jueves, noviembre 30, 2006

El mañana de mi tierra

La tierra, mi tierra, esta en calma, pero presagia tormentas.
La tarde nos regala su cielo abierto, sin una nube en el horizonte, con las pinceladas azul y rosa tan artísticas y románticas que nos brinda el otoño.
Abajo, los hijos de la tierra se debaten. Mañana es un día que puede quedar inscrito en la historia de mi país para siempre. No se trata de la entrada de un presidente al cargo de gobierno, sino de todas las hogueras que ya está provocando.
Por el sur, vienen los pies cansados de los maestros y campesinos oaxaqueños, que aprovechan la coyuntura para esgrimir sus demandas en el corazón mismo de la República.
Se cocina, asimismo, la reunión de muchas voces que no apoyan la sucesión oficial y que estarán, al mismo tiempo de la toma de posesión, reunidas, reinvindicando su postura a gritos.
El Congreso fue asaltado por dos partidos que no están dispuestos a rendirse, y los medios de comunicación se alinean, se hacen eco de lo que el sistema quiere decir a la gente y envían sus mensajes que aparentemente invitan a la unidad, pero que con una lectura más profunda, quedan al descubierto como las inyecciones de miedo que en realidad buscan ser.
Yo estoy aquí. Soy hija de esta misma tierra. Quienes me conocen, saben lo que pienso y de qué lado estoy. Yo no pretendo convencer a nadie, porque respeto todas las ideologías y hace tiempo que dejé de creer en que los ángulos radicales sean la opción para un cambio profundo. Yo sólo estoy aquí, ahora, con mi propia realidad quebrada, como una simple espectadora en este teatro que a partir de mañana por la mañana nos dará la tercera llamada.
Nadie puede saber lo que va a pasar, ni los que presagian el apocalipsis ni los optimistas que viven en la idea de que todo es color de rosa. Sin embargo, la tarea de todos es huir de la indiferencia. Hoy es el día para pensar, para hacer un verdadero análisis. Se trata de ese análisis profundo que hace mucho tiempo le hace falta a nuestro pueblo. La postura que cada quien asuma debe ser una responsabilidad y no una simple forma de pensamiento. No olvidemos que la historia nos pasará la factura.
Por hoy, mi conciencia está tranquila.

martes, noviembre 28, 2006

Todo a su tiempo... pero se puede volver el tiempo

Amigos, no sabía qué escribir el día de hoy. Quiero hacerles saber que estoy mucho mejor, pero al mismo tiempo tengo que pensar muy bien en lo que pasó ayer para poder contárselos como debe ser. En lo que eso sucede, les dejo un breve relato, mucho más optimista, basado en una charla que sostuve con mi propio hijo, Andrés.

La madre estaba en la estufa, ocupada en que cada cacerola estuviera trabajando correctamente, cuando su hijo de ocho años llegó hasta ella, corriendo como siempre.
- Mamá, me gustaría convertirme en adulto- lanzó como un dardo.
- Ya te convertirás en adulto a su tiempo-. contestó la madre, sorprendida de repetir las mismas palabras que le había oído decir a su propia madre cuando ella había lanzado un comentario similar en la infancia.
- Pero no, mamá, yo quisiera convertirme en adulto ahora- insistió el niño.
La mamá apagó el fuego de la estufa, fue a la sala, llevó dos sillas hasta la cocina, las dispuso una enfrente de la otra e invitó a sentarse a su hijo.
- A ver, explícame, ¿por qué quieres ser adulto?-, le preguntó con toda serenidad.
- Pues porque si fuera adulto podría hacer lo que quisiera, y tendría dinero.
La mamá le lanzó una mirada llena de ternura y después se puso seria.
- ¿Realmente crees que los adultos podemos hacer todo lo que queremos hacer?
Y después, como en una oración grabada en su memoria desde tiempos inmemoriales, comenzó hilvanar ante su hijo una verdad que a ella misma la sorprendió pues nunca antes la había entendido así.
- Mira, hijito, en primer lugar, la infancia es la parte más pequeñita de la vida. Dura apenas unos cuantos años y de esos, una buena parte los vives inconsciente, sin atesorar recuerdos. Así que, simplemente por eso, yo te recomendaría que disfrutaras esta etapa con todo tu corazón, porque para ser adulto tienes un largo camino por delante, y somos muchos los adultos que vivimos deseando volver a ser niños. Disfruta el presente, hijo.
- ¡Pero ahora no tengo dinero y tengo que pedir permiso para todo, mami!
- Mira, te voy a decir lo más importante. Es mentira que los adultos podamos hacer lo que queramos y que tengamos todo el dinero que desearíamos tener. En primer lugar, quizá tenemos más libertad de ir de aquí para allá, pero al mismo tiempo nos abruman las obligaciones, responsabilidades y deudas, y eso nos impide hacer realmente lo que nos da la gana. Al menos no podemos hacerlo todo el tiempo. Además, los adultos podemos tener todo el dinero que queramos sólo en la medida de nuestro esfuerzo en el trabajo, no nos lo regalan ni nos cae del cielo, y a veces ni el más grande esfuerzo logra darnos lo que necesitamos para vivir dignamente.
En cambio, tú tienes ahora cosas que los adultos envidiamos realmente de los niños, puedes saltar por las camas, llenarte de lodo, correr con todo el cuerpo, inventarte fantasías en las cuales puedes perderte por horas, lanzarte a esas albercas llenas de pelotas, embarrarte la cara de dulce, hacer bomba un chicle hasta que te explote en el rostro, sentirte seguro porque sabes que papá y mamá se las arreglan para que tu vida sea tranquila, jugar cada hora con un juguete distinto y ser todos los personajes que quieras: hoy un pirata, mañana un doctor y pasado un superhéroe.
- Y tú ¿ya no puedes hacer nada de eso, mami?- preguntó el niño, realmente preocupado.
- De poder sí puedo hijo, pero cuando te haces adulto vas perdiendo la inocencia y ese deseo de disfrutar la vida a plenitud que te da la infancia.
- Mejor sigo siendo niño, mami.
- Sigues siendo niño mientras tengas que serlo, porque cada etapa se debe vivir a su tiempo y con plenitud, porque cada cual tiene su encanto.
- ¿Y tú no puedes volver a ser niña aunque sea un ratito, mami?
La mamá miró a su hijo con una sonrisa que la regresaba a los ocho años de nuevo. Lo tomó de la mano y salió con él al jardín, se quitó los zapatos, se sentó sobre la tierra e invitó a su nuevo amigo a preparar los deliciosos pasteles de tierra que siempre fueron su especialidad.

domingo, noviembre 26, 2006

Mañana

Mañana es la incertidumbre.
No sé que será lo que se abra ante mí.
No sé si me encontraré con una ventana abierta que me permita ver el sol o con un muro que me clausure la luz.
Por hoy, elijo creer que lo que me encontraré mañana es un ciclo negativo que se cierra. Un ciclo de caídas y baches que duró un año. Para lograr que este deseo se cristalice necesito reunir una maleta con todo el amor que mis amigos que han regalado a lo largo de mis 36 años de vida, las palabras sabias de mis maestros, la dedicación con que mi madre me protegía cuando era niña, la sensación de que si mi padre estaba cerca no había nada que pudiera pasarme, cada una de las sonrisas compartidas con mis hermanos y la emoción del nacimiento de mis hijos.
También debo recolectar todos los besos que me ha dado mi gran amor, la memoria de aquellos felices momentos en que salía triunfante de algún problema, la emoción con la que encaré mis primeros trabajos y el recuerdo de Edgardos, Fernandos y todos los buenos jefes que tienen un espacio en mi corazón.
Por cualquier cosa, necesito pedirles a los amigos que alguna vez me han solicitado que haga una oración por una causa difícil que ellos viven, y a los que correspondí con toda mi alma, que ahora me devuelvan el favor haciendo una oración por mí.
No sé que pasará mañana, repito, y la incertidumbre podría no dejarme estar, pero he decidido que no.
Quizá la tarea aparezca como algo titánico, pero el que nada debe nada teme. Soy un buen ser humano, y estoy dispuesta a reinvindicar esta verdad. Pienso llevar conmigo, al viaje de mañana, mi maleta de todo lo que ha sido especial en mi vida y ser tan fuerte como siempre o quizá más fuerte que nunca.

jueves, noviembre 23, 2006

Una buena medicina

Hace un par de meses, aproximadamente, se me ocurrió concretar una idea que llevaba varios años cocinándose en mi cabeza y en las charlas con mi mamá: En vista de que el fin de año se veía venir triste y ceniciento, un buen antídoto para la depresión sería montar una pastorela (esas obras de teatro con las que se evangelizaba a los indígenas mexicanos hace muchos siglos, y que incluyen a un grupo de pastores, un par de diablos, un ángel, una estampa del nacimiento de Jesús, y muchos chistes ligados a la picardía nacional).
En fin, comenté este proyecto con mis hermanos. Porque han de saber que aparte de mi amado bardo Grimalkin, tengo otro hermano que es actor y a quien próximamente dedicaré un post entero.
El caso es que, como les decía, lo hablé con Grimalkin y Américo, con la propuesta de que montáramos un espectáculo familiar, donde se aprovecharan los talentos de cada quien, con el único fin de presentarnos ante parientes y amigos y divertirnos como locos. A mí me tocó la encomienda de escribir el libreto, aunque en realidad lo que hice fue una adaptación de La Pastorela del Ermitaño, de Miguel Sabido, que es un gran escritor del género.
Por supuesto, doté mi adaptación del sutil toque ideológico que corresponde a mi familia. ¡Fue un acto liberador!, debo confesarles.
Hace unas semanas empezamos con los ensayos, bajo la dirección de mi hermano actor y con un reparto que incluye a una abuelita y su pareja, tres hijos, dos hijos políticos, y tres hijos-nietos- sobrinos.
En mí recayó el papel de la pastora principal, que en algunos momentos funge como narradora, y aunque lo de la actuada nunca ha sido uno de mis mejores talentos, me he divertido mucho gracias a la sabia dirección de mi hermano menor que nos ha enseñado todos los vericuetos que él conoce, como el profesional que es.
Hoy nos tocó ensayo. Yo me sentía como una especie de Cuasimodo moderno, en vista de que la contractura muscular me dotó de un caminar extraño. ¡Vaya!, hasta mi hijo comenzó a llamarme Igor, como al personaje que acompaña al Dr. Frankenstein. Los dolores persistían, pero aun así, decidí participar con todo el cariño del mundo.
Una vez iniciado el ensayo, tuve que echar mano de toda mi concentración para dar la entonación correcta a mi personaje y olvidar que en la espalda me estaban aguijoneando varios alfileres invisibles.
Mi hermano Américo, por su parte, decidió no hacerle mucho caso a mi molestia y concentrarse en dirigir cada una de mis inflexiones de voz y movimientos.
Y el milagro se produjo, poco a poco me fui olvidando de la espalda y concentrándome en mi propia actuación, así como la de mi mamá, mi hermano y mis hijos.
De pronto, casi al final, cuando mi personaje tenía que hablarle al Niño Dios frente al portal, me descubrí hincándome, a pesar de que que hacía tan sólo unas horas el dolor me hubiera impedido cualquier movimiento que no fuera caminar a pasos cortos.
A veces, creo, sólo hace falta desviarnos un poco del problema para sentir alivio.
Aún sigue girando mi cabeza en medio de muchas dudas, miedos y contradicciones, pero sé que tendré por varios días mis cucharadas de la medicina de la actuación (empírica, claro) para sentirme mejor.
Y, a pesar de todo, la luz se ve cada vez más cerca.

miércoles, noviembre 22, 2006

Entre la oscuridad y la luz

La angustia se me fue colando poco a poco y sin permiso. Día tras día me había repetido que no, que el miedo no puede ser paralizante y había tratado de ponerle buena cara a cada iniciativa, propuesta o proyecto que saltó frente a mí. Decidí que no podía decaer el entusiasmo, y sin embargo, el miedo traspasó las capas de la falsa alegría con la que yo pretendía engañar al presente y mirar hacia el futuro.
Mi cuerpo me pasó la factura. Decidió que los músculos de la espalda eran un buen lugar para recordarme que no, que aún no he logrado nada y que la angustia sigue ahí, por más que trate de ignorarla.
Todo sucedió ayer, en un día frío y gris, con mi marido lejos y mis otros ángeles acudiendo al llamado del trabajo o de la ideología.
Fue mi propio via crucis, tomando en cuenta que mis obligaciones estaban esperando y yo tenía que acometerlas como si estuviera cargando una pesada loza en la espalda.
Me sentía triste, como pocas veces me he sentido, y sola, con una soledad que calaba hasta lo más hondo de mi alma. Era tan fuerte el pesar que ni las lágrimas querían traducirlo.
De pronto, en medio de la noche como llegan todos los ángeles, apareció mi madre, con su bello rostro lleno de optimismo. Me llenó de abrazos y de esa sonrisa cálida que siempre reconforta, me untó pomada con sus pequeñas manos calientitas y me dio el beso de las buenas noches, como en mis días de infancia.
Lo que me despertó hoy fue una llamada de ella a primera hora. El dolor seguía ahí, sin duda, pero mi mamá también. ¡Cómo no estar agradecida por la vida a pesar de toda la angustia!
Volví de nuevo a mis 9 años, cuando ella llegaba hasta mi cama para arroparme y hacerme sentir que las pesadillas eran sueños desagradables y nada más. Me regaló su luz, su amor, su dedicación, su entusiasmo sin límites por la vida.
Por si fuera poco, llegó más tarde mi suegra, y con esa dulzura tan parecida a la de mi propia madre, me brindó un amoroso abrazo y me consintió como sólo ella sabe hacerlo. Fueron apenas unos pocos minutos, pero su luz y esa sensación de sentirme protegida siguen en mi corazón.
Qué curiosa es la vida, que cuando uno se siente abatido, acabado y sin esperanzas, siempre se da el modo de enviarnos a los ángeles de la guarda que nos rodean para recordarnos que no todo está perdido.
Yo no tengo con qué pagarte, vida, por estos dos maravillosos seres de luz que aparecen, como por arte de magia, cuando más las necesito, haciendo uso de esa sublime intuición que sólo una madre puede tener.

lunes, noviembre 20, 2006

De tarea...


Yo tengo una mala costumbre que quiero compartirles. Los días festivos, mi corazón no se queda quieto, y lejos de aprovechar el asueto para el solaz y esparcimiento, tengo la manía de reflexionar sobre los sucesos que dieron pie al festejo en cuestión.

Hoy es 20 de noviembre, aniversario número 96 de la Revolución Mexicana, así que, guiada por mi mala costumbre, decidí autorrecetarme el capítulo dedicado a Emiliano Zapata dentro del libro Grandes Personajes Universales y de México, de Editorial Océano.

No pretendo reproducirles aquí el texto completo, ni aburrirlos con mis impresiones al respeto, pero me gustaría compartirles un poco de lo que leí.

Al abrir el libro en la página 704, aparece en el lado izquierdo una foto del héroe mexicano, cuyo pie, muy poético, reza: "Emiliano Zapata, la estampa del líder, forjado en el crisol de los campesinos de Morelos, que con su coraje y valor supo elevar a los humillados campesinos a la condición de luchadores por la divisa de 'Tierra y Libertad', sin claudicar en ningún momento ni ante los oropeles de la gloria, ni ante las prebendas o el acoso de los poderosos, lo que acabaría pagando con su sangre".

Justo al lado derecho, una breve y sencilla entrada explica el porqué de la lucha revolucionaria que reivindicara el también llamado Caudillo del Sur.

"El problema de la propiedad de la tierra afectaba a todo México de principios de siglo (XX), pero era particularmente agudo en el estado de Morelos, situado al sur de la capital de la República. Los hacendados de la zona, apoyados por (el presidente) Porfirio Díaz, que ocupaba el poder desde 1870, habían ampliado sus posesiones ocupando las tierras comunales y desalojando a los pequeños propietarios para establecer plantaciones de caña de azúcar. Los campesinos, que no conocían otra forma de ganarse la vida que la de trabajar las tierras de sus antepasados recurrieron a todas las instancias posibles para conservar su medio de vida, pero todo parecía en vano. En 1910, el anuncio de que el general Porfirio Díaz deseaba prolongar su mandato, asegurándose por séptima vez la reelección como presidente, provocó el estallido de las tensiones sociales hasta entonces reprimidas y el inicio de la Revolución Mexicana. En Morelos, la revolución adquirió características propias, muy determinadas precisamente por la cuestión agraria y por la personalidad y la actividad del máximo dirigente revolucionario de este Estado: Emiliano Zapata".

Al final de la biografía del "Calpuleque", aparece una foto del cadáver del caudillo, la cual, según reza el libro, fue tomada a instancias de los asesinos de Zapata, a saber, el Presidente Venustiano Carranza (quien no había querido incluir en su plan de gobierno las necesidades obreras y campesinas) y el general Pablo Gónzalez.
En el pie de foto de dicha imagen dice lo siguiente: "El 10 de abril de 1919, Emiliano Zapata caía asesinado por los disparos a quemarropa efectuados por más de mil federales comandados por el general Guajardo, brazo ejecutor de la vil traición urdida por el presidente Carranza y el general Pablo González".
Lo que pasó después de la muerte de Zapata es por muchos conocido y ha sido contado de generación en generación.
Como todo capítulo histórico, claro, tiene mucho de la visión de los vencedores y no de los vencidos. Sin embargo, no hay moraleja en esta historia y las conclusiones quedan a juicio de cada quien.

sábado, noviembre 18, 2006

Sabias palabras

"Nadie tiene derecho a lo superfluo,
mientras alguien carezca de lo estricto"

Salvador Díaz Mirón, poeta mexicano

viernes, noviembre 17, 2006

Las tribulaciones del rey


Un buen día el señor Sol se descubrió malhumorado. No era un día diferente a los anteriores. Como siempre, se encontraba ahí, en medio de la galaxia, lanzando sus rayos en todas las direcciones.
¿Por qué estaba de malhumor entonces?
Los planetas no se habían movido de sus órbitas. Los asteroides y los meteoritos que tanto lo entretenían con su paso vertiginoso seguían ahí. Todo estaba tan en orden como siempre.
El señor Sol meditó. Tal vez no era nuevo esto de sentirse malhumorado. En realidad era una sensación que se le había colado poco a poco con el paso de los días, de los meses y de los años. Resultaba difícil saber cuándo había empezado a experimentar este malestar, pero lo que sí se daba cuenta es que aquel día era particularmente incómodo.
- ¿Será la Tierra la causante de este genio que me cargo?- se preguntó.
La Tierra había sido desde siempre su rincón favorito, el lugar al que día a día destinaba sus mejores actuaciones.
Pero he ahí que la Tierra ya no era la misma de antes.
- Qué tiempos aquellos- suspiró.
Su planeta consentido ya no le enviaba, como en sus inicios, los sonidos del agua cantarina corriendo por sus ríos, mares y cascadas; tampoco le compartía los aromas de sus cientos de miles de flores y árboles que él ayudaba a crecer con amorosa ternura, ni las imágenes de paisajes y animales sublimes, que le habían arrancado lágrimas en tantas ocasiones. Ahora llegaban hasta él, los ruidos de cientos de chicharras que lo volvían loco, gritos, lamentos, estallidos, un extraño tufo a humo que le picaba la nariz y la imagen de calles y avenidas plagadas de edificios que dominaban en medio de los cada vez más escasos espacios verdes y azules.
Pero no, definitivamente no era eso lo que lo tenía de malhumor, porque la extraña evolución de la Tierra le había sido equivalente a leer una extraordinaria novela, en la que se mezclaban por igual los momentos felices con las etapas de dolor.
- No, no es la Tierra, más bien es el hombre el que me tiene loco- pensó.
Se recordó a sí mismo, hace cientos de años, cuando estaba en la plenitud de su fuerza y lo bautizaban con diferentes nombres: Tonatiuh para los aztecas, Inti, para los incas, Helios para los griegos y Mitra para los persas y romanos.
Se organizaban fiestas en su honor, se le honraba, se regalaban bailes y ofrendas, se le agradecía su extraordinaria tarea sobre todos los seres vivientes a través de oraciones y cánticos, y a cada paso el sentía la plenitud de su poder.
Poco a poco, las ceremonias en su nombre fueron mal vistas. Se les llamaba paganas, con un dejo despectivo en la voz. Sin embargo, el señor Sol aún tuvo el consuelo, por muchos cientos de años, de los poemas en los que él servía de inspiración y de los muchos seres que a cada día se despertaban y daban gracias por poder contemplar nuevamente sus rayos.
- ¿Pero hoy? Hoy ya soy un estorbo. Si caliento demasiado, malo; si caliento poco, malo también. Mi nombre es utilizado para advertir los daños que pueden causar mis rayos, antes tan venerados. Ya existen pocos poemas, y muchos menos que me mencionen, y mi única alegría son esos cantos con que los pequeños me saludan algunas mañanas.
Nadie repara siquiera en que esta misma luz, que ahora pasa por América, más tarde estará en Africa y en Europa y Oceanía, en un acto de magia eterno con el que logró llegar a todos los rincones.
Nadie repara tampoco que mis rayos son justos y no hacen distingos, lo mismo acarician al hombre malo, que al bueno, al viejo que al joven, a la mujer que al hombre, al escritor que al actor, a la mesera y al payaso callejero.
De pronto, el señor Sol cayó en cuenta, con la fuerza de un latigazo, que lo que le estaba pasando no le era desconocido. De hecho, era una historia que había visto repetida en el mundo humano cientos de veces. El malhumor no se quito, pero al menos sintió un bálsamo al encontrar la respuesta ante la ingratitud del hombre, consciente de que era una historia que se seguiría repitiendo mientras el mundo fuera mundo.
- Simplemente, me estoy volviendo viejo- concluyó.
Y como todo buen viejo, decidió que seguiría ahí, alumbrando, y dejaría que el hombre entendiera la lección como siempre lo hacía, cuando tuviera que añorar lo que había perdido.

jueves, noviembre 16, 2006

Admiradísimo Doc:

Parecerá raro que escriba una carta aquí, como un post más. Obviamente, esto tiene una razón de ser porque la persona a la que va dirigida lo vale, no sólo por ser mi cuñado, hermano de mi marido, sino porque es un gran ser humano, que se ha convertido una inspiración para todos los que lo rodeamos. También sirve de pretexto para hablar sobre un don que pocas personas tienen y que el posee, y además obedece a que por ahora no tengo otra manera de pagarle el inmenso cariño que, sin decirlo, me ha demostrado en tantas ocasiones y que, por supuesto, es bien correspondido...

Querido Doctor Adán:
No lo sé de cierto, pero coincido contigo cuando dices que la carrera de medicina no es más sacrificada que otras. Coincido porque el que lo digas tú me basta y sobra.
Me consta que ni tú ni Moni han asumido su hermosa profesión con actitud de mártires. Eso es precisamente lo que los hace maravillosos a ambos.
Me explico más ampliamente.
Desde mi punto de vista, hay tres tipos de personas en el mundo: las que hacen su trabajo por dinero, las que lo hacen por vocación y las que lo hacen por amor.
Tú y Moni, sin duda, pertenecen al tercer tipo.
Cómo, si no es por amor, se podría explicar los años y años que te hemos visto entregarte con dedicación a tu carrera o el deseo de crecer que está cristalizando Moni en París.
Hace un rato lo comentaba con tu hermano. A veces no me explico los resortes que te mueven (y hablo en este caso exclusivamente de ti porque aún no he tenido el privilegio de ver a Moni dar consulta) pero te puedo decir que siempre me emociona ver con cuánto cariño recibes y atiendes a todo aquel que llega hasta ti, el seguimiento que das a tus pacientes, la paciencia que muestras, el interés que pones en cada enfermo, ¡vaya, hasta la sonrisa que brindas!
Estoy segura que si hubiera más doctores como ustedes, más seres entregados con amor a cada una de las cosas que hacen, el mundo sería mucho mejor, sin duda.
Yo qué te puedo decir. Cualquier homenaje que haga en tu nombre es poco, Adán. Más allá de que para mí seas el mejor médico general-internista-dermatólogo del mundo, no tengo ni palabras, ni dinero, ni nada más que mi cariño para agradecer todas las veces has estado para todos nosotros, no sólo por el inmenso cariño que se ha creado con el lazo familiar, sino simplemente por el amor con el que encaras lo que haces.
¡Cómo se pagan todas las ocasiones que nos has resuelto dudas, preocupaciones y problemas de salud, sin importar si te sacamos del cine, si estabas durmiendo o si tienes trabajo!
Yo me siento tranquila porque sé que estás tú en este mundo y para mí hace mucho que eres un ángel guardián al igual que Moni.
Te agradezco, además, por el callado cariño con el que proteges a tu hermano aun cuando no estás cerca, por ese corazón generoso que me hace admirarte siempre, por ser un tío invaluable para mis hijos, por Rodri, por los abrazos, por las sonrisas, por los chistes...
Le preguntaba a Oli hace un momento, lo que antes le pregunté a tu mami y ahora te pregunto a ti. ¿Cómo es que tu familia logró crear a seres tan hermosos, tan llenos de nobleza y de luz?
¿Conoces tú la respuesta?
En lo que la encontramos, va todo mi cariño, mi respeto, mi admiración y el deseo de que su amor siga creciendo para ti y para Moni...
Con todo mi cariño
Taydé

miércoles, noviembre 15, 2006

Mi cofre de sueños

Hace tiempo, cuando niña, soñaba con ser Miss Universo. Le tomaba prestados a mi mamá sus vestidos y sus zapatos y desfilaba por la casa, primero con vestido de noche y después en trajes típicos y de baño. Los aplausos resonaban por doquier en mis oídos y yo imaginaba al cúmulo de personas que me veían y envidiaban mi belleza, sobre todo cuando me "ponían" la corona, que yo simulaba con un collar de cuentas.
Poco a poco el tiempo fue dejándome en claro que no, lo mío no era ser Miss Universo, un poco porque cuando crecí me parecían superficiales dichos concursos y otro poco porque mi estatura y mi físico no jugaban a mi favor.
En otras ocasiones, cuando niña, soñaba con ser bailarina, y corría por toda la casa sintiendo la emoción sublime de mover mi cuerpo al compás de la música, a veces clásica, a veces moderna.
Y sí, tenía aptitudes para el baile, pero las circunstancias de la vida me impidieron tomar ese camino porque no tuve las clases necesarias a la edad adecuada.
Cuando llegó hasta mí el primer maletín médico de juguete, también soñé (como casi todos los niños) con ser doctora, y curé a mis muñecas y hermanos de un sinnúmero de enfermedades imaginarias. Era buena, lo juro. Sin embargo, apenas vi aquellos enormes libros que se autorecetan los médicos durante sus muchos años de estudios, aborté la idea. Eso sí, los doctores siguen siendo personas a las que profeso una gran admiración porque, después de todo, se necesita un enorme amor a los demás para poder resistir una carrera que exige, como ninguna otra, desvelos, horas y horas de trabajo y mucha paciencia. (¡Salud y amor para ustedes, queridos Adán y Mónica!).
En la adolescencia me dio por soñar con ser líder guerrillera, capaz de cambiar las injusticias del mundo y darme toda, por entero, a favor de una causa. En aquel entonces leí todos los días libros que me hablaran sobre el tema, pero poco a poco fui entendiendo que no todos podemos ser líderes y que también puedo hacer un gran trabajo desde mi pequeña trinchera.
Hoy por hoy soy periodista, y no me arrepiento ni un minuto por la historia que me ha tocado protagonizar. Después de todo, también soñé alguna vez con ser reportera, y de las buenas, y me metí muchas veces debajo de la mesa, grabadora en mano, para captar todo aquello que fuera noticioso, y corrí a la máquina de escribir de juguete, que me regalara mi abuelita, para escribir un costal de historias. Por supuesto, el ejemplo de mi papá, el mejor periodista del mundo, tuvo mucho que ver en este sueño cumplido.
También me da gusto ser mamá, porque por supuesto que tuve mi etapa de "Susanita", en la que di de comer a mis muñecas y soñé con el esposo perfecto. La vida permitió cumplir esa ilusión.
Hoy, a mis 36, tengo un cofre lleno de muchos sueños más, que incluyen estudiar otros idiomas, entrar a una escuela de escritores, escribir y leer miles de libros, viajar por todo el mundo, bailar, casarme de nuevo y con el mismo hombre, regalarme a mis hijos y a mis padres y hermanos.
Pero ahora, a diferencia de antes, ya no pienso en la posibilidad de cumplir los sueños, me dejo ir, porque sé que la vida será sabia y me permitirá cumplir aquello que esté en mi mano cumplir. Lo demás, será simplemente un hermoso recuerdo.

martes, noviembre 14, 2006

La respuesta


Juan se paró en la puerta de entrada y, tal como lo esperaba, todos estaban ahí. En primera fila, su hermano Armando, su papá y su mamá, luciendo sus mejores sonrisas de bienvenida. En una esquina, estaba su amigo Martín, a quien había despedido hacía tantos años; por allá, su amigo Ramiro, y detrás de él, muchos, pero muchos rostros conocidos que poco a poco tendría que ir descubriendo.
Estaba a punto de dar los primeros pasos para empezar a saludar cuando una voz potente lo distrajo.
- Abuelo. Abuelo Juan. Ya no puedo más. Estoy en el límite de mis fuerzas.
- ¿Magdalena?- preguntó Juan, nervioso, tratando de encontrar entre la luz y la oscuridad el lugar del que provenía la voz de su nieta.
- ¿Pero qué haces, Juan? Entra de una vez que hay muchas cosas que te esperan aquí adentro- se oyó la voz de su madre que lo llamaba.
Juan echó una última mirada hacia afuera, pero al comprobar que la voz se había apagado, concluyó que no se trataba más que de un truco de su imaginación y decidió entrar.
A la primera que abrazó fue a su madre. Era un abrazo tierno, cálido, muy parecido a los que recibía cuando se sentía indefenso en sus días de infancia. Después, vino su padre, quien le pellizco las mejillas con el cariño de siempre. Poco a poco se fueron acercando su hermano, los primos y los amigos, todos con un gesto amoroso diseñado especialmente para él.
¡Era tan armónico el ambiente y tan parecido a las reuniones familiares que tanto le gustaban! Juan se sentía pleno, feliz, reconfortado.
No hacía frío ni calor, no sentía miedo ni la necesidad de quedar bien con nadie, sólo quería dejarse ir en medio de ese amoroso abrazo que le brindaban sus seres queridos.
De pronto, el cúmulo de personas que había ido a recibirlo fue dejando el paso libre, y detrás de ellos Juan pudo contemplar con plenitud el hermoso paisaje que se abría ante él. No se trataba de un escenario desconocido, de hecho, lo había dibujado, imaginado y soñado cientos de veces: una amplia pradera, con algunos declives por aquí y por allá, muchas flores de colores y un río a lo lejos.
-No se imaginan cúantas veces soñé con rodar en una pradera así, junto con mi hermano y mis amigos- pensó Juan en voz alta.
- ¡Y qué esperas para hacerlo?- le dijo su madre.
- Pero ¿cómo supieron que este era el paisaje de mis sueños?-, volvió a pensar Juan.
- Aquí todo se sabe, hijo. Pero ¡anda!
Juan comenzó a encaminarse a la pradera, donde ya lo esperaban su hermano Armando, así como Martín y Ramiro, los mejores amigos de su infancia.
- A la una, a las dos y a las tres- gritaron todos al unísono, y comenzaron a rodar por el pasto, mientras reían divertidos.
Después se organizó la pesca, y más tarde, Los Encantados, La Gallina Ciega, La Rueda de San Miguel y todos los juegos de la infancia que ahora volvían a concederle a Juan el placer de convertirse en un niño. También pudo recostarse en el regazo de su madre, pasear por la pradera con su padre, charlar largamente con su hermano y bañarse en el río con los amigos.
No había duda de que aquello era la plenitud en toda la extensión de la palabra.
Juan perdió la noción del tiempo. ¿Habían pasado horas, días o meses? Era fácil olvidarse de todo en medio de aquel paraíso. Sin embargo, de pronto, otra vez, la voz de Magdalena, fuerte y poderosa, llegó hasta él.
- ¿Abuelo? ¿Dónde estás, abuelo? De verdad ya no puedo más.
- ¿Princesa? Dime tú dónde estás que no te veo
Juan empezó a seguir, a ciegas, la voz de su nieta.
- ¿A dónde vas Juan?- le dijo su padre.
- Es mi nieta Magdalena, papá, me está llamando.
- No puedes verla, ni puedes ir a donde está ella, quédate aquí. Estará bien.
Juan trató de hacerle caso a su padre. Después de todo, hacía tiempo que había caído en la cuenta de que el viejo era un sabio. Sin embargo, la voz no cesaba.
- ¿Por qué te fuiste, abuelo? ¿Por qué me dejaste sola? Perdí el rumbo, ya no sé para donde ir, perdí esas alas que tú decías que Dios me había dado. Estoy desesperada, ¿qué voy a hacer? Ayúdame, por favor, abuelo- decía la nieta una y otra vez entre sollozos
Juan se sentía cada vez más angustiado y en busca de una salida que no aparecía por ningún lado.
- Hoy me dijo una señora que todos pagamos las deudas de generaciones pasadas. ¿Te quedaste con deudas pendientes, abuelo? Por favor, pídele perdón a Dios por ellas y ayúdame a salir de este laberinto.
- Pido perdón a Dios, princesa, si eso te devuelve la paz. De hecho, le pido a Dios con todo mi corazón que me deje salir de este paraíso para estar contigo, como antes- respondió Juan, a pesar de que estaba seguro que Magdalena no podía escucharlo.
Así, sin poder evitarlo, Juan empezó a llorar. Le pareció increíble. Hasta hacía unos momentos él pensaba que en aquel sitio no se sentía más que paz, felicidad y amor, pero la voz angustiada de su nieta lo había dotado nuevamente de lágrimas y de sensaciones de dolor.
- ¿Qué pasa, hijo? En este lugar no se llora- le dijo su padre mientras lo abrazaba cariñoso.
- Papá, sé que no puedo irme, pero necesito hablar con Magdalena. Es urgente, está desesperada y me llama una y otra vez.
- Está bien, hijo. En realidad no deberías, porque tu lugar esta aquí. La otra dimensión hace mucho que ya no te pertenece ni puedes hacer nada más en ella. Sin embargo, comprendo tu angustia, así que te diré lo que puedes hacer: Sólo te está permitido dirigirte a Magdalena una vez y a través de un sueño. Tienes que pensar muy bien en lo que quieres decirle, porque no puedes excederte de tres frases cortas y no tendrás otra oportunidad para comunicarte con ella aparte de ésta. Piensa bien y en cuanto estés listo, me avisas.
Juan se sentó en la pradera. ¡Sólo tres frases para reconfortar el corazón de su princesa! Lo pensó una y otra vez y cuando estuvo listo, llamó a su papá.
Aquella noche, Magdalena soñó con su abuelo Juan.
- Princesa, las respuestas están en tu corazón. Tienes que seguir. Yo estoy feliz.
Dichas las palabras, Juan volvió con el grupo que ya lo esperaba para ir de pesca nuevamente, y sólo oyó una vez más la voz de su nieta que esta vez le arrancó una sonrisa llena de amor y ternura.
- Gracias, abuelo. Lo entendí. Sigue en paz que no te defraudaré.

domingo, noviembre 12, 2006

Tal como ocurrió

Resulta que Hércules, Blanca Nieves y Cuasimodo se encontraban una tarde tomando una copa.
Hércules comenta: "Todos dicen que soy el mortal más fuerte de la Tierra, pero no sé cómo pueda probarlo, esto siempre me ha preocupado."
Blanca Nieves le responde: "Tienes razón, a mí me pasa lo mismo, todos dicen que soy la mujer más bella del mundo pero... ¿Cómo saber si es verdad?"
Cuasimodo agrega: "Sí, todos dicen que soy la persona más fea y deforme del planeta."
De pronto, Blanca Nieves tiene una idea y dice: "Amigos, tengo la solución. Rezaremos esta noche a Dios pidiéndole que nos revele la verdad."
A la mañana siguiente se encuentran los tres en un restaurante para desayunar y Hércules dice: "He hablado con Dios y él me ha dicho que de verdad soy el hombre más fuerte del mundo."
Cuasimodo dice: "Yo también y me ha confirmado que soy la persona más fea y deforme del planeta."
Y Blanca Nieves pregunta furiosa: ¡¡¿¿Quién chingaos es Taydé del Río??!!
(Mi bella amiga Gaby me lo mandó. Claro, ella no sabía que éste es el real, je je je)

Poema para alegrar a mis negritos


Hay un poema que me encanta. Lo declamaba mi papá desde que me acuerdo.
Mientras él lo decía, yo sentía como la piel se me iba poniendo de gallina y el corazón se me llenaba de muchas lagrimitas, y tenía ganas de abrazarme a mi papá fuerte, y no dejarlo que me soltara. Todavía hace unos meses, me tocó que lo dijera nuevamente para una emisión de radio y creo que todavía no me recupero del nudo en la garganta que me provocó.
Con estos versos acostumbro alegrarles la vida a mis negritos. Verán, hay días que les canto, hay días que les bailo y en otros más les digo poemas tan sólo para verlos sonreír.
Como hoy es dominguito y las musas se fueron de descanso, decidí compartirles estas bellas líneas, en homenaje a esos dos pequeñitos sin los cuales mi vida no tendría mucho sentido.
¡Va por ustedes, papitos!
Canción de cuna para dormir a un negrito
Emilio Ballagas
Dórmiti mi nengre, dórmiti ningrito.
Caimito y merengue, merengue y caimito.
Dómiti mi nengre, mi nengre bonito.
¡Diente de merengue, bemba de caimito!
Cuando tu sia glandi vá a sé bosiador...
Nengre de mi vida, nengre de mi amor...
(Mi chiviricoqui, chiviricocó...
¡Yo gualda pa ti taja de melón!)
Si no calla bemba y no limpia moco
le va' abrí la puetta a Visente e' loco.
Si no calla bemba, te va' da e' gran sutto.
Te va' a llevá e' loco dentre su macuto.
Ne la mata 'e güira te ñama sijú.
Condío en la puetta " etá e' tatajú...
Dórmiti mi nengre, cara 'e bosiador,
nengre de mi vida, nengre de mi amor.
Mi chiviricoco,chiviricoquito.
Caimito y merengue, merengue y caimito.
A'ora yo te acuetta 'la 'maca e papito
y te mese suave...Du'ce... depasito...
y mata la pugga y epanta moquito
pa que droma bien mi nengre bonito...

sábado, noviembre 11, 2006

Lo que el mundo debería ser...

Si yo fuera presidente, mi primer acto de gobierno tendría que ver con los niños. Mandaría a los ejércitos a cada casa, por más apartada que estuviera, para verificar que cada niño duerme calientito en una cama, come bien, tiene acceso a la escuela y a los servicios de salud, cuenta con ropa y techo dignos para vivir y tiene un espacio para muchos libros que lo lleven a mundos desconocidos y maravillosos.
Pediría que los soldados se cercioraran de que en cada hogar los pequeños reciben las dosis de ternura y respeto que necesitan, y que todas las madres les recuerdan a sus hijos, por lo menos una vez al día, que son seres maravillosos, llenos de luz, fuertes, independientes, capaces y hermosos.
Promulgaría mi primera ley: Todas las madres y padres están obligados a prepararse día tras día para desempeña r su papel. Nada de improvisaciones. Todos deberán leer libros que se repartirán de manera gratuita sobre educación, psicología y nutrición. Además, deberán decir te amo a cada uno de sus hijos, desde el fondo de sus corazones y por lo menos dos veces al día.
Después obligaría a la policía a recoger a cada delincuente que ha golpeado a un niño, a los que los torturan y a los que abusan de ellos.
No tendría ni un minuto de piedad con los pederastas, porque no hay ningún argumento capaz de justificar que la vida de un pequeño se torne una pesadilla por causa de las pasiones retorcidas de un adulto.
Antes de que una madre tuviera a un hijo, tendría que pasar por pruebas psicológicas que determinaran que está capacitada para cuidarlo y asumir una responsabilidad que dura años.
La cosa es que no soy presidente y por ahora las posibidades de serlo no existen para mí. Tan sólo me entristece porque nada de esto en lo que creo se puede llevar a cabo.
Sin embargo, sigo pensando que los gobiernos y las sociedades deberían tener en claro que son los niños el futuro del mundo. Que ellos serán los adultos del mañana y que protegerlos no es una tarea menor. Por el contrario, debería ser la prioridad en cada ciudad, pueblo, país. La reflexión es sencilla: Una gota de violencia o de amor, se transformarán en unos años en las dosis de amor y violencia que inundarán las calles del mañana.
¿Qué es exactamente lo que queremos para este mundo?

viernes, noviembre 10, 2006

El cuento de misterio más hermoso del mundo


¿Cómo podría titularlo de otra manera?
Este relato no lo escribió Edgar Allan Poe, tampoco Agatha Christie, Ray Bradbury o Sir Arthur Conan Doyle.
El autor no es Saramago que me hace cimbrar con su manera de exponer las manías y miserias humanas, ni Gabriel García Máquez que siempre me sorprende con su realismo mágico.
El autor se llama Andrés, tiene 10 años y es mi hijo. Hoy decidió sentarse a escribir por primera vez un cuento, simplemente por el gusto de hacerlo y un poco porque lo motivó el hecho de que en los últimos días ha visto a su mamá muy entretenida y feliz con su blog.
Durante media tarde, lo vi debatirse con la computadora, y cuando me pidió que leyera su texto sentí una emoción indescriptible. Casi podía cerrar los ojos y verlo recibiendo el Premio Nobel de Literatura.
¿Qué quieren ustedes? Soy mamá, y la más orgullosa de sus retoños.
Por si fuera poco, el cuento habla sobre los fantasmas, un tema por el que mi negrito y yo sentimos una especial fascinación, de la cual después les hablaré con mayor amplitud.
Por ahora los dejo con el relato de misterio más bello del mundo:

En la Villa, solo.

Era un día nublado, decidí ir con mis dos mejores amigos al pueblo más cercano, llamado Villa del Muerto; fuimos a jugar, pero algo nos sorprendió, cuando llegamos no había nadie, lo cual era rarísimo, ya que al anterior día estaba muy poblado
-¿Cómo pasó esto?- dijo Marisa.
– No lo sé.
-¿Cómo lo dices tan tranquilo? Este pueblo estaba completamente lleno, no es normal que desapareciera así la gente- dijo Pedro y estaba en lo cierto
-¿Qué hacemos?
- No sé, solo tengo 20 pesos, no me alcanza para irnos en taxi, porque sólo pasan taxis aquí.
-¿Piensas en salir?- me dijo Pedro.
Marisa y yo lo vimos con una expresión de ¿estás loco?
-Lo siento- dijo
Después caminamos mucho tiempo y nos cansamos mucho.
-¡BASTA!, no puedo seguir-dijo Marisa entre sollozos y lágrimas.
- Tranquila, saldremos de aquí- le dije.
Se secó las lágrimas y siguió.
Después de un rato llegamos a un río muy ancho y largo.
-No lo podemos cruzar saltando como siempre- dije.
-Ese árbol hay que tirarlo, está chueco, será fácil- dijo Pedro.
Lo tiramos y cruzamos el río.
-Miren la salida. Corrimos a ella, pero a medio camino Pedro desapareció. Marisa y yo nos espantamos y después Marisa también desapareció. La salida igualmente se esfumó. Corrí sin parar asustado y vi a Pedro y a Marisa desmayados, les grité.
-¡Despiértense!, ¡por favor!
Pero no hacían caso los tomé de sus camisas y los arrastré, estaban muy pesados hasta que al fin salí de allí o eso creí.
Era de noche ellos no se despertaban voltee y vi que seguía ahí; vi una luz, eran papá y mamá en el coche
-Sube, Ramón.
Me subí con Pedro y Marisa inconscientes. Cuando salimos de ahí, Pedro y Marisa despertaron.
- No vuelvan a ese pueblo- dijo papá.
-¿Por qué?
- En ese pueblo asesinaron a la gente de ese lugar y esas personas desaparecieron y ahora sus almas se llevan a cualquier persona que se atraviese en su lugar y las dejan inconscientes hasta que salgan de ese pueblo y hasta ahora son las únicas personas que salen con vida de La Villa del Muerto.

jueves, noviembre 09, 2006

Así es la vida

Se despertó porque el sol, en su cenit, le estaba cociendo la cara. Para variar no sabía dónde estaba, así que tuvo que darse unos segundos para ubicarse: una rueda aquí, otra allá, un hedor imposible en aquel charco pantanoso que está unos centímetros más allá, y un cúmulo de basura en el que había reclinado la cabeza para descansar mejor. Evaluó. Se encontraba entre dos coches estacionados en plena calle.
No recordaba siquiera cómo había llegado ahí. Para variar andaba de vagabundo con los amigos, otros callejeros como él que sabe Dios en dónde andarían para estas horas. Recordaba levemente que ya muy entrada la madrugada habían tenido un breve altercado con un grupo de provocadores que encontraron en el camino, no había sido nada de importancia ni había habido lesionados. Incluso podría decirse que fue divertido, porque uno de los placeres más grandes de su palomilla era buscar pleitos. Pero por más esfuerzos que hacía no podía traer a la memoria consciente cómo había ido a parar a ese sitio ni por qué.
Tampoco era que le importara demasiado. Había aprendido a dormir sobre alcantarillas y suelos fríos y duros desde que nació. Su madre lo había abandonado apenas aprendió a valerse por sí mismo, pero lejos de lamentarse y convertirse en una víctima del mundo, él decidió aprovechar la libertad a su favor. Amaba rondar por la noche, mirar las estrellas y encontrarse cada día con sus amigos en la misma esquina para divertirse cada vez de una nueva manera. Los despertares eran siempre igual, a mediodía y tras un sueño reparador.
Era todo un bohemio que se divertía inventándose historias sobre cada cosa que veía, el sol, los árboles, los autos, las aceras, todo era un motivo para él.
Como era de espíritu alegre y bonachón, había logrado juntar unos cuantos mecenas que evitaban que le faltara el alimento diario. De hecho, fue uno de ellos el que empezó a llamarlo Paco y él decidió que le sentaba muy bien el nombre.
Dormir tampoco era un problema, porque para eso estaba el espacio infinito del pasto y las aceras de la ciudad, y en las noches de frío, siempre encontraba un par de periódicos amontonados entre el cúmulo de basura que se apilaba por todos los rincones.
Paco decidió desperezarse. Su primera parada fue para hacer un breve desayuno en la tienda de don Chema, uno de sus protectores. Después, corrió desaforado hasta la casa de la rubiecita aquella que lo traía loco.
Salía todos los días a la misma hora, el cabello perfectamente alaciado, los ojos brillantes y la cabeza en alto, tan alto que Paco sentía a veces que le iba salir volando hacia el cielo. El la observaba fijamente, su mirada centellante, su paso coqueto y soberbio.
Cuando ella arrancaba a caminar, Paco la seguía unas cuantas cuadras, pero siempre se detenía en la misma esquina, seguro de que ella no le regalaría ni siquiera una mirada.
En alguna ocasión se había armado de valor para acercarse tímidamente a saludarla, pero ella lo había mirado con tal fiereza que fue suficiente para hacerlo comprender que un callejero como él nunca podría volar tan alto. Desde entonces, se conformaba con verla pasar, todos los días.
Luego de que partiera la rubiecita, Paco dio dos vueltas a la manzana en espera de la siguiente diversión del día. Nada menos que la salida del Negro. Era un fulano pequeño y robusto, agresivo con los débiles y cobarde con los fuertes, como todos los de su clase. Paco no toleraba este tipo de comportamiento -esas son las cosas que no se soportan cuando se ha vivido en la calle expuesto a todo tipo de humillaciones- por ello se entretenía molestándolo cuando salía a comer sus grandes filetes de niño rico.
El Negro nunca se atrevía a mirarlo, no sólo por miedo sino porque, después de todo, Paco, por muy grande que fuera, no era más que un peladito al que no había que hacerle mucho caso. El Negro tenía quien lo defendiera, Paco no, y eso les quedaba muy claro a ambos. Era un lío eterno, pero sin consecuencias.
El resto de la tarde, Paco lo pasó dando vueltas por ahí, mirando aparadores, contemplando cómo el ocaso se iba dibujando poco a poco en las fachadas de las casas.
También paseó por el parque y sintió, como siempre le pasaba, que su corazón vibraba lleno de ternura ante las madres jugando cariñosas con sus hijos. ¿Cómo habría sido yo si mi madre se hubiera quedado conmigo?, se preguntaba.
A veces, se sentaba cerca de la fuente, para sentir con la brisa le llenaba el rostro de gotitas templadas, y en otras, simplemente se dedicaba a mirar el cielo.
Esa tarde, no hubo más sobresaltos que el paso de la camioneta, aquella que asaltaba por sorpresa a todos los que, como él, vivían en la calle. Su compadre ya había experimentado el infierno. Se lo habían llevado una tarde y lo habían puesto tras las rejas sin justificación alguna. Milagrosamente, había logrado escaparse en un descuido de los guardias, pero siempre alertaba a los amigos para que evitaran a toda costa pasar por la misma situación.
- Ese es el destino de los pobres, como nosotros, compa- le había dicho en un momento de nostalgia –nadie nos ve, o nadie quiere vernos, pero un buen día llegan y te cargan. ¿Qué se puede hacer sin alguien que te defienda? En aquel lugar, los gemidos por las noches son escalofriantes, es una mezcla entre soledad y abandono. Los más suertudos han vivido para contarlo; los demás, mueren en el olvido.
Llegó la noche y Paco fue a cenar, esta vez en la taquería de don Armando. Una vez saciada el hambre y la sed, se dirigió al parque, a encontrarse con los amigos, como siempre.
Pero no llegaron. Paco no lo entendía, recorrió unas cuadras por aquí y otras cuadras por acá en espera de que alguno apareciera, pero no se veía nadie en la noche solitaria. Se sentó en la banqueta seguro de que asistirían, no tendrían por qué no hacerlo, pero pasó una hora, y otra y otra más sin noticias.
¿Los habrá cargado la camioneta? ¿Habrán cambiado el sitio del encuentro sin que yo lo supiera? ¿Qué fue lo que pasó?
Paco se sintió triste, como nunca antes. Ya estaba acostumbrado a los abandonos y nunca hacía demasiado aspaviento por ellos, ese era el destino de los pobres como él, de los que habían nacido en la calle y sin esperanzas, pero había aprendido a asumirlo casi con alegría; sin embargo, aquella vez comprendió lo que era la soledad en toda la extensión de la palabra. Después de todo, llevaba mucho tiempo con la misma palomilla.
Sintió un ardor que le quemaba la garganta, quería gritar de una vez y para siempre. Por fin se había dado cuenta que aunque se empeñara en negarlo, la vida no había sido justa con él.
¿Por qué no me tocó nacer en el calor de un hogar, con las caricias que a todos los seres les corresponden en este mundo?
- No Paco, no. Los hombres no lloran- se reprendió a sí mismo, cuando la poca fortaleza que le quedaba lo estaba abandonando.
La cosa es que Paco no era hombre, era un perro, así que se acalló la voz interna y se quedó en medio del parque, aullándole a las estrellas.

martes, noviembre 07, 2006

Un sujeto que me inspira


A éste lo conocí hace poco más de 33 años. Lo primero que expresé de él fue una queja. "Me está molestando", dije, y tras reflexionarlo pienso que sí, debe haberme parecido una molestia. Después de todo, yo llevaba tres años siendo la reina de la casa, la hija única, cuando llegó este enanete a mi vida. Eso calienta.
Me lo imagino en aquel entonces pequeñito y con esa mirada profunda que tanto impresionaba a mis papás viniendo de un recién nacido. No tengo una noción clara de aquellos años, pero imagino que la sensación "molesta" me pasó pronto, sobre todo cuando veo la foto en la que ambos aparecemos a los cinco y dos años, muy arregladitos y riendo a tambor batiente. Es mi imagen favorita hasta la fecha.
Supongo que nuestra relación no debía ser distinta a la de cualquier par de hermanos, a no ser porque vivíamos en un mundo de pesadilla, y eso nos hizo desarrollar una complicidad muy especial.
Eso sí, como todos, peleábamos hasta porque pasaba la mosca. Debo confesar que yo era un hueso difícil de roer, molestaba a mi hermano y le daba sus mazapanazos a la menor provocación. Por su parte, él me martirizó en muchas ocasiones, como aquella en la que compró un anillo que daba toques y se divertía persiguiéndome por toda la casa tan sólo para torturarme.
También había momentos buenos, como cuando yo me inventaba cuentos especialmente para él y el me compartía los excelentes dibujos que hacía desde la infancia.
Conforme fuimos creciendo, nuestra relación siguió con altibajos. En ocasiones sentía unos profundos deseos da ahorcarlo, como en su temporada Pink Floyd, que me hacía despertar cada mañana con la música de este grupo a todo volumen, y sospecho que él también tuvo ganas de colgarme del asta mayor del Zócalo en varias ocasiones. Aun así, disfrutaba a plenitud charlar con él y ver como, paso a paso, se iba convirtiendo en el músico virtuoso que es hoy.
El me enseñó a disfrutar la música, porque nunca he sido muy ducha en el tema, y debo reconocer que lo poco que sé lo sé por sus discos y sus gustos musicales.
Sin embargo, no me di cuenta cuanto lo quería sino hasta que salí de mi casa para formar mi propio hogar. Recuerdo unas semanas después de mi boda, cuando mi hermano me confesó que me extrañaba y yo le dije que era plenamente correspondido. De hecho, lo extraño siempre.
De entonces a la fecha lo quiero cada día un poco más. Él estuvo en el nacimiento de mi primogénito y le llenó la vida con las espléndidas notas de su guitarra; él me dejó estar con él en la conformación de su familia y el nacimiento de su pequeño retoño, un retratito a acuarela de él mismo, pero sobre todo, él me ha acompañado a cada paso del camino, lo mismo si estoy feliz que si estoy triste. Es, sin duda, uno de los pilares que me sostienen.
Un buen día, descubrí que además de ser el mejor músico del mundo, también escribía. Debo decir que no tenía porque ser una sorpresa, tomando en cuenta su enorme sensibilidad y el hecho de que siempre fue mejor lector que yo, pero lo fue. Podría haberme dado celos, pues hasta entonces la de las letras era mi habilidad especial, la única que tenía y por la cual me reconocía la familia. Sin embargo, recuerdo haber llorado de emoción ante el primero de sus textos que leí, e incluso le comenté lo que hasta hoy pienso: ¿cómo me atrevo a escribir yo, si estás tú?
Hoy se ha convertido en un bardo que se llama Grimalkin, y me ha vuelto una adicta a sus textos que busco noche tras noche, para evitar tener una crisis de abstinencia. Cada vez que lo leo, siento rabia de que en este país no se le dé el apoyo a talentos como él para que escriban cientos de libros. Es espléndido y siempre me deja sin palabras.
Lo mismo siento cuando lo escucho tocar. Cada una de las notas que le extrae a su guitarra, tienen la virtud de colarse por la piel hasta llegar a las moléculas y luego a los átomos para hacerlos vibrar.
Este sujeto es mi inspiración sin duda, no sólo por sus grandes cualidades artísticas, sino porque además es portador de una recia personalidad, detrás de la cual se esconde un inmenso corazón, sensible, vulnerable y generoso.
De hecho, fue él quien motivó la creación de este blog.
El sujeto en cuestión ha sido mi amigo, mi confidente y mi cómplice y lo quiero más allá de lo que pueda expresar. Todos los días me levanto y le pido a la vida que me lo deje mucho tiempo más acompañándome en el camino, porque sin duda es una de mis grandes bendiciones y una razón más para seguir en este mundo.

domingo, noviembre 05, 2006

Mi mejor amigo


Lo conocí hace 16 años, en mi primer día como alumna de la carrera de periodismo. Fue él quien me ofreció la más franca de las sonrisas, justo cuando me sentía la más ridícula del mundo, por haber entrado tarde y trastabillando al inicio de las clases.
Nuestra amistad se fue cocinando poco a poco y con paciencia, como los buenos guisos, y la ubicación nos ayudó en esta tarea. Su pupitre estaba exactamente detrás del mío, así que durante meses tuvimos oportunidad de platicar y conocernos. Primero compartíamos comentarios sobre las noticias del día y los eventos de la escuela; después descubrimos que teníamos la izquierda como ideología común y de vez en vez nos dábamos el gusto de intercambiar los libros de literatura que colábamos entre los cuadernos y los textos.
Él era un caricaturista que ya publicaba en periódicos y yo trabajaba entonces como correctora de estilo. El no hablaba mucho, incluso a veces me parecía excesivamente introvertido, y yo en cambio siempre he sido una tarabilla. Sin embargo, logramos convertir nuestras diferencias en un modo de complemento.
Unos meses después de conocerlo, y tras ver unas fotografías de un viaje que varios compañeros realizaron a la playa, descubrí que, además, mi buen amigo era un hombre hermoso, e incluso barajé la posibilidad de coquetear con él, pero pronto la deseché, convencida de que era mejor una buena amistad que un mal noviazgo.
Sin embargo, el destino es el destino y años después (dos para ser exactos), mi amigo se convirtió en mi novio. Al principio, la relación fue un poco rasposa, al fin y al cabo no es fácil cambiar de un estatus al otro. No obstante, poco a poco fui descubriendo lo que ya sabía: detrás de esa apariencia introvertida, se escondía un corazón tierno y generoso.
Los siguientes tres años y medio, mi mejor amigo y yo compartimos besos, abrazos y caricias, pero también el cine que tanto le gusta, las historietas que han sido su pasión desde la infancia, el gusto común por pasear en las librerías, la música de Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat, Los Simpson, mucho café, caminatas por La Alameda y lo que nosotros llamamos "nuestra visión crítica del mundo", que en realidad se refiere a que destrozamos todo y a todos aquellos con quienes no estamos de acuerdo a través de chascarrillos y burlas sin fin.
Mi mejor amigo me dejaba dormir en su hombro cuando me sentía agotada por las largas jornadas de escuela y trabajo que tenía que resistir diariamente; me escuchaba lo mismo si tenía una historia emocionante para él que si me había cruzado con un perro en la esquina y era lo único que podía contarle; me hacía reír para espantarme las tristezas y, sobre todo, me aceptaba con cada una de mis virtudes y defectos.
Yo empecé a desarrollar un vicio: cada día sentía una enorme necesidad de contarle a él absolutamente todo lo que me pasaba. Seguramente tiene que ver con que sé que aunque a veces me da mis jalones de oreja, mi amigo siempre ha estado para mí.
Hace casi 11 años, el 2 de diciembre se cumplen, me casé con mi mejor amigo. La verdad es que él y yo descubrimos que nos costaba trabajo despedirnos noche a noche y había que resolver el problema. ¿Cómo?, pues viviendo juntos.
Debo confesar que tenía un poco de miedo. Nuestra amistad era perfecta hasta ese momento y no quería echarla a perder, pero aún así me aventé al precipicio.
Entre los dos creamos una casa de papel, con muchos libros, cómics y escritos por todos los rincones. El trajo a mi vida su restirador y sus dibujos, yo le di a la suya mis kilos de cuadernos, libros y ropa.
Cuando nació nuestro primer hijo, mi mejor amigo estuvo ahí, sosteniendo mi mano en medio de los dolores del parto y derramó lágrimas cuando escuchó el llanto que anunciaba la vida de nuestro primogénito. La escena se repitió con el nacimiento del segundo bebé, que ambos compartimos con una complicidad que iba más allá de las palabras.
Mi mejor amigo cambió entonces, se volvió una mezcla entre niño y maestro. Lo he visto cambiar pañales, dar leche, embadurnarse con pasteles de cumpleaños y dulces de Día de Muertos, jugar videojuegos, abrir los regalos de Santa Claus y Reyes como si fueran para él, enseñar el valor artísitico de un cómic con la misma facilidad con la que explica una suma y una resta y estremecerse de emoción ante un baile del Día de las Madres.
No crean ustedes que ello significa que mi mejor amigo me ha dejado sola. Por el contrario, a lo largo de los años me ha hecho reír con los chistes que dice cotidianamente y casi sin querer, me ha enseñado nuevas cosas, como el valor de una película de ciencia ficción, de esas que tanto le gustan, y ha compartido conmigo las "chick flick" que lo aburren un poco, pero que ve porque sabe que soy una romántica sin remedio.
Mi mejor amigo y yo las hemos pasado duras, y mucho, pero él nunca se ha acobardado y me ha brindado a cada paso su brazo fuerte para sostenerme.
Aún sigo teniendo el vicio de contarle todo lo que me pasa, no he encontrado hasta ahora un escucha más atento y comprensivo. También tengo adicción a su risa, que contagia, y sus silencios, que me brindan tanta paz.
No me gusta mirar demasiado hasta el futuro, porque es imposible saber lo que pasará mañana, pero cuando llego a pensar en la vejez, me imagino al lado de mi mejor amigo, paseando por librerías, viajando por el mundo, disfrutando nietos, pero siempre juntos.
Como dice él: " Así y sólo así debe ser la vida".
Este es un homenaje, por todo tu amor, mi Ovivi, y no podía dejar de estar en mi blog.

sábado, noviembre 04, 2006

Mesera por un día

Hace un par de días decidí que en vista de que por ahora hay poco trabajo en el periodismo, tenía que poner manos a la obra en cualquier otra actividad si no quería quedarme en la más infinta miseria (aún corro el riesgo).
En fin, el caso es que siempre había soñado con ser mesera, tal vez un poco inspirada por el personal que me tocó conocer en la Peña de Gabriel del Río, el café que tuvo mi papá por cerca de 15 años, o quizá simplemente porque me gusta servir a los demás.
Muy ufana, me dirigí al primer restaurante que ofrecía trabajo (omito el nombre porque la experiencia fue penosa).
Una vez ahí, me informaron que tenía que pasar por un entrenamiento, por lo que entraría como garrotera. Todo iba bien, porque a pesar de que me daba tristeza tener que pasar por una experiencia que nada tiene que ver con mi carrera, decidí imprimirle todo mi entusiasmo al trabajo y hacerlo como una verdadera profesional. Y lo hice, de verdad.
Además, me repetía a mi misma que se trataba de un restaurante muy mono, que si bien vendía tacos, era muy limpio y tan "popis" que incluso había tenido una sucursal en San Jerónimo.
El problema es que tengo ética y eso acabó en un día con mis deseos de dedicarme a la meserada.
Me explicaron, por ejemplo, que en cada mesa había que poner un tortillero lleno, y una vez que los clientes se iban, me ordenaban que recogiera todo y que colocara las tortillas sobrantes en una canasta, para después utilizarlas en el servicio de las personas que llegaran.
Lo mismo pasaba con los limones, a cada mesa se le ponía un platito con mitades de esta fruta y una vez que los comensales se retiraban, los limones exprimidos iban a la basura y los demás a un traste donde se reciclaban.
Ustedes perdonarán, pero pasé cerca de ocho horas imaginando cómo los bichos invisibles de las manos de un cliente iban a parar a la panza del otro y del otro y del otro, sin que ellos lo imaginaran siquiera, seguros de que estaban comiendo en un lugar limpio.
Aparte, la charola de los postres, que ostentaba deliciosos pastelillos para ser ofrecidos a los comensales, estuvo a mi lado durante mi único día como mesera, a la intemperie y sin ninguna protección, con moscas visitándola de vez en vez.
Incluso, me tocó atender a una mesera que estaba de descanso y había decidido comer con su familia en el restaurante, y me pidió que le consiguiera una rebanada de pastel salida del refrigerador.
- Es que yo trabajo aquí y sé en qué condiciones están los pasteles de la charola- me dijo sin el menor asomo de pena.
Total que decidí que no sólo no quería trabajar ahí, sino que nunca volvería a comer en un lugar como esos, por más ricos que estuvieran los de pastor. La verdad, prefiero los del metro Hidalgo porque no engañan: Cinco pesos por tres tacos, el caldo y además, gratis, una tifoidea fulminante.

viernes, noviembre 03, 2006

El Tarot y yo


Hace unos días mi papá me comentó una anécdota muy aleccionadora. En la década de los 60 había una tarotista muy famosa, Zulema, creo que se llamaba, que un día le predijo a uno de sus consultantes que iba a ganar el premio gordo de la Lotería y le dio el número del billete ganador.
Tomando en cuenta la fama de la tarotista en cuestión, el consultante no lo dudó y fue a buscar el billete, seguro de que la fortuna estaba de su lado. Como no lo encontró, regresó con la adivina, quien le dijo que ella tenía el entero y que se lo podía vender, pero a un precio mucho más alto del que costaba originalmente.
El hombre compró el billete y el día después del sorteo regresó a casa de Zulema y la mató con un balazo. La famosa predicción había sido una estafa.
Yo me reí mucho con mi papá cuando me contó la anécdota, y le dije algo que creo firmemente: es muy peligroso afirmar cosas de ese tipo.
El Tarot, como el I Ching, las Runas y oráculos similares no predicen el futuro, sino que sirven para decirle al consultante cómo es su presente y cuál será su porvenir en caso de que las circunstancias actuales no se modifiquen.
Ninguno de estos sistemas puede brindar recetas mágicas acerca del futuro por una sencilla razón: el futuro es algo cambiante, determinado por las decisiones que cada uno de nosotros toma minuto a minuto. Es lo que se conoce como la Teoría del Caos.
Les pongo un ejemplo un tanto burdo: Digamos que mi destino de hoy es levantarme temprano y toparme en un punto determinado con una vieja amiga a quien hace tiempo que no veo. Obviamente yo no sé que este encuentro puede suceder, así que antes de salir de casa decido tardarme un minuto más de lo acostumbrado en lavarme los dientes. Ese simple cambio en mis planes normales, evita que yo me encuentre con mi amiga, porque cuando yo paso por el lugar en que estaba destinado que la viera, ella ya anduvo por ahí un minuto atrás y ya no pudimos cruzarnos.
El Tarot, como los demás oráculos, puede darnos directrices, decirnos, si sigues por este camino vas a encontrarte tres piedras que te van a impedir el paso, o bien, si continúas con este estilo de vida es muy probable que logres obtener el éxito, pero siempre tenemos que tener la conciencia que todo depende de uno.
Hay tarotistas que tienen una intuición verdaderamente muy desarrollada y pueden describir escenarios y personas reales que podrían tener que ver con nuestro futuro, pero definitivamente hay que dudar si el presunto adivino nos sale con que "¿tú marido trabaja con una mujer rubia? Ten cuidado porque te lo está zonzacando"
El Tarot es un verdadero placer espiritual porque va a las raíces mismas de la escencia humana, sus arcanos y los arquetipos que cada uno representan al igual que los hexagramas del I Ching, incluyen todo aquello que nos mueve, nos preocupa y nos ocupa a los seres humanos, pero para entenderlos y emplearlos correctamente los oráculos deben ser vistos con la seriedad que corresponde. No deben ser el instrumento para que nos fustiguemos ni para que nos alegremenos en exceso. Por supuesto, tampoco para "desgreñar" a la mujer rubia que trabaja con el marido en la oficina.
Yo leo el tarot y trato de encontrar en él los caminos que me van a conducir, nada más. No espero recetas mágicas porque sé que le futuro lo tengo yo en las manos y mi obligación es confiigurarlo. Llevo un año estudiando este oráculo y ha sido un placer muy recomendable.
Por cierto, en mis links podrán encontrar el que corresponde a Los Arcanos, una página de internet seria, interesante y gratuita para todos aquellos que están en una búsqueda espiritual. No se lo pierdan.
Por ahora, les dejo también la imagen del mundo, el arcano mayor al que la mayoría de los estudiosos relacionan con el éxito y la buena fortuna. Que tengan el mejor futuro todos.

jueves, noviembre 02, 2006

Los privilegios de ser un grande


Hace unos años tuve el honor de conocer al maestro José Agustín. Nunca me imaginé que la vida me permitiría un placer de este tipo. Yo había leído libros como De Perfil, La Tumba La Contracultura en México y, por supuesto, las deliciosas Tragicomedia Mexicana desde mis tiempos de preparatoria y era una admiradora confesa de su obra.
Por ello, cuando me pidieron en el periódico que lo contactara para invitarlo a colaborar en la sección en la que yo fungía como coeditora asociada, tuve que echar mano de todo el valor de que disponía para marcar su teléfono y atraverme a hablar con él.
Durante los siguientes tres años, fui la encargada de recibir las espléndidas columnas que mandaba cada semana a la sección y que después compiló en el libro La Ventana Indiscreta, editado por la Universidad Veracruzana.
No puedo explicar con palabras el placer que significaba comunicarme con él cuando el editor me pedía que le sugiriera algún tema en específico para su siguiente texto. Siempre se mostró amable, cordial y con la sencillez de la que sólo hacen gala los espíritus grandes. Además, tenía el privilegio de leer de primera mano la columna que llegaba puntualmente a mi correo electrónico y que trataba temas que iban del rock al cine, la contracultura e incluso el I Ching.
Una de aquellas semanas, llegó a mi bandeja de entrada a colaboración del maestro. Como de costumbre, la abrí, para copiarla en los archivos del periódico, leerla para cambiarle algunos estilos de letra y después enviarla a Monterrey para que la incluyeran en el diseño de la sección.
Pero he ahí que en aquella ocasión la columna era diferente. No se trataba del encabezado y los tres o cuatro mil caracteres a renglón corrido que usualmente mandaba; en su lugar, aparecía él título, un pequeño texto introductorio de dos líneas, cabecita de descanso y otras dos o tres líneas; otra cabecita de descanso y dos líneas más, y así hasta el final.
A mí me extraño un poco este formato inusual de la columna, pero decidí respetarlo y enviarlo a la coeditora en Monterrey. Sin embargo, ella me llamó minutos después, realmente extrañada.
- Taydé, leíste la columna de José Agustín. ¿No se te hizo un poco rara?
- Sí- le dije -la noté diferente
- ¿Por qué no le llamamos? A lo mejor mandó un archivo incorrecto- me señaló.
- Mejor pregúntale primero al jefe- respondí -porque el maestro José Agustín conoce y maneja con tanta maestría los estilos narrativos, que a veces se da el gusto de innovar; pienso que eso pudo ser lo que pasó en este caso, y no quisiera llamarle para que él piense que soy una inculta que no entiende nada y que además desconoce su obra y no respeta su libertad como escritor.
La coeditora decidió entonces preguntarle al jefe, quien estuvo de acuerdo conmigo y decidió incluir la columna tal y como la había enviado el maestro, sin mover una coma ni preguntar nada más.
A primera hora del día siguiente a la publicación, recibí la llamada de José Agustín, que, sin más, me confesó que estaba muy apenado.
- Esa no era la columna, Taydé- me dijo con la cordialidad de siempre -me equivoqué y le mandé el esquema que hago siempre antes de empezar mis textos. ¡Qué pena!
Yo, por mi parte le conté lo que había sucedido, y después de reírnos un poco por el incidente, le mencioné lo que hasta hoy sigo pensando.
- Lo que pasa, maestro, es que cuando uno se ha consagrado como lo ha hecho usted, incluso esquemas como el que mandó en lugar de la columna son tomados como arte. No hay duda, esos son los privilegios de ser un grande.
Gracias, José Agustín, por ser un gran ejemplo para mí.

Por sólo 30 pesos

Se levantó de su banca en la Alameda y colocó bajo el brazo la página de periódico que había revisado una y otra vez tan sólo para comprobar que tampoco ese día conseguiría empleo. Sus 45 años, su piel morena y su falta de dominio del inglés eran factores que jugaban en su contra.
-Es curioso- pensó -tomando en cuenta que vivo en México.
Arrancó a caminar. La tarde declinaba y el manto de la noche caía suavemente sobre la ciudad en eterno movimiento.
Caminó una cuadra y otra y otra más. Los pies se negaban a dar una buena respuesta después de un largo día tocando puertas, y el corazón dolía ante la certeza de estar en un túnel sin final.
¿Qué le diría a la esposa que desde hacía dos meses esperaba una buena noticia? ¿Cómo podría atreverse a besar a sus tres hijos si era incapaz de prometerles una vida mejor?
Mientras caminaba, mirando al suelo porque no tenía valor para mirar hacia otro lado, lo sorprendió la brillantez de una luz que destacaba en medio del ocaso. Era un destello molesto que exigía a toda costa un momento de atención, así que levantó la mirada: Se trataba de un módulo de la Lotería Nacional.
No era un hombre que creyera en señales, hacía tiempo que había perdido la fe en todo aquello que algún día tuvo un significado espiritual para él, y es por eso que le sorprendió tanto la extraña atracción que aquel kiosko le produjo.
Casi instintivamente, extrajo de su bolsa los 100 pesos con que contaba y calculó.
-Si el billete de Lotería cuesta 30, todavía me sobran 70, los cuales puedo hacer durar para el regreso de hoy la casa y los viajes de mañana- se dijo.
Pidió al tendero que le diera un número, el que fuera, y una vez que el billete estuvo en su mano lo observó detenidamente, tratando de recuperar un poco de la esperanza perdida.
De pronto, como en el cuento La Pequeña Fosforera, de Hans Christian Andersen, que leyera en la infancia, el billete comenzó a brillar con una luz intensa de la que no podía apartar la vista. En medio del resplandor, poco a poco pudo ver un escenario que le parecía impensable: Se veía a sí mismo, al lado de su esposa, con un semblante feliz, primero en un banco pagando deudas, después en otro y finalmente en dos o tres tiendas donde compraban ropa, mucha despensa y juguetes para los niños.
Apenas comenzaba a sentir que el corazón se le llenaba con una cálida alegría, cuando la luz se extinguió. Durante varios minutos se quedó con la vista fija en el papel, pero como el hechizo no se repetía, decidió comprar un nuevo billete, de la misma serie, seguro de que lograría provocarle la misma ilusión. Ya lo había escrito el célebre Andersen.
Efectivamente, con los dos billetes en la mano, llegó la luz, y esta vez el escenario era aún más hermoso. Se vio nuevamente a sí mismo, acompañado de su esposa y sus tres hijos, recibiendo las llaves de su casa, lo que lo liberaba de pagar renta, y con un flamante coche a la puerta; sin embargo, esta vez la luz se extinguió con rapidez, así que casi de inmediato decidió comprar un cachito más, otra vez con el mismo número, que por lo que se veía era el de la suerte.
-Total, me quedan los 10 pesos para el metro y el camión. Al fin que mañana seré rico.
Con los tres pedacitos, la luz brilló con gran intensidad en su mano y esta vez le reveló un escenario casi perfecto, donde nuevamente se veía a sí mismo, feliz y orgulloso, dándole dinero a su madre para que no le faltara nada y pudiera vivir la vejez tranquila que merecía.
La tercera es la vencida, dice el dicho, así que cuando la luz se fue apagando, la dejó ir, seguro de que la fortuna le sonreiría por fin.
El camino de regreso a casa lo hizo casi entre nubes. No le importó soportar la aglomeración, el hedor y la estridencia del transporte público, y al cruzar la puerta de su hogar, apenas tuvo tiempo de saludar y darle las buenas noches a su esposa, pues quería dormir de inmediato, un poco por cansancio y otro poco porque pensaba que quizá el sueño le reviviría el hechizo de los billetes de Lotería.
Al día siguiente, se levantó y siguió la rutina de siempre, pero al salir, no corrió al puesto de periódico como solía hacer cada mañana desde hacía dos meses, sino que se dirigió al módulo de la Lotería más cercano para verificar que la ilusión de los cachitos se había convertido en una realidad.
Por supuesto, no calculó que el hechizo de un billete de la Lotería en la mano no sólo lo había vivido él la tarde anterior, sino que lo experimentaban cientos de miles de personas, que invertían 30 pesos dos veces por semana con la esperanza de que la suerte les cambiara para siempre.
Revisó una y otra vez el número, y cuando la razón lo convenció, se dirigió, como todos los días al puesto de periódicos.

Se busca chamba

Se busca chamba como editora, reportera, correctora de estilo o similares. 18 años de buena experiencia. También sé zurcir, cocinar, cortar el cabello en casos de emergencia familiar, limpiar casa, bailar, leer el tarot y el I Ching... Sé acariciar un perro, montar un caballo y no respirar bajo el agua (parafraseando a Don Gato).

miércoles, noviembre 01, 2006

Menuda familia

¿Será cierto que somos seres individuales? Mientras más lo pienso, más me parece que en realidad cada uno de nosotros somos la suma de todos los espíritus que conforman nuestra familia, y no sólo me refiero al núcleo en el que crecimos, sino a los antepasados y a las generaciones venideras. Las peculiaridades de cada ser humano tienen mucho que ver con los padres, con los abuelos, con los esposos, con los hijos, tal como lo sostienen la teoría de las constelaciones familiares, cada vez más de moda. Los traumas, los miedos, las angustias, las alegrías y los triunfos se repiten por generaciones enteras.
Yo siento que mi misión en esta vida debe ser tan peculiar como es mi familia. Les cuento. Nací de un padre bohemio, que estudió actuación, pero un poco porque lo desilusionó el mundillo de la farándula y otro poco porque tenía un enorme ego -que vino a reconocer hace poco- decidió dedicarse al periodismo, escribió ensayos, libros de poesía y guiones de historieta, salió en televisión, lo mismo diciendo poemas que dando clases, y además declama, canta, toca la guitarra, es experto en la historia de México y es culto y refinado. Mi madre, por su parte, no se queda atrás, pues si bien sólo estudió la primaria, por las carencias económicas de su familia que la obligaron a trabajar desde los 14 años, es una mujer que ama la lectura y el dibujo, que actuó y declamó -y muy bien- en su juventud, que baila como los ángeles, que es divertida y ama las búsquedas espirituales, y tiene unas agallas como pocos seres en este mundo.
Por si lo anterior fuera poco, tengo dos hermanos espectaculares, el primero es un músico virtuoso que además es culto, escribe como ya quisieran muchos escritorsetes "consagrados" de este país, dibuja e incluso actúa. El segundo es un actor que cada vez se consolida más a fuerza de un gran talento, también escribe y tiene una capacidad única para las matemáticas muy diferente, por cierto, a la del resto de la familia y a la del promedio de la gente en México.
Entre los antepasados también hay personajes singulares, desde el tatarabuelo que fuera guitarrista, un tío que fue un violinista virtuoso de la Orquesta Sinfónica Nacional, una abuelita que escribía cuentos y un abuelo que dibujaba.
Además, mi línea familiar incluye una fuerte conexión con el esoterismo, desde la tía abuela que era rosacruz, curaba gente y levitaba, hasta los bisabuelos que asistían a las almas en pena para que cruzaran sin miedo al más allá, un abuelo que participaba en sesiones espiritistas, una abuela que enseñaba control mental, mi padre a quien persiguieron los fantasmas toda su vida y mi madre, que hoy por hoy utiliza su energía para transmitir la luz.
Qué les puedo decir, yo me siento extasiada cada vez que pienso en los espíritus maravillosos que me han traído hasta aquí. Sin embargo, cuando estoy en situaciones límite como hoy, me da por preguntarme por qué, habiendo tantos bellos tesoros en mi familia, ha habido un escaso o nulo reconocimiento al valor de cada uno.
Estoy en esa búsqueda, si alguien encuentra la respuesta al enigma, favor de colaborar con esta alma atribulada.