez me resulta más comprensible cuando alguien decide partir. Sigue doliendo a veces, pero he logrado crear un círculo en el que al dolor sigue un proceso de entendimiento de las razones que tuvo el otro para irse.
Algunos regresan, y entonces me encuentran con los brazos abiertos y sin reproches. De los que no, guardo el recuerdo, aunque eso sí, previamente trato de despojarlo del polvo de rencor, que es tan dañino, y después lo coloco en un cofre especial del que lo saco cuando necesito revivir buenos momentos de mi vida.
Sin embargo, me siguen asombrando personas como Elena, que las hay en la vida real, capaces de entender sin más explicaciones que no se puede pretender que el afecto sea para siempre, que nadie nos pertenece, que no existen los vínculos obligatorios, que siempre será mejor la separación a mantener un lazo insano y que por ello debemos cultivar el difícil arte de dejar partir.
Se dice fácil ¿no?

(Debo confesarles que decidí hablar de este tema porque me interesa, sí, pero también porque quise que fuera un pretexto para regalarles este tema de amor del Nouvo Cinema Paradiso, que a mí siempre me extrae algunas lágrimas. Ojalá lo disfruten)

martes, febrero 20, 2007

Un vicio llamado blog


Bueno, recordarán los amigos de este espacio que hace un par de entregas escribí sobre los workaholic y mencioné, de pasada, que un artículo de Wikipedia consideraba que entre quienes sufrían este trastorno se encontraban los adictos al blog.
Fue entonces que en los comentarios la bella Ferípula me sugirió escribir sobre este tema y de inmediato mi cerebro empezó a buscar la hebra de la madeja para poder abordar el asunto de una manera medianamente inteligente.
De inmediato me dirigí a Wikipedia, segura de que la definición del neologismo blogger no estaría disponible más que en un espacio como éste.
Pues bien, lo primero que encontré es una obviedad: blogger, o bloggero, como le decimos en español, es aquel que sostiene un weblog.
Sin embargo, una vez que di el correspondiente click a la palabra weblog, encontré cosas mucho más interesantes.
De entrada, claro, dice que un blog es un website generado por un usuario, con entradas estilo bitácora, con un orden cronológico invertido y que provee comentarios o noticias sobre un tema particular como puede ser comida, política, noticias locales o diarios personales (nótese lo limitado del asunto, porque si la definición fuera un poco más precisa tendría que hacer una larga lista de etcéteras, ya que éstos son sólo algunos de los muchísimos temas que se tratan en las diferentes páginas).
También se menciona la inclusión de fotografías, video y música como parte de los blog y se explica que la raíz del término proviene de la contracción de las palabras en inglés web y log.
Un poco más adelante, la enciclopedia virtual narra un poco de la historia del blog, a partir del año 1994, y menciona que es Justin Hall, un estudiante de la universidad estadounidense Swarthmore, uno de los precursores de este tipo de espacios.
En este punto, hubo un dato curioso que llamó mi atención como periodista. Wikipedia menciona que en los albores del blog la mayoría de quienes participaban en espacios de este tipo se llamaban a sí mismos periodistas o escribanos. Se me ocurrió que quizá no fuera que se autoproclamaran reporteros, sino que realmente eran profesionales de los medios que se habían sentido cautivados, como yo, por la posibilidad de tener un espacio propio, donde no hubiera limitaciones en cuanto a líneas editoriales.
Por otro lado, pensé que en caso de que los primeros bloggeros no fueran periodistas profesionales, de cualquier manera merecían llamarse así, por ser cronistas de su tiempo como lo son ahora muchos de los que participan en este tipo de ejercicio.
En fin, el caso es que me leí la definición completa, que incluía el desarrollo del blog, pero no encontré ninguna explicación para abordar el tema de la adicción a este tipo de espacios, así que, para no variar, la única forma que hallé para explicar el asunto es mi propia experiencia.
Mi primer contacto con los blog data un par de años atrás y se lo debo a Pablo, un ex alumno que abrió una página para publicar su poesía, y a mi hermano Grimalkin el Bardo, quien instaló su Región 440 tiempo ha; sin embargo, en aquellos entonces, si bien atendí la invitación para asistir a las dos páginas, no me volví fanática del tema.
Fue hasta el año pasado, después de que salí de mi último trabajo de planta, cuando empecé a entrar nuevamente a Región 440. Las primeras veces, y como suele pasarme, me quedé cautivada con el estilo narrativo de mi hermano y a ello atribuí que poco a poco se me fuera haciendo el vicio de entrar sistemáticamente a su página. Después me enteré que también podía entrar a leer lo que escribía mi cuñada, Gaby del Río y el interés creció.
De pronto, descubrí que ya se me había convertido en una blogadicta, porque noche a noche prendía con desesperación la computadora, sólo para verificar si Gaby o Grimalkin habían publicado un texto nuevo.
Así, un buen día, decidí apretar el botoncito que decía Blogger, sólo por la curiosidad de ver cómo era que se abría un espacio de este tipo. Y la curiosidad mató al gato, dice el dicho, así que cuando me di cuenta, ya había abierto Zona Infinita.
Les confieso que de entrada me dio un poco de miedo, porque siempre he sido un tanto indisciplinada para escribir. Pero por otro lado me dije, “este puede ser el motivo que te haga sentarte frente a la computadora sistemáticamente y obligarte a seguir desarrollando el oficio”.
Alguna vez el director de un afamado periódico mexicano me dijo que un estudiante había llegado hasta él pidiéndole que lo dejara escribir. La respuesta del director fue: “¿Quieres escribir? Pues escribe”. Y lo primero que pensé era que mi blog me daría la posibilidad de seguir esta receta. Creo que hasta ahora no me he equivocado y en ese sentido me ha sido de gran utilidad este espacio.
Lo que sí nunca pensé fue que hubiera alguien interesado en leer mis experimentos, y eso ha sido todo un descubrimiento para mí, pues hasta antes de Zona Infinita yo había publicado textos en periódicos y revistas para lectores que yo imaginaba que existían pero que casi nunca respondían a mis escritos.
Sin embargo, no ha sido acumular lectores, sino el deseo de escribir lo que me ha hecho adicta al blog. Además, descubrí un placer del que Grimalkin me había hablado y que he experimentado en carne propia: Una página personal nos da la posibilidad no sólo de hacer un texto sin límite de temas o espacios, sino que podemos editarla, ponerle fotos y agregar todo aquello con que a uno le gustaría aderezarla. Es como tener un periódico o una revista hecha a la medida y eso para mí siempre será un motivo de gozo.
Pero no sólo eso, ahora he desarrollado un vicio alterno, que es el de entrar casi cada noche a recorrer blogs que he ido descubriendo y me gustan por diferentes motivos. Por supuesto, el paseo nocturno inicia siempre con Región 440, bajo la impecable batuta de Grimalkin, Los Textos de Gaby del Río y la página de mi pequeño Ghost Boy, a quien le sigo la pista paso a paso.
Después, una visita que se me ha vuelto placenteramente obligada es al espacio del Fantasma de la Libertad, que siempre me cimbra con la manufactura impecable de sus textos y la profundidad de sus análisis; me doy una vuelta con mi amiga Ilne, y su visión siempre artística de las cosas y visitó más tarde a Isaura, que me asombra por esa mezcla de profundidad y buen humor con que dota a sus textos.
El recorrido prosigue con Boris, y su defensa férrea y sensible de los derechos humanos, me cargo de buenas vibraciones y de energía femenina en los blogs de Feri, Palita y Norka, le doy su visita a mi querida Apologista, y su estilo joven e inteligente de escribir, paso por Tertulias Bohemias para seguir el rumbo de cada texto, y voy descubriendo nuevos espacios que me gustan como los de Gustavo, Carlos, Diego y Cápsula del Tiempo, entre muchos otros.
El caso es que, hoy por hoy, no sé si es escribir o leer lo que me ha recrudecido la adicción por los blogs, pero la tengo.
Lo noto porque después de cenar, cuando ya se fueron mis hijos a dormir y mi esposo disfruta del ratito de silencio que priva en la casa leyendo o viendo la televisión, yo corro a la máquina, cafesito en mano, dispuesta a leer, y a veces a escribir. El caso es que no me puedo ir a la cama sin haber pasado aunque sea un rato conectada al blog.
La verdad es que empiezo a pensar que si sigo así, seré la precursora del primer grupo “blogadictos anónimos” porque me he dado cuenta que cuando estoy paseando por la bloggosfera o inyectando mi Zona Infinita con otros textos, entro en un estado de concentración tal que no me doy cuenta del paso de las horas ni de si explota una bomba a mi lado.
Si eso es ser workaholic, como dice Wikipedia, me confieso culpable.
¿Qué dicen ustedes?

sábado, febrero 17, 2007

El alumbramiento

Abres los ojos por la mañana. Un breve calambre en el vientre te despierta. Aun no puedes identificar si se trata de una contracción. Después de todo, este es tu primer parto.
Decides tomártelo con calma, nueve meses de espera han fortalecido tu capacidad de ser paciente, así que te recuestas nuevamente en la cama, un tanto inquieta, eso sí, porque adivinas que ese puede ser EL día.
Una hora después el dolor se repite, un poco más agudo, un poco más prolongado, lo suficiente para que puedas decirte a ti misma que el proceso ha comenzado.
El doctor te dice que te lo tomes con calma, eres primeriza y tu cuerpo tardará en abrirse por la falta de costumbre en este tipo de menesteres, así que tratas de controlar tus nervios y los de tu esposo y sin prisas empiezas a verificar que todo está listo: la maleta con las pequeñas prendas de vestir, tu ropa para el hospital e incluso una sonaja de plata porque piensas que tu pequeño tendrá deseos de divertirse en sus primeras horas en el mundo.
“Es curioso”, le dices a la personita que pugna por salir de tu vientre, “¿recuerdas que ayer te decía que teníamos que ser fuertes y hábiles, y que debíamos lograr que esto del parto nos saliera bien por aquello de no darle dolores de cabeza a papá? Y mira, ya estamos aquí. No te olvides de lo que te dije, ¿de acuerdo?”.
En medio del baño, nuevamente el dolor te asalta y esta vez te toma por sorpresa, porque ocurrió 45 minutos después del anterior.
Cada vez las contracciones son más claras, así que cuando te da la siguiente tienes que apoyarte en la pared y ensayar las respiraciones que aprendiste para controlar el dolor. La verdad es que no te sirven de mucho, pero al menos te brindan serenidad.
Las horas siguientes las pasas escuchando música suave, la cual te distrae de los dolores que se suceden en lapsos de tiempo cada vez más cortos. No estás sola. A tu lado está una mano fuerte que te apoya, la de aquel que sembró en ti la semilla que hoy dará su fruto. La del amigo que te acompañó paso a paso en todo el proceso de crecimiento de tu hijo. La de tu pareja, a quien tu bebé llamará papá cuando diga sus primeras palabras.
Mientras esperas, tu mente repite las mismas preguntas que te han rondado los últimos meses, ¿Cómo será mi hijo? ¿Cuál será su rostro? ¿Qué verá en mí cuando nuestros ojos se crucen por primera vez? ¿Seré una buena madre?
También piensas en cuánto vas a extrañarlo luego de este día. Después de todo, durante nueve meses fue tu compañero, asistió contigo al trabajo, a conciertos y a reuniones con los amigos. Bailaste con él, le cantaste, le narraste durante muchos días cada uno de los pasos que ibas a dar, le inventaste cuentos y le repetiste hasta el cansancio el amor que estaba creciendo en ti.
Sin embargo, entiendes que ésta es la primera lección de tu vida como mamá. No puedes atarte a tu hijo, y tu vida con él estará llena de constantes separaciones. Cuando decidiste asumir este rol, sabías que tu papel sería construir sus alas para dejarlo volar algún día y éste, al fin y al cabo, es su primer intento de vuelo.
Te instalas en tu cuarto de hospital. Para entonces los dolores son casi insoportables, y se suceden en lapsos de cinco minutos entre uno y otro, pero decides resistir con estoicismo cuando aquellos que te acompañan te platican, sorprendidos, que apenas unos segundos antes de que sientas la contracción, tu vientre ondea, y se nota claramente como tu hijo está haciendo esfuerzos con todo el cuerpo por abrir el canal que le permita salir al mundo.
¿Cómo vas a acobardarte ahora si él está en medio de esa lucha?
Una vez que llegas a la sala de expulsión el dolor se ha vuelto intolerable. Te sujetas al brazo del doctor, del anestesista, del que se acerque. Tienes ganas de morder, de gritar. Pides sedantes y te los inyectan en la espalda; sin embargo, no sientes alivio.
De pronto, notas que un líquido sale por en medio de tus piernas. Te avergüenzas un poco porque a pesar de lo natural del asunto, te das cuenta que hay timideces heredadas de muchas generaciones atrás que han dejado huella en ti.
El doctor grita que ya viene tu hijo. Notas que hay movimiento de todos los que te rodean para cuidar que el alumbramiento salga bien, pero aun así no tienes ni tiempo de detenerte a pensar en lo que está pasando, porque en ese momento unas ganas imperiosas de pujar te asaltan. Te reprimes, te sientes extraña, pero el médico se da cuenta y te indica que pujes con todas tus fuerzas.
Ha llegado el momento, te dices. “Ahora ya no puedo echarme para atrás. Todo depende de la fuerza de mi cuerpo y del de mi hijo, y aun cuando hay tantas personas alrededor, el mundo se ha detenido y sólo depende de nosotros”.
Pujas con todas tus fuerzas, una y otra vez, rogándole a tu pequeño que no detenga la lucha, que siga adelante junto contigo, que tú estás con él tanto como lo estarás en cada paso de su vida.
“¡Ya viene la cabeza!”, oyes decir al doctor. Pero lo escuchas como si hablara a lo lejos. En ese momento, tú sólo estás concentrada en la sensación de que algo, el cuerpo de tu hijo, va transitando poco a poco por el canal que se ha abierto en tus entrañas.
Apenas unos segundos después oyes su llanto. Lo oye también el papá, que en ese preciso instante deja caer una lágrima.
Te habías prometido que no preguntarías si había llegado bien, porque decidiste que lo amarías naciera como naciera. Sin embargo, no puedes evitarlo y lo haces. El doctor responde que está perfecto.
Y sí, te das cuenta que es perfecto cuando lo acercan a tus ojos un poco más tarde. Está lleno de la sangre que quedó después de la batalla, pero crees percibir una ligera sonrisa en sus delicados labios. Te asombras de su belleza, de sus piecitos, sus manitas, de su pequeña nariz, de sus orejitas, y te sientes agradecida por el bello milagro de la vida.
No, no sientes ese instinto maternal instantáneo que habías visto mitificado en tantos y tantos libros y películas. Eso sí, te das cuenta que esa personita que tienes enfrente es tu hijo, te dices que habrá que irlo conociendo poco a poco y estás segura de que será esa interrelación la que fortalecerá tu amor, porque imaginas que será difícil no adorarlo.
Le tomas una manita, y él toma la tuya. En medio del silencio sublime que acompaña a ese gesto, descubres que ambos se están diciendo ¡lo hicimos!, y entonces, inevitablemente, rompes a llorar.









jueves, febrero 15, 2007

¿Workaholic yo?


Verán, hace un par de días llegó a mi casa el último número de la revista Cinemanía, que es en la que escribe mi esposo. (Dejo el link para los curiosos que quieran conocer uno de sus últimos textos http://www.cinemania.com.mx/comic.php).
El caso es que en la citada publicación venía un interesante artículo escrito por la editora de la revista, Jacqueline Waisser, acerca de la película En busca de la felicidad.
Sin embargo, lo que llamó mi atención no fue el análisis que la autora hacía sobre el filme en cuestión (muy completo, por cierto), sino una frase muy interesante: "Dejemos de lado la hipocresía. A todos nos gusta el dinero por la tranquilidad, bienestar y placer que ofrece. ¿Pero de verdad es la única vía para tener una vida satisfactoria? Insisto en el punto porque el mensaje de En busca de la Felicidad es claro y contundente: no hay otra manera. ¿A dónde deja esto a todas las millones de personas que no gozan de afluencia? ¿Estamos todos los pobres diablos, que de por sí trabajamos más horas que el ciudadano promedio de una generación anterior (y por menos sueldo), condenados a sufrir hasta el final de nuestros días? ¿La falta de efectivo en sinónimo de miseria?"
Inmediatamente después de leerlo, pensé en la adicción al trabajo, esa manía de nuestros días que nos quieren vender como sinónimo de éxito.
Alguna vez, publiqué este tema en un periódico, era un servicio de una agencia informativa que estaba tratado con ligereza, incluso un poco en broma, casi era un guiño hacia los que se ha dado en llamar, muy pomposamente, workaholic. Se trataba de un test para una sección cargada de frivolidad, en la que la intención era definir si uno era o no adicto al trabajo, e incluía preguntas muy obvias como ¿Te llevas el trabajo a casa? ¿No puedes hablar de otra cosa que no sea trabajo? ¿Eres el primero que llega y el último que se va de la oficina?
Pero después de leer a Waisser recordé a un ex compañero que el año pasado me comentó que había conocido a un ejecutivo exitoso, el cual, como rutina diaria, se levantaba a las seis de la mañana, se iba al gimnasio, llegaba a las 9:00 de la mañana a la oficina, salía a las 10:00, 11:00 de la noche de su empresa y hasta entonces regresaba a casa.
Mientras mi ex compañero hablaba feliz de que el ejecutivo en cuestión era exitoso gracias a ese tipo de disciplina, y le brillaban los ojitos de felicidad porque su vida era muy parecida y eso era sinónimo de que se encaminaba a la cima, yo no podía dejar de sentir pena por mí misma, que por esos entonces trabajaba 16 horas diarias, sin poder compartir con mi familia más que unos cuantos momentos los fines de semana y sin poder tener otra distracción que no fuera el trabajo.
Pensaba también en el ejecutivo y me preguntaba si ser un workaholic lo había hecho feliz, si en casa lo recibían con los brazos abiertos, si pensaba que en su vejez alguien, de todas esas personas a las que no había atendido porque primero estuvo su trabajo, lo acompañaría con cariño. Porque yo me estaba preguntando en ese momento si era yo, mi ex compañero o el mundo el que estaba mal.
También recordé el libro Momo, de Michael Ende, y a los hombres grises, aquellos que poco a poco iban provocando que la gente entrara en un torbellino de prisa, de trabajo, en el que no cupiera nada más, ni diversión, ni esparcimiento, ni cariño, ni nada. Me pregunté si esos hombres grises no eran los que se habían colado en el mundo actual para hacernos creer que trabajar 16 horas diarias era el camino al éxito.
El caso es que, por razones que ya no vale la pena citar, salí del infierno aquel. Y entonces, me reencontré con mi vida otra vez, con mi esposo y mis hijos, con los espacios para la diversión y la creatividad, y me di cuenta que para mí es preferible vivir, en la más amplia extensión de la palabra, que tener esa adicción al trabajo que me quieren vender como éxito.
De hecho, me dirigí a internet a buscar el significado del terminajo workaholic, y el descubrimiento me dio a entender que no estaba mal al resistirme a ser una adicta al trabajo.
Según Wikipedia, esta adicción no es más que un desorden obsesivo/compulsivo que hace creer a las personas que si no trabajan 24 horas diarias su mundo va a colapsar. Dice también que el adicto al trabajo no necesariamente ama lo que hace sino que cree que nadie puede hacer las cosas como él.
(Dato curioso, la enciclopedia virtual afirma que un adicto al blogger también es un workaholic... ¡Gulp!, tendré que revisar ese aspecto de mi vida).
Obviamente, el artículo de Wikipedia menciona que este trastorno hace que la vida social y familiar del adicto al trabajo vaya en detrimento e incluso lo puede convertir en una persona potencialmente violenta con los demás, debido al cansancio y al estrés.
Como siempre, creo yo, este trastorno no puede atribuírsele en exclusiva al individuo que lo sufre, sino a una sociedad que nos quiere hacer creer que debemos ser exitosos, que el éxito es igual a mucho dinero, que el mucho dinero se obtiene con mucho trabajo, y que si no tenemos una vida con mucho dinero y un trabajo en el que nos deslomemos como burros, somos unos perdedores.
Yo, la verdad, no cambio una sonrisa de mis hijos, una plática con mi marido, la lectura de un buen libro o la posibilidad de descansar un rato por todo el dinero del mundo. Si eso me convierte en una perderora, asumo el riesgo.
¿Qué opinan ustedes?

miércoles, febrero 14, 2007

Media tarde del 14



Decidí bajar este tema porque lo estaba oyendo y pensé lo que pienso siempre: si John Lennon nos hubiera conocido a mi marido y a mí nos lo hubiera compuesto a nosotros. ¿Será que tuvo una premonición?
En fin, "volvamos a empezar, Ovivi"

Del Amor III (y ya estuvo)



Por fin llegó el Día del Amor.
Siempre que se acerca, yo caigo en la misma reflexión de las almas rebeldes. Ya saben: ¿Por qué celebrar un sólo día si el amor debería celebrarse todo el año?
Sin embargo, llega el 14 de febrero y, como suele pasarme con fechas similares, me resulta casi imposible sustraerme al ambiente que priva en todos lados, así que acabó comprando una tarjetita y chocolates para mi esposo, llenando de corazoncitos rojos los espacios donde puedo dejar huella y felicitando a los amigos aquí y allá. Después de todo soy una romántica sin remedio
Este año decidí que no voy a oponer resistencia. Si el Día del Amor y la Amistad llegó, también llegó para mí.
Todavía me niego a dedicar cancioncillas como Amar y Querer, pero esto tiene que ver más con que no entiendo la frase aquella de "es que amar y querer no es igual, amar es sufrir, querer es gozar" y tampoco pienso comprar un globo metálico ni una rosa de plástico, porque no acabo de encontrales el chiste.
Sin embargo, para ponernos cursis un ratito, que también se vale, quiero dejarles esta canción de Mecano, que me hacía suspirar en la primera parte de mi juventud, que ya compartí cientos de veces con mi marido y que además es muy romanticona.
Yo pensaba bajar para todos ustedes "Yo no Te Pido", de Pablo Milanés, pero ya saben que uno propone e internet dispone.
Yo se la dedico, por supuesto, a mi gran amor, Olivier con mensajito especial para el día: "Eres mi tesoro. Lo sabes. Te amo mucho más de lo que soy capaz de expresar".
También la dejó aquí con un recuerdo especial para grandes amigos como Gaby, Lorena, Carmen, Jorge, Luis Leonel, Saúl, Lizbik, Valeria, Marko, Claudia que me han enseñado que la amistad perdura más allá de los tiempos y los espacios y que tiene mucho que ver con el amor. Por supuesto, también lleva dedicatoria para todos los amigos bloggeros que me han enseñado una nueva forma de amistad, totalmente virtual, pero al mismo tiempo muy real.
A todos, mi cariño y como dice la canción que nunca pudo llegar a estar aquí:

"Yo no te pido que me bajes una estrella azul
sólo te pido que mi espacio llenes con tu luz".

martes, febrero 13, 2007

Del Amor II

Decía un viejo y querido amigo que la fidelidad es algo que sólo deben tener los aparatos de sonido. Y yo, que quise girar nuevamente en torno al amor, pensé, que sería buena idea hablar de este tema en esta primera quincena de febrero.
Inmediatamente, sin embargo, me asaltaron una serie de temores. Después de todo, este asunto es espinoso, y es difícil defenderlo y exponerlo a debate público. Mucho más aún: En el debate sobre la fidelidad es imposible pretender que uno tiene la razón.
Por ello, decidí que sí, que era buena idea hablar del tema, pero haciendo la aclaración primera de que no quiero vender mi propio sentir a nadie, que respeto a todos y que no es la idea de este texto exponer verdades absolutas, entre otras cosas porque no las hay.
En todo caso, trataré de exponer mi muy personal punto de vista acerca de un tema muy, muy amplio y difícil de definir.
De entrada, aclaro también que soy incapaz de tirar la primera piedra puesto que no estoy libre de culpa. En mis primeros años de juventud fui infiel y tuve que vérmelas con un infiel.
En fin, mientras pensaba en la fidelidad, recordé el libro El Mono Desnudo, de Desmond Morris, donde el autor explica que el género humano evolucionó en la línea los primates pero con algunas modificaciones propias de los animales carnívoros. Bajo la luz de esta premisa explica que en algún momento de su historia el hombre (entiéndase como género) abandonó los hábitos del primate de saltar de rama en rama para aparearse con cualquier hembra de su especie y adoptó los del animal carnívoro, que son monógamos y muy parecidos a la familia humana.
Viéndolo a la luz de esta teoría quedaría muy bien explicado el tema de la fidelidad/infidelidad humana. Tan simple como que cuando somos infieles, estamos respondiendo a nuestra esencia primate y cuando somos fieles estamos respondiendo a nuestra esencia carnívora. Fin de la discusión, todos estamos bien, fieles e infieles y listo.
El problema es que en los hechos, el asunto va mucho más allá. La cuestión de la fidelidad se ha convertido en motivo de debates teológicos, psicológicos, morales y una serie de etcéteras tan amplia como la diversidad misma del pensamiento humano.
Yo (y aquí es importante recalcar el yo) pienso lo siguiente. El nudo gordiano estriba en el tipo de acuerdos de pareja que establecemos. Es decir, YO no creo que la obligatoriedad de ser fieles deba aplicar para todo el mundo. Pero si me parece que cuando en una pareja se establece libremente el compromiso de ser fiel, éste debería ser cumplido mientras la relación dure.
Conozco parejas que establecen desde el principio que cada integrante puede relacionarse con todas las personas que quiera. Muy válido y muy respetable y seguramente nadie puede quejarse de que el otro le es infiel.
Ahora, muchos infieles se defienden bajo el argumento de que “el amor acaba”. DESDE MI PUNTO DE VISTA no hay verdad más absoluta que ésta. El amor no es eterno, y comprometerse a ser fiel no es lo mismo que prometer que uno estará en una relación para siempre.
Lo que A MI me molesta un poco de la infidelidad es la cuestión del engaño. Es decir, supongamos que yo estoy en una pareja y soy fiel porque así lo decido y porque creo que es parte del compromiso al que llegué con la otra persona, pero el otro, sin avisarme que cambió los planes, decide engañarme. Creo que merecería enterarme del rumbo que tomaron las cosas para tomar las decisiones de si me quedo con las nuevas reglas del juego o ejerzo mi libertad y me voy de ahí.
Porque quizá existan personas para las que no sea importante, pero es posible que yo haya establecido el compromiso de ser fiel y le pedí a la otra persona que lo fuera porque es importante para mí.
YO he pensado que si algún día llego a sentir que mi amor acabó, y caigo en cuenta de este hecho porque hubo algún hombre me hizo ver estrellitas por medio de una conversación, una sonrisa o una mirada, lo ideal será que reflexione bien, y si decido que quiero iniciar una nueva relación, hable primero con mi pareja, le haga saber que ya no quiero seguir con él, me aleje de su lado, ejerciendo la libertad que siempre he tenido, y a otra cosa mariposa.
Claro, entiendo que es diferente la teoría a la realidad, “que del plato a la boca se cae la sopa” y que las oportunidades de ser infiel se presentan a cada minuto para todos, incluso para los que pretendemos ser fieles.
El tema como verán es amplio, pero más que venderles la verdad, quería conocer sus opiniones, siempre enriquecedoras, y compartirles la mía, aclarando nuevamente que es mía y punto. La base de este texto es el respeto a todos, los que estén a favor y los que estén en contra.

En lo que espero sus comentarios, y en vista de que en estos días estoy en mi lado romántico, dejo un mensaje para Ovivi, mi pollito loco. Es algo que ya habíamos hablado, pero que es bueno recordar en ocasión de esta fecha y de este tema:


“Quiero que sepas una cosa. Estoy aquí porque así lo quiero. Yo sé que tengo mi libertad y mi independencia como el primer día, y la puerta está siempre abierta para mí. Pero después de 11 años no puedo evitarlo, aún despierto cada mañana con la sensación de que es un milagro que estés a mi lado. Todavía tengo la necesidad de contarte todo lo que siento, y después de las varias tormentas que nos han azotado, cada día siento que es más seguro estar instalada en tu puerto que en cualquier otra zona del universo.
Estoy aquí porque así lo he decidido, y porque todavía no se me acaban las caricias, ni los besos, ni las palabrillas cursis ni el deseo de oler tu cabello y mirar tus ojos.
Pero quiero que sepas algo aún más importante. No quiero que estés aquí cuando no lo desees. Recuerda siempre (aunque creo que nunca lo has olvidado) que la puerta está también abierta para ti, que no hay papeles, hijos, ni compromisos que nos unan para siempre. No hay nada más allá de este amor que nos proponemos alimentar cada día y a cada instante.
Y ahora sí, con este infinito que nos da el saber que somos libres, puedo decirte otra vez, te amo. Y el amor es creciente, porque ahora existen muchas más razones, muchos más espacios compartidos, mucho más deseo y mucho más de ti en mí y de mí en ti.
¿Qué si nos amaremos mañana? No lo sé. ¿Acaso vale la pena perder el tiempo en conjeturas? Pero sé que estás aquí, el día de hoy, y eso me convierte en la mujer más afortunada del mundo”.

domingo, febrero 11, 2007

Zona Peque

Para los amigos que deseen acompañarlo, sólo quiero anunciarles que mi primogénito acaba de abrir su propio blog, llamado Zona Peque. Lo encuentran aquí, en mis links, por si desean visitarlo. ¡Suerte, hijito!

De amor I

Verán, ahora que se acerca el tan llevado y traído Día del Amor, pensé en escribir un relato.
Le dí vuelta a muchos de los tipos de amor posible, y al final me salió este texto triste. Tal vez es que esta imagen llevaba tiempo rondando en mi cabeza o tal vez es que de pronto me da por escribir triste.
Una disculpa por la melancolía...

EL TRATO

Sí, soy yo. Sé que no esperabas esta visita y tal vez no la deseabas, pero estoy aquí. Tú y yo teníamos un trato y vengo a que lo cumplas.
No, no ¡Déjame hablar, por favor!
Me traje todas mis cosas ¿lo ves? Aquí están mis cajas de libros y en esta bolsa vieja está la poquita ropa que tengo. Incluso me traje el suéter verde ¿lo recuerdas? Es ése que me tejiste para las noches de frío.
Pero ¿qué te digo a ti? Tú no ignoras lo que tengo, tú lo has sabido todo desde siempre.
Recuerdo cuando te conocí, en aquel viejo parque, al lado del organillero que tocaba “Amor Indio”. ¡Lucías tan hermosa en tu vestido de flores azules! Era difícil distinguirte en medio de los extensos jardines. Tu cabello negrísimo flotaba con el ritmo del viento y tus ojos profundos, que me miraron casi en un descuido, me dijeron que tú ya me conocías desde siempre, quizá de otras vidas.
Te lo he dicho muchas veces, pero estoy dispuesto a repetirlo, nunca pude resistirme a tu embrujo.
También te traje mis manos, esas que siempre me alabaste porque las llamabas fuertes y varoniles. Míralas ahora, marchitas por el trabajo y por los años, pero plenas por todas las caricias que te di.
¿Te acuerdas del noviazgo, cuando salíamos a pasear tomados de la mano y con tu tía Leticia siguiéndonos de cerca? ¡Qué risa nos dio la vez que nos escapamos de su vista para darnos el primer beso de amor! ¿Lo recuerdas? ¡Dime que no has olvidado, por favor!
Hoy vinieron los hijos a verme. Supe que han estado aquí, contigo. Yo no les dije nada acerca de mis sentimientos, pero creo que algo adivinaron.
“Papá”, me dijeron muy serios, “tienes que cerrar el ciclo. Tienes que dejar ir a mamá”.
Yo ya estaba cocinando esta idea de venir e instalarme a tu lado, seguirte aunque tú no lo quisieras, obligarte, pues, a que cumplieras el trato. No quise contarles mi plan a los hijos, me hubieran tomado por loco.
Por cierto, te traje algunas de las cosas que se te quedaron en casa. Aquí está el bordado que dejaste a medias. En los primeros días de tu ausencia, traté de continuarlo, seguir tus puntadas, pero fue imposible, un poco porque las lágrimas me nublaban la vista, otro poco porque sabes que mis ojos están cansados y, para colmo, no sé bordar.
También te traje El Conde de Montecristo. ¿Cuántas veces lo leíste? ¿100? ¿Acaso mil? Creo que las letras empezaron a ponerse borrosas de tanto que las exprimieron tus hermosos ojos.
No hagas caso si la voz se me quiebra. Me pasa desde que te fuiste. No puedo completar dos frases cuando otra vez, el nudo en la garganta y esta sensación de no poder seguir, de querer huir de todos lados, de sentir la necesidad de que me dejen solo.
Todavía tengo fresco el día de nuestra boda. En la noche, cuando ya nadie nos veía, cuando el lecho nupcial estaba preparado para recibirnos con su blanca calidez, nos tomamos de las manos. ¿Recuerdas lo que nos dijimos entonces?
Prometimos que así como en ese momento estábamos unidos, jóvenes y fuertes, también lo estaríamos cuando llegara la vejez. Era un trato sellado el mismo día de nuestro matrimonio; era un trato que prometimos no romper.
Los dos soñamos muchas veces que cuando los hijos se fueran los dejaríamos partir, seguros de haberles dado lo necesario para encarar la vida, y entonces estaríamos juntos como antaño, como siempre, conversando, yendo al cine, paseando por las librerías para comprarnos pilas de títulos, viajando, charlando… ¡Cómo me gustaba oírte! Mirar como tu boca se movía delicadamente al paso de las palabras, escuchar tus conceptos, compartir contigo.
Cuando tú decías que me amabas, que yo era bueno y que no podías contar con más fiel compañero que yo, siempre sentí que te expresabas así porque eras un ángel y sentí inmerecidos tus elogios.
Porque lo he pensado ahora, tal vez no te dije todo lo que te amaba más veces al día, aun cuando te amo muchísimo más que en los primeros años, o quizá no te cuidé con mayor delicadeza y por eso te fuiste.
Aunque en realidad no entiendo ¿Por qué te fuiste?
Viéndolo bien, no quiero explicaciones.
Lo que sí quiero recordarte es que teníamos un trato. Todavía antes de venir, miré las dos mecedoras que habíamos comprado para cumplir el sueño de disfrutar juntos el estado de contemplación que nos regalaría la vejez. Ahí se quedaron, esperándonos.
Y de pronto tú decides dejarme, ¡después de 40 años! Quizá estabas harta de mis manías, de mis pantuflas regadas en las esquinas, de mi libro abandonado en cualquier parte, de mi toalla mojada sobre la cama.
No me importa. Si tú me disculpas, vine a ocupar un espacio aquí. Pienso poner mis pertenencias en este rincón, para que no estorben a nadie, y me voy a quedar junto a tu lápida, a ver pasar la vida, a contarte todas las cosas que me quedaron por decirte, a darte mi amor a ti, porque tengo mucho aún y tú eres la única que debe recibirlo, a regar las flores con mis lágrimas, a dejar que la tierra se haga una conmigo y a recordarte que teníamos un trato y, más allá de lo que hayas decidido, tienes que cumplirlo.

viernes, febrero 09, 2007

Tema sabrosón

Ayer me tocó ver un capítulo de Desperate Housewives que me hizo mucha gracia.
Antes de continuar, hago las aclaraciones pertinentes: a) Sí, veo Desperate Housewives, y lo que es peor, lo disfruto. b) No, no soy una esposa desesperada, sino una esposa cada vez más feliz con su matrimonio que gusta de ver la televisión un rato por la noche. c) Si, aunque parezca intrascendente, pienso escribir sobre el capítulo de ayer porque en este espacio se habla de todo. d) Fui reportera de espectáculos, así que a nadie debería sorprender una dosis de pensamiento hollywoodense en mí.
Vuelvo al tema, les decía que ayer reí a tambor batiente con Desperate Housewives y la causa se llama Bree.


Otra aclaración: Hago la recomendación de que aquí le corten todos aquellos que sientan que no están de humor, porque lo que viene tiene toques medio negros y ácidos, de esos que nos encantan a muchos y que explotan muy bien en la citada serie.
Verán, Bree es una mujer maniática, controladora, medio alcohólica, que vive preocupada por el qué dirán(mmm... ¿será que conozco gente así?). Es una socialité que viste bien, se peina bien, me imagino que hasta huele bien y se comporta como toda "buena mujercita", es decir, sabe atender a su familia y estar al tanto de los más mínimos detalles de su hogar.
Su obsesión por tener todo en orden raya en la neurosis, y ella no tiene más intereses en la vida que ser "perfecta".
En algunos puntos de la serie han desvelado las razones del comportamiento de Bree: Creció en un hogar donde su padre y su madrastra le establecieron que los parámetros para ser una mujer feliz eran tener la casa perfecta, con el esposo y los hijos perfectos, e incluso las vecinas y amigas perfectas. Es una víctima de un sistema de educación, pues.
Al inicio de la serie, la bella Bree estaba casada. Un buen día descubrió que su marido la engañaba, y como no toleraba la idea de destruir su mundo perfecto, en vez de divorciarse decidió provocarle celos a su media naranja y empezó a coquetear con el farmaceútico. Lo malo fue que el farmacéutico se emocionó, se encandiló con ella, y para quitar el molesto estorbo que representaba el marido, el boticario decidió envenenarlo con una sobredosis del medicamento que este último tomaba para el corazón.
En otra ocasión, el hijo de Bree le confesó que era homosexual, ¿y cómo iba a aceptar a un hijo "rarito" una madre perfecta como ella? Así que la maniática mujer se dedicó a hacerle la vida imposible a su vástago hasta que éste se vengó de ella acostándose con uno de sus amantes (de Bree, claro).
El caso es que, para no hacerles el cuento largo, ayer Bree apareció en escena con su nuevo amor, un dentista loco que en su hoja de vida tiene el asesinato de su propia esposa (claro que la pelirroja aún no lo sabe).
El caso es que el dentista convence a Bree de tener relaciones sexuales. En la escena, el amante la tumba en la cama, como todo buen Casanova, y se dispone a hacerle sexo oral. En eso, Bree se levanta y le dice: "Perdón, ¿se te perdió algo allá abajo?" y el hombre le explica entonces cuáles son sus intenciones.
Total, dan a entender que Bree está experimentando por primera vez la sensaciones que provoca el sexo oral y de pronto la vemos levantarse de la cama, con cara de susto y aparecer inmediatamente después sentada en el consultorio de una doctora que le está escuchando el corazón con el estetoscopio.
El diálogo que siguió decía algo como esto, palabras más o menos:
Bree: "Es que de pronto sentí como si me explotara algo adentro".
Doctora: "¿Que era lo que estabas haciendo?
Bree: "Estaba viendo la tele, con mi prometido".
Doctora: "Voy a aventurar una suposición, ¿estabas teniendo relaciones sexuales? Porque si es así, lo que tuviste fue un orgasmo".
Bree: "No, yo sé lo que es un orgasmo, lo de siempre, las cosquillitas y eso, pero esto es como si estallara por dentro..."
Doctora: "Porque fue un orgasmo..."
Sí, sí, sí, habrá a quien le parezca que no es políticamente correcto reírse de la gente que no ha tenido orgasmos, pero a mí me hizo gracia la manera en que presentaron las cosas.
El caso es que, aprovechando el tema, decidí investigar, muy modestamente claro, lo que son los orgasmos a nivel teórico, por si alguien quiere hacerse un autoexamen.
Desafortunadamente, la teoría no me ayudó mucho. El diccionario dice: "es la culminación del placer sexual". Por supuesto, esto se presta a todo tipo de interpretaciones, así es que no nos ayuda.
Mi libro de anatomía de bachillerato lo divide en dos. En el caso de los hombres lo explica así: Cuando la estimulación sexual ha llegado a su máximo, la médula sacra manda estímulos al simpáticos que producen un peristaltismo rítmico de las vías espermáticas y que se inicia en los testículos y cuya consecuencia es el disparo y salida de espermatozoides. En ese preciso instante se produce el orgasmo que es el clímax o culminación del acto sexual y es algo muy placentero.
En el caso de las mujeres, la explicación es la siguiente: El clímax depende del clítoris que sufre una erección progresiva y creciente. Alcanzado ese nivel, aumentan las secreciones sexuales y se originan contracciones peristálticas rítmicas del útero y las trompas de falopio en dirección hacia la cavidad pélvica para succionar el semen.
Aclaración: Médicos que lean este texto, favor de disculpar si estas definiciones son incorrectas, pero las copié tal cual del libro de Anatomía de Norberto López García con que fui educada (o maleducada acaso) en el bachillerato. Si quieren agregar algo en este punto, están en total libertad de hacerlo.
En fin, no sé ustedes pero yo me quedé en las mismas, apenas con algunas referencias para entender los mecanismos del orgasmo.
Finalmente, acudí a un librito que quién sabe cómo llegó hasta mí en prepa y se llama The Joy of Sex. Entre los capítulos encontré títulos como: Tamaño, Besos de lengua, Nalgas, Posturas en general, Arneses, Cuero, Dedo Gordo, pero ninguno que me dijera qué es el orgasmo. Yo supongo, porque leí hace mucho tiempo esta gloria de la teoría sexual, que dan por hecho que tras leer todos estos temas uno ya no debe preguntarse dónde empieza y termina un orgasmo.
En fin, yo creo, basada en mi propia experiencia, que el orgasmo tiene que ver con que uno se deje ir, que no se limite, que se concentre, que acuda si es necesario a las fantasías... porque lo demás es sólo teoría.
Eso sí, que a nadie le pase lo de Bree, por favor.
¡Felices orgasmos para todos!

martes, febrero 06, 2007

La palabra escrita


Hállabase un día la palabra escrita sentada en la cima de una montaña. Había llegado allí después de un viaje agotador, deseosa de huir de la mano humana y de encontrar un espacio para la paz y la reflexión.
No sabía muy bien el motivo de su desazón. ¿La causa era Internet? ¿Quizá la poca atención que desde hace años le dedicaban los ojos, cerebros y manos humanas? ¿Tal vez era un todo y un nada que ella no entendía?
Lo cierto es que llevaba mucho tiempo sintiéndose vieja y marchita. Ya no era, como antaño, LA palabra escrita, ese conjunto de términos que conjugados con maestría podían describrir un universo entero.
En su juventud, muchas manos humanas la habían acariciado y habían reconocido su belleza, la habían combinado y jugado con cada una de sus letras hasta convertirlas en arte. Estaban por un lado los escritores y poetas, o los maestros, como le gustaba llamarlos a ella, como Víctor Hugo, Cervantes, Shakespeare, Lope de Vega, Hemingway, Poe, Neruda, Becquer, Machado, Cortázar, Borges, Rulfo. También los filósofos, o sabios, como Sócrates, Platón, Marx, Engels, Foucault. Pero había además otro grupo, gente común sin aspiraciones literarias o filosóficas, que sin embargo la usaba en diálogos epistolares donde cada término era elegido con sumo cuidado, se tenía en cuenta la ortografía y la caligrafía era preciosista.
Recordaba bien aquellos tiempos en que la gente la buscaba con avidez, como aquel en que Alejandro Dumas la utilizó para escribir sus novelas por entregas y los lectores no podían esperar para leer un nuevo capítulo.
Es cierto, en esa época había menos distractores y ella estaba en la plenitud de sus años mozos, pero no por ello dejaba de doler la indiferencia actual.
En algún momento de la historia, la palabra escrita había sido perseguida. Su importancia y el modo implacable en que penetraba la mente de quienes la conocían habían sido tomados por peligrosos. Se le censuraba, se le quemaba, se le maltrataba. Incluso en la época actual, todavía había manos valientes que se atrevían a usarla para elaborar discursos incendiarios, notas periodísticas donde la verdad no era maquillada, libros llenos de significados que cimbraban el pensamiento humano. Los autores eran perseguidos por ello. No cabía duda de que todavía lograba abrir polémica y asustar a muchos, aunque a decir verdad las reacciones eran cada vez más tibias.
También en la época actual había maestros de la literatura que hacían buen uso de sus formas, Saramago, García Márquez eran algunos ejemplos de ello. Había muchos otros que sin ser conocidos la exploraban y la seguían buscando en libros, en textos, en poemas. No podía negar que todavía había quien se atrevía a acariciarla, a amarla, y que hablaba a través de ella de mundos originales y llenos de simbolismos. También había otros, cada vez menos, que se acercaban a ella para escucharla, con el cuidado y la atención de antaño.
Pero aún se sentía triste. La palabra escrita se quedó mirando el valle que se abría ante sus ojos. Allá abajo, las antenas de cada casa revelaban la presencia de su acérrima enemiga, la televisión.
Cuando este aparatejo llegó al mundo, ella no calculó el peso de su impacto. Creyó, ingenuamente, que sería como el cine, una aliada, un espacio donde pudiera ser bellamente interpretada a través de la imagen.
Pero no, la televisión daba discursos digeridos, y la gente pronto descubrió que era más cómodo el mensaje simple de la caja idiota que el mundo abstracto que ofrecía la lectura.
Por eso, cuando llegó el internet, no supo que pensar. Después de todo ya había sufrido un descalabro. Sin embargo, suspiró cuando supo del correo electrónico, emocionada ante la idea de que renacería el género epistolar, y saboreó muchas veces la idea de ver cómo sería utilizada en cientos de miles de espacios a través de la red.
No obstante, ahora que estaba ahí, sentada en la cima de la montaña, no podía evitar sentir que había sido utilizada de la peor manera, prostituida. Ella, que pensaba que un espacio como internet sería un buen motivo para incentivar la lectura y la creación, se había dado cuenta que el mundo de hoy hacía con ella lo que le apetecía.
La abreviaban, la convertían en mensajes sin sentido, la mezclaban en frases incoherentes en las que los idiomas y sus reglas no se respetaban, no la hacían acompañar como antes de su vieja amiga, la puntuación. Peor aún, la palabra escrita se dio cuenta que había algunos aventurados en la red que la seguían utilizando para la creación y la reflexión, pero eran pasados por alto.
Por si fuera poco, en las escuelas de muchas regiones del mundo, los niños estaban aprendiendo que la palabra escrita tenía fines prácticos pero ya no se les insistía en su poder creativo. Ya los pequeños no aprendían a amarla como sus abuelos, a través de cuentos que les fabricaban reinos mágicos y personajes fuera de serie, y lo que es peor, apenas podían, dejaban de leerla, de apreciarla, de buscarla para perfeccionarse a través de ella.
Por eso, en aquella cima tan lejana del ruido del mundo, la palabra escrita no pudo evitar sentirse acabada y lloró largamente por su pasado, por su presente y por su futuro. Y así, como todas las almas que sienten la batalla perdida, la palabra escrita se levantó y decidió hacer lo único que le quedaba por hacer: se dejó arrastrar por el viento.

sábado, febrero 03, 2007

¡Brindemos por el amor!

¿Qué es mejor, celebrar el amor entre dos seres humanos sin importar que éstos pertenezcan al mismo sexo o ponernos del lado del odio, el prejuicio, la sinrazón?

Ayer leí la noticia en internet: Karla López y Karina Almaguer se convirtieron en la primera pareja de lesbianas que cristaliza en México una unión legal, gracias a una ley aprobada en el norteño estado de Coahuila.
En la noche la televisión me regaló su imagen: dos mujeres sentadas una al lado de la otra, visiblemente felices y enamoradas, pero con un dejo de timidez en la mirada.
Según la información que circuló por el mundo, no estaban enteradas de que iban a pasar a la historia como la primera pareja homosexual en signar en México un contrato de este tipo y estaban lógicamente sorprendidas de la atención de la prensa sobre ellas.
Mis ojos no se despegaron de ellas mientras estuvieron en la pantalla de televisión: me parecieron dos seres humanos sanos, hermosos y perfectamente normales. No entendí por eso las noticias que siguieron a continuación, en las que los grupos conservadores expresaban su rechazo a la primera unión de este tipo en México por considerarla insana y casi monstruosa.
¿Por qué repudiar el amor en lugar de celebrarlo?
Y recordé entonces a uno de los muchos y queridos amigos homosexuales y lesbianas con los que tengo el privilegio de contar. Me reservo su nombre porque aunque le pedí permiso para algún día escribir su historia, le prometí no revelar su identidad.
Durante muchos años, mi amigo vivió con su pareja: un hombre bueno al que amaba y por quien era plenamente correspondido.
Ambos eran seres productivos, así que montaron varios negocios juntos, trabajaron arduamente en ellos y con el dinero que obtuvieron compraron propiedades y tuvieron una vida cómoda.
Por amor, por confianza, quizá porque le convenía, mi amigo permitió que los negocios y las propiedades quedaran a nombre de su pareja, seguro de que no tendía de qué desconfiar.
Sin embargo, un día despertó y descubrió que el hombre que había amado yacía muerto al lado de él. Un infarto se lo había arrebatado.
Mi amigo entonces tuvo que encarar un dolor aún mayor que el que ya representaba la muerte misma: Los familiares de su pareja lo despojaron absolutamente de todo y él no tuvo manera de defenderse, principalmente porque su unión, que había sido más solida que muchos matrimonios heterosexuales, no estaba legalmente constituida.
Alguna vez, al platicar esta historia que me dejó conmocionada cuando mi amigo me la confió, alguien me dijo: "No puedes decir eso para defender la idea de una unión legal entre homosexuales. La pareja de tu amigo lo pudo haber heredado con un testamento o tu amigo debió haberse asegurado de que al menos algunas cosas quedaran a su nombre. La culpa fue de él y no del Estado".
"Sí", le dije yo, "la cosa es que si mi amigo hubiera estado legalmente unido, hubiera podido defenderse bajo el argumento de que él era la primera persona a quien le correspondían los bienes de su pareja, por ser su esposo, y seguramente habría ganado el pleito".
Hasta la fecha, yo sigo sin entender el punto de vista de las personas que se oponen a los matrimonios homosexuales.
Yo los defiendo a capa y espada y tengo mis razones:
1) Ya lo dijo don Benito Juárez: "El respeto al derecho ajeno es la paz".
2) Nadie tiene derecho de dictar a los demás qué hacer con su vida, sobre todo si si se trata del plano íntimo y no afecta a terceros. Los casos de amigos homosexuales y lesbianas que tengo, que son muchos, no afectan a nadie, y sería incapaz de ver la paja en el ojo ajeno cuando no puedo ver la viga en el propio. Si yo no quiero que nadie me diga qué hacer con mi matrimonio, no me asiste el derecho cuando pretendo juzgar a otra pareja, sea como ésta sea.
3) No podemos tapar el sol con un dedo. Los matrimonios homosexuales y lesbianas existen de facto. El hecho de que no se constituyan legalmente no va a impedir ni que haya más homosexuales y lesbianas ni mucho menos que ellos tomen la libre decisión de vivir juntos.
4) Los homosexuales y lesbianas que he tenido el gusto de conocer son seres humanos dignos, sensibles, trabajadores, respetuosos, amables, con un gran sentido del humor, leales y amorosos. Seres, pues, por quien vale la pena alzar la voz.
5) Siempre defenderé el amor por encima del odio y el respeto por encima del prejuicio.

Por ello y mucho más, ¡Salud Karina, Karla, Alvaro, Vinicio, José Luis, Luis Fernando, Jesús, Gerardo y todos mis amigos homosexuales y lesbianas!
¡Que sus uniones sean duraderas, felices y prósperas!.
Estoy por ustedes siempre.

viernes, febrero 02, 2007

Ahí les va mi meme ¿o es neme?...


Pues bien, les cuento la historia. La bella Ferípula, linda maestra y gran amiga de este blog y de su autora, me pasó un neme o meme (esta cuestión del nombre me queda poco clara y si alguien me quiere aclarar la duda se los voy a agradecer sobremanera).
El caso es que el meme o neme o como se llame es una cadena de post. En otras palabras, ella me dio la encomienda de responder a una solicitud y yo ahora debo hacerlo y además entregar esta cadena a otros amigos bloggeros.
La solicitud a responder es: Muestra cuál es el Fondo de Escritorio en uso.
Como podrán notar, yo puse una página (que en realidad se ve mucho más grande y clara en mi escritorio), donde aparecen todos los personajes de Los Simpson.
No debe sorprender este wall paper a quienes son amigos de este blog y saben mi pasión confesa por este programa.
Sin embargo, debo decirles que, como mi computadora es compartida con mi marido, fue él quien eligió este simpático fondo de escritorio y la mayoría de los que usamos en esta máquina, que incluyen personajes como Superman, Batman, la Mujer Maravilla, Hulk y demás. Por favor, eviten ese gesto de sorpresa porque ya les había advertido que mi marido es un fanático del cómic irredimible.
En fin, no tengo mucho más que decir sobre mi aportación al neme o meme, salvo la sugerencia de que se den tiempo para disfrutar a plenitud este resumen de la obra de Matt Groening que a mí me ha regalado muchos espacios de diversión y reflexión.
Como la tarea incluye pasar el neme o meme a tres personas, ustedes han de perdonar, pero lo envío a cuatro amigos de este blog: ISAURA, GABY DEL RÍO, FANTASMA DE LA LIBERTAD, BORIS.
Sinceramente lo hago porque imagino que las aportaciones de estos tres personajes del mundo del blogger serán harto interesantes para la cadena. Espero que no tengan inconveniente en participar...