viernes, febrero 29, 2008

Su cielo particular



El no creía en la existencia de la vida después de la muerte. Alguna vez intentó creer, cerca del final de sus días, con la esperanza de no sentir ese enojo que le producía la idea de tener que morirse. Pero sus intentos fueron vanos. Su modo práctico de ver la existencia le impedía tener fe en que hubiera algo más allá de este mundo.
Sin embargo, con ese humor ácido del que siempre hizo gala, mi papá decía que para él, el infierno sería que lo sentaran en la banca de un parque a platicar, por toda la eternidad, con un pendejo.
Yo, que sí creo en que existe una vida después de ésta, estoy segura que el autor de mis días no está sentado en la banca aquella que me contaba y con la que tantas veces me arrancó carcajadas durante nuestras largas conversaciones.
No fue un hombre perfecto, es cierto, y como él mismo lo reconoció muchas veces, cometió grandes errores. Sin embargo, como lo dijo hace poco mi tío Salvador (su hermano), mi papá nunca actuó de mala fe ni con el deseo de lastimar a nadie. Estoy segura de que antes de morir ya le había sido reservado su paraíso particular.
Mañana se cumplen dos meses de su partida, así que en medio de mi duelo, decidí tratar de imaginarlo, no en su infierno, sino en ese cielo único y especial que fue preparado para él.
Lo veo joven y fuerte. Sus ojos brillantes, sin asomo de sombras. Ve todo y a todos. Está en un café con un aire viejo, de aquellos que él disfruta tanto; habla sin pausa de historia, de política, de su admirado Fidel Castro, de la situación tan difícil de México.
También platica con apasionamiento de su trabajo como periodista, de sus libros, de los fantasmas que lo persiguieron toda la vida, de sus amores y sus viajes, de esas historias casi fantásticas que sabe contar con un estilo narrativo que atrapa al que lo escucha.
A su alrededor, mucha gente que lo observa atenta lo sigue, le responde, discute con él, le da réplica. Él está feliz porque hasta ahora no percibe a ningún pendejo en la sala.
Decide narrar la historia de aquella vez, cuando tenía ocho años, que abrió una escuela primaria en su casa, con campana en la puerta y todo, y en vista de la situación que por aquel entonces tenía la educación en México, logró dar un curso completo a un grupo de alumnos tan sólo un par de años menores que él, los cuales aprendieron a leer gracias a sus clases.
“...Y después de que había acabado el curso, las mamás de esos niños fueron a ver a mi mamá porque tenían la intención de inscribir a sus hijos en otro año escolar; pero mi mamá les dijo, ‘oiga, no, pero si esto era algo así como un juego, ¿que no se da cuenta que el que le dio clases a su hijo es un niño?’”, dice con una mirada llena de picardía.
La gente ríe, especialmente la abuela Cecilia, su madre, que lo escucha atenta y con un aire de orgullo.
Esta historia inaugura las narraciones de anécdotas cómicas de mi papá, de las cuales tiene varias. Él relata ahora el día en que detuvo a una patrulla de policía para reprender a sus ocupantes por no llevar puesto el cinturón de seguridad. También comenta sobre el día en que fue detenido por haberse pasado un alto y les respondió a los oficiales que iba muy rápido porque su madre había muerto. Los oficiales lo dejaron ir. “Y yo no mentí”, dice sonriente, “mi madre había muerto, lo que no les dije es que eso había sucedido muchos años atrás”
Entre los oyentes está su hermano Eduardo, que lo mira sonriente, y a quien él se dirige una buena parte del tiempo. No puede creer que lo está viendo otra vez, después de tantos años de extrañarlo. También está su padre, el abuelo Eduardo, a quien mi papá se acerca de vez en vez para susurrarle en el oído que lo quiere mucho, una deuda que para él había quedado pendiente. Por si fuera poco está la tía María, su prima, con quien siempre se divierte tanto.
No hay tristeza en ninguno de los rincones de aquel café. El único toque nostálgico lo da un tango que inunda suavemente la atmósfera.
Mi papá, café expreso sobre la mesa y cigarrito en la mano, recibe de pronto la invitación de uno de sus escuchas de subir a cantar en un pequeño escenario ubicado al fondo del lugar. No espera a que le rueguen. Casi de inmediato toma el micrófono y se lanza con algunos temas de su repertorio bohemio: Cuesta abajo, Garufa, Beso asesino, Hipócrita.
Para animar a la audiencia echa mano de todo, baila, sonríe, incluso coquetea descaradamente con algunas damas del salón. La gente lo acompaña con entusiasmo y él se siente querido, respetado, admirado.
Después decide declamar. Empieza con algunas piezas suaves, “En paz”, de Amado Nervo; “Romance de las estrellas”, de Rubén C. Navarro, y “Poema 20”, de Pablo Neruda.
Se sigue con piezas que requieren cada vez más de sus instrumentos de actor: “Canción de cuna para dormir un negrito”, de Emilio Ballagas; “La Chacha Micaila”, de Antonio Guzmán Aguilera, y “Los Motivos del Lobo”, de Rubén Darío.
Sin embargo, la apoteosis llega cuando decide echar mano de su propia poesía: “Mexico Niño”, “El Socio” y “El Rebozo” son el regalo que le hace al público.
Sus oyentes se ponen de pie y aplauden sin pausa por largos minutos, mientras derraman lágrimas de emoción. El agradece el cariño. Se siente satisfecho. Es un placer indescriptible sentirse aclamado.
Cae en cuenta que no es ésta la vida que él conocía, ¡pero es tan bella, tan llena de las cosas que a él lo hacían feliz!
Ya no siente coraje contra la muerte, ya no hay tristeza, ya sólo está ese paraíso construido especialmente para él. Sonríe y le da un sorbo más a su café, que le dura para toda la eternidad, y una sabrosa fumada a su cigarro. Es éste el paraíso que el mismo construyó en vida.
En tanto, desde la tierra, su hija Negrita desea con todo el corazón que cada una de sus lágrimas se convierta en una plegaria para que sea así y sólo así como su padre esté en el otro mundo.

domingo, febrero 24, 2008

¡Este espacio estrena troll!



Pues sí, así como lo oyen. Hoy abro mis correos y descubro que un troll (de California, según el tráfico de mi página) decidió entrar y dejar un comentario en mi post “Cambiando de tema”.
El comentario, en un texto que habla sobre las mascotas, no tiene nada que ver con el tema, sino que es una larga retahíla de opiniones xenófobas contra los “latinos” (y de paso contra musulmanes e hindús), carentes de inteligencia y de cultura de parte de un gringo que no tenía, por lo que se ve, nada que hacer y que, como buen cobarde, entró como “anónimo”.
No leí el comentario entero porque era larguísimo y me dio mucha flojera prestarle mis ojos a un pobre fanático bueno para nada. Sin embargo, debo confesarlo, en un primer momento me enojé y se me llenó la cabeza de respuestas racistas contra los yanquis, de esas que a los latinoamericanos nos salen tan bien y que a mí me encantan.
Pensé en decirle desde palabras descalificantes como white trash y redneck hasta recitarle una larga lista de razones por las que su pueblo es considerado la escoria de la humanidad.
Sin embargo, como suelo hacer cada vez que algo me molesta, decidí pensarlo mejor, y una vez que se me enfrió la cabeza (un par de minutos después) recordé que hace tiempo mi querido hermano Grimalkin (mucho más conocedor del tema de los blogs) me había comentado lo que era un troll.
Le hablé entonces por teléfono y fue él quien, amablemente, me condujo a la página de wikipedia donde se expone de cabo y a rabo lo que es un troll. El sitio, para aquellos curiosos del tema es http://es.wikipedia.org/wiki/Troll_(Internet).
Sin embargo, puedo decirles aquí, en corto, que, según la enciclopedia virtual, “un troll es un mensaje u otra forma de participación que busca intencionadamente provocar reacciones predecibles, especialmente por parte de usuarios novatos, con fines diversos, desde el simple divertimento hasta interrumpir o desviar los hilos de las discusiones, o bien provocar flamewars, enfadando a sus participantes y enfrentándolos entre sí. El troll puede ser más o menos sofisticado, desde mensajes groseros, ofensivos o fuera de tema, a sutiles provocaciones o mentiras difíciles de detectar, con la intención en cualquier caso de confundir o provocar la reacción de los demás”.
Wikipedia sugiere, como parte de la solución contra estos pobres diablos, que uno no alimente al troll, es decir, que simplemente ignore su comentario e incluso lo borre.
Yo pensé, de entrada, borrar esta gloria de la estupidez gringa, pero después decidí dejar el comentario unos días para que ustedes puedan darse cuenta, bien a bien, lo que explica la enciclopedia virtual acerca de los trolls.
Eso sí, les advierto que si tienen ganas de ver lo que el troll de esta página se tomó el tiempo de escribir, deben hacerlo ahora porque su comentario se destruirá en cosa de una semana y el fulano éste ya no tendrá posibilidad de escribir algo más porque decidí impedir los comentarios anónimos, cosa que también es una pedrada contra los fulanos como éste, acostumbrados a ampararse en el anonimato.
De cualquier manera, quiero celebrar la llegada de un troll a esta página, porque al fin de cuentas, como diría Don Quijote, “ladran los perros, Sancho, es señal de que cabalgamos”.

lunes, febrero 18, 2008

Un reportero se columpiaba...

Hoy decidí hablar acerca de cómo se han hecho clichés en torno al trabajo de reportero en el cine y la televisión estadounidenses.
¿Por qué se me ocurrió abordar este tema tan extraño?, bueno porque en medio de la ociosidad, divagaba yo sobre mi carrera periodística, tan verde aún, y mi futuro. Pensaba en lo difícil que es el medio que elegí y de pronto empecé a recordar a algunos (sólo a algunos) de los “reporteros” que nos ha regalado Hollywood.
¡Qué feliz sería la vida si uno pudiera tener las oportunidades y esa historia llena de glamour que le cuelgan al reportero en el cine y la televisión y que dista mucho de la realidad!, me dije a mí misma, y entonces se me ocurrió bajar unas imágenes para ilustrar el tema y acto seguido pensé en la conveniencia de escribir un texto que las acompañara.
De entrada la primera imagen que bajé es la del reportero “típico”, es decir, el de traje muy al estilo de los cuarenta, con sombrerito adornado por una tarjetita que dice “prensa” y libretita, cámara o máquina de escribir de la era cuaternaria.



No sé a quién se le haya ocurrido esta imagen, pero supongo que fue hace mucho, mucho tiempo. ¿No sería hora de cambiar a una representación más a tono con el periodismo actual?: Los sombreritos, para empezar, ya no los usa nadie. Así que tendría que ser un dibujo de un reportero con traje de corte actual o traje sastre (en el caso de las mujeres), si se quiere retratar a aquellos que cubren fuentes como política y finanzas, algunos de los cuales jamás permiten que se les despeine un pelo.
O podría ser algo más cercano aún a la realidad de la mayoría de los periodistas: un modo de vestir sport, con jeans y zapatos cómodos, porque a la hora de corretear entrevistados el calzado de vestir y los tacones resultan un verdadero infierno.
De internet también bajé (¡y cómo evitarlo!) la imagen de Clark Kent, el reportero más famoso de la televisión, el cine y los comics en el mundo entero.



Quizá quienes no conozcan el trabajo de una redacción, podrían pensar, a partir del alter ego de Superman, que ser periodista es una profesión tan cómoda y relajada que da tiempo hasta para salvar al mundo. La realidad es que el reportero promedio cumple jornadas que van de las 10 de la mañana a morir, tiene entregas de cinco notas diarias, y debe viajar por toda la ciudad (o fuera de ella) más de una vez al día para cumplir con la agenda. A veces no da tiempo ni de comer, y dormir es siempre una bella ilusión.
Los reporteros, además, no pueden permitirse ser tímidos, como el señor Kent, pues para poder hablar con desconocidos y abordar extraños en las aceras para entrevistas se requiere audacia y valor. Tampoco pueden ser distraídos, pues el reportero es un testigo de su tiempo y no se puede dar el lujo de dejar de observar todo cuanto le rodea.
Pero todavía la historia del señor Kent me parece una visión romántica del periodismo. Grave, lo que se dice grave, es la “reportera mexicana” que aparece en la película Hombre en Llamas. Curiosamente, una parte de esa cinta, protagonizada por Denzel Washington se grabó en un periódico en el que yo trabajé y justo en la época en que yo continuaba en esa redacción.


Aún recuerdo las risas y los comentarios sarcásticos que provocó la aparición de esta reportera que, aparentemente, trabajaba en el citado diario.
Las burlas no tenían que ver con la actitud petulante y la apertura sexual de esta “profesional” del periodismo, sino en que la citada reportera contaba con chofer y limusina a su servicio.
Ya quisiéramos la mayoría de quienes hemos transitado por el periodismo ganar lo suficiente ya no digamos para esos lujos, sino para vivir holgadamente. Claro, la reportera en cuestión era una corrupta y visto desde esa perspectiva no sería raro su enriquecimiento ilícito. ¡Se dan tantos casos como éste, sobre todo en la televisión mexicana! La cosa es que el diario para el que trabajaba tiene reglas muy claras en cuanto a la ética de sus reporteros y dudo mucho que hubiera permitido algo así. ¿Por qué no se quejaron de esta visión que se presentó de su empresa? Porque tienen un extraño culto hacia Estados Unidos.
Me gusta mucho más la Rana René, de los Muppets convertida en reportero. Por lo menos se ve simpática con su gabardina y su sombrero, tiene un comportamiento serio y profesional y, casi sin querer, nos hace reír con sus necedades y sus tropiezos, cosa que le pasa a muchos.


Por supuesto que mis favoritos son los reporteros de La Pareja del Año, protagonizada por Julia Roberts, Billy Crystal, Catherine Zeta-Jones y John Cusack mucho más cercanos al universo de reporteros que conozco: algunos frívolos, algunos innecesariamente rudos, algunos medio cursis, otros un poco persignados, jóvenes, viejos, blancos y negros.


Claro, si este texto llegara a caer en manos de un “verdadero reportero de política o finanzas” esos que miran de reojo y con un gesto de desprecio a los reporteros de espectáculos por dedicarse a entrevistar artistas y hacer un género “menor” de periodismo, seguramente gritará escandalizado por el hecho de que me atreva siquiera a decir que los de La Pareja del Año son dignos de ser llamados reporteros.
Ustedes perdonarán, pero esa ha sido la fuente que yo he cubierto, en donde he hecho amigos y en donde he descubierto que no hay fuente pequeña, sino reporteros pequeños.

Este texto se lo dedico a todos mis amigos del medio, reporteros, editores, coeditores y diseñadores a los cuales admiro y respeto. Sobre todo a Víctor Hugo, Rosalinda, Ethel, Nora, Macarena, Paty, Vanesa, Victoria, Rubén, Lizbeth, Gabriela, Edgar, Juan Carlos, Stephanie, Jorgito y Marco. Espero verlos pronto.


miércoles, febrero 13, 2008

Arriba la cursilería

Mi idea era traerles aquí esta canción de Joaquín Sabina, que me dedicó mi marido hace algunos años, que sigue siendo nuestro tema y que aún me parece bellísima. ¿Por qué quería recetárselas? Bueno, porque hoy es el mero día de la cursilería y se vale unirse.
Desafortunadamente no conseguí el tema del Sabina, así que les regalo la letra, y ya ustedes se imaginan la música.
A resumidas cuentas, sólo quiero desearles un Feliz Día a todos los enamorados, a todos mis amigos y, por supuesto, al dueño absoluto de mi amor, Olivier.

Rebajas de enero

Joaquín Sabina

Huyendo del frío busqué en las rebajas de enero
y hallé una morena bajita que no estaba mal.
Cansada de tanto esperar el amor verdadero
le dio por poner un anuncio en la prensa local:

“Absténganse brutos y obsesos en busca de orgasmo”,
no soy dado a tales excesos, así que escribí:
"Te puedo dar todo –añadía- excepto entusiasmo".
Nos vimos tres veces, la cuarta se vino a dormir.

Apenas llegó
se instaló para siempre en mi vida.
No hay nada mejor
que encontrar un amor a medida.

Como otras parejas tuvimos historias de celos,
historias de gritos y besos de azúcar y sal.
Un piso en Atocha no queda tan cerca del cielo,
y yo, la verdad, nunca he sido un amante ideal.

Y contra pronóstico han ido pasando los años,
tenemos estufa, dos gatos y tele en color.
Si dos no se engañan mal puede tener desengaños,
emociones fuertes buscadlas en otra canción.

Apenas llegó
se instaló para siempre en mi vida.
No hay nada mejor
que encontrar un amor a medida.

martes, febrero 12, 2008

Un cuento de hadas

Cerró el libro y se dispuso a dormir, como todos los días.
Lo que seguía era casi una rutina. Ahora vendría el sueño en el que llegaba su príncipe azul, rubio y perfecto, montado en un caballo blanco y alado. La tomaría entre sus brazos, apretaría su cintura, le acariciaría el cabello, le daría un beso suave en los labios, y entonces se escucharía una voz optimista de narrador con el consabido “y vivieron felices para siempre”.
En el sueño, claro, ella no era ella, sino una princesa, con un amplio vestido celeste, una gargantilla de perlas y un peinado impecable.
Estaba segura que este sueño recurrente tenía que ver con su fascinación por leer cuentos de hadas. Era un vicio heredado de la infancia, un placer culpable del que casi nunca hablaba en voz alta, pero al que no lograba resistirse.
Se conocía todas las historias del género, pero su favorita seguía siendo La Cenicienta, la cual había disfrutado en sus muy variadas versiones literarias y fílmicas.
Esta noche, otra vez la había vuelto a leer, en un libro en cuyo final quedaban ciegas las malvadas hermanastras luego de que una paloma les sacara los ojos. Con todo y el final macabro, ahora vendría el sueño maravilloso, estaba segura.
Mañana, al levantarse, otra vez tendría que lidiar con la rutina de ir a la escuela, y luego al trabajo. Hablaría con muchos rostros conocidos y desconocidos, trataría de imprimirle a las cosas entusiasmo, se dibujaría una sonrisa, que a veces resultaba forzada, y lidiaría con su misantropía. Pero siempre estaba la noche, la bendita noche, que le permitía regresar a refugiarse en la fantasía de los cuentos de hadas.
Aunque triste, esta manía de apelar a la fantasía para olvidar los miedos no la convertía en un fenómeno. La única anormalidad que reconocía en sí misma era aquella incapacidad de mirarse en el espejo.
Se había negado a contemplar su reflejo un día, hacía ya muchos años, cansada de escuchar a sombras que aparecían de tanto en tanto en su vida y la llamaban fea, chaparra, morena, gorda. Decidió aprender a peinarse y a medio maquillarse a ciegas y no volvió a buscar en los espejos una autoafirmación que estaba segura que no llegaría.
Aquella noche, tras cerrar el libro, no se durmió de inmediato, como hacía siempre. Pensaba en si algún día llegaría hasta ella ese príncipe azul con caballo alado de sus sueños, pero no tenía elementos para pensar que un cuento de este tipo pudiera materializarse.
Pasaron los minutos y luego las horas y el sueño no llegaba. Se levantó a tomar un vaso de leche, contó borreguitos, dio vueltas por la casa, prendió el televisor para adormecerse con la aburrida programación nocturna y nada.
Trató de investigar en su inconsciente qué era lo que le quitaba el sueño. Buscó y rebuscó hasta que de pronto se dio cuenta. Un pensamiento empezó a taladrarla como si una vocecilla interna le estuviera hablando: “¿Realmente yo no podría materializar un cuento de hadas? ¿Realmente no merezco ser amada y valorada y vivir feliz para siempre? ¿Se puede acaso ser feliz, ya no digamos para siempre sino en el día a día?”
Pongamos, se dijo, que puedo conocer a un príncipe y además azul, ¿Pero y si llega, me ve, y lejos de mostrar ese deseo por tomarme entre sus brazos me regala una mirada de desprecio?
Después de todo, pensó, no sé siquiera si tengo algo que ofrecer. Está claro que no soy una princesa, pero hace tanto que no me miro en un espejo que tampoco puedo decir con certeza que no me he convertido en la bruja del cuento.
¿Y si empezara por mirarme al espejo?, se preguntó. Tendría que aprender a dejar de despreciarse a sí misma, aprender a quererse tal y como era y evitar volver a darle crédito a cualquier sombra que quisiera opacarla. La tarea se antojaba difícil y tenebrosa, pero en vista de que no llegaba el sueño, decidió hacer el intento por iniciarla lo antes posible.
Se levantó de la cama y fue directo al ropero. A oscuras, sacó y desempolvó el viejo espejo de cuerpo entero y lo colocó frente a ella. Antes de encender la luz decidió quitarse el camisón y la ropa interior hasta quedar completamente desnuda.
Encendió la luz y se observó. No tenía mucho que ver con aquella princesa de sus sueños, es cierto, pero no estaba mal aquella naricilla chata, ni esos ojos brillantes, ni esas piernas bien torneadas, ni la cintura estrecha, ni el cabello negro que caía como cascada sobre sus hombros.
Nada mal, se dijo a sí misma, mientras daba vueltas y vueltas para verse por completo.
Entonces, comenzó a llorar. Se pidió disculpas por haber dudado algún día de poder enamorar a un príncipe azul. Le pidió perdón a esos ojos, a ese cuerpo, a ese cabello que no eran los másperfectos del mundo, pero le servían y eran más suyos que cualquier otra cosa que la rodeara.
Por supuesto que puedo conseguir lo que quiera, se dijo. Por supuesto que puedo mirarme al espejo con orgullo. Por supuesto que puedo quererme. Por supuesto que puedo encontrar el verdadero amor.
Los días que le siguieron al descubrimiento, dejó de leer cuentos de hadas. Ya no le llamaban la atención como antes, y no encontraba hermoso imaginarse a sí misma como una princesa cuando había aprendido a aceptarse sin aquel vestido celeste y peinado perfecto. Los sueños también se habían esfumado.
Ya se miraba mucho en los espejos, y disfrutaba más de los rostros que la acompañaban, de su trabajo, de las clases, de la compañía de los amigos que le demostraban un cariño sincero.
Era un cambio de vida. Ya ni siquiera pensaba en si llegaría el príncipe azul, pues se mantenía muy entretenida en aprender a ser feliz.
Y un buen día lo descubrió. El príncipe azul había estado ahí, cerca de ella, desde hacía un par de
años atrás, pero en su imposibilidad de verse a sí misma, tampoco había podido verle a él.
Por supuesto, este príncipe no venía en caballo blanco y alado, ni vestía como el de sus sueños, pero tenía aquellos ojos serenos, aquel rostro hermoso, aquella vibración llena de bondad y calidez.
Cuando él la miró, le regaló una sonrisa de aceptación, y ella se vio, en el reflejo de sus ojos, convertida en una princesa. Él la tomó en sus brazos, le apretó la cintura, la besó muy suavemente. No vivieron felices para siempre, porque ambos consideraban que la felicidad perfecta era un mito y que, de cualquier manera, ser feliz todo el tiempo sería terriblemente aburrido. Pero vivieron enamorados, y fueron los mejores amantes, los mejores amigos y los mejores compañeros por mucho, mucho, mucho tiempo.

Como ya lo dijo mi Ovivi, “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”. Te amo, pollito.

viernes, febrero 08, 2008

Mi campeón


No lo hace como Martir Luther King, Fidel Castro, Adolfo Hitler, Profirio Muñoz Ledo o Gabriel del Río, mi padre, pero estoy segura de que mi hijo es un espléndido orador.
Entre su tío Américo y yo le explicamos la importancia de convencer con el discurso, de mirar de frente y con seguridad a la audiencia, de hacer que el cuerpo entero, incluido el rostro, se involucrara con cada una de las palabras dichas.
Practicamos con él ejercicios para mejorar su postura en el escenario, su dicción, su mirada, su entonación y el énfasis que le daba a cada uno de los términos.
Día a día entrenamos con él y lo vimos crecer, apoderarse de las palabras, hacer suyas las arengas sobre Benito Juárez, que era el tema que le habían dado para hacer su discurso.
Sin embargo yo, que tantas veces transité por concursos, estaba convencida de que no iba a ganar. A lo largo de mis participaciones en certámenes de oratoria y declamación me convencí que no siempre gana el mejor, sino el que le parece mejor a algunos miembros del jurado, el que les cae más simpático, el que tiene un discurso o un poema que haga más caravanas al sistema.
Hoy por la mañana, un par de horas antes del concurso, se lo dije: “Hijo, no aspiro a que ganes, aspiro a que superes este reto para ti mismo, a que al bajar del escenario te sientas satisfecho con lo que hiciste, a que sientas que aprendiste algo nuevo”.
Y no ganó, como era de esperarse. La ganadora era una alumna de escuela pública. Según me enteré después, casi siempre la decisión de los jurados favorece a los alumnos de escuelas públicas. Quizá un acto de populismo, pero no quiero ser suspicaz.
No importa que el discurso haya carecido de originalidad y haya aludido a la sobadísima frase de Juárez “entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, que, por cierto, se empleó en la mayoría de los discursos.
No importa que quien obtuvo el segundo lugar haya dicho su texto a gritos y no con entonación.
Así es el sistema, y el de la Secretaría de Educación Pública mexicana es de los más anacrónicos que existen, no cabe duda.
De cualquier manera, tras el concurso yo le pregunté a mi Andrés lo que verdaderamente me interesaba, ¿cómo te sentiste? Y él me respondió como aspiraba a que lo hiciera. “Muy bien, lo hice muy bien, no me equivoqué, no me dio miedo, me gustó mucho que me aplaudieran y me felicitaran. Estoy contento”.
Para mí con eso es suficiente. Qué mejor premio puede haber que la satisfacción personal. Mi hijo fue el verdadero campeón. ¡Felicidades Andrés!

miércoles, febrero 06, 2008

El blog de mi enano

Como en mi casa lo que hace la mano hace la tras, mi benjamín, Dany, decidió abrir su propio blog. Y como soy una mamá gallina, siempre orgullosa de sus hijos, vine a invitarlos a pasar por ahí. Es http://zonahamburguesita.blogspot.com.
No tardo en publicar otro cursi texto sobre el mes. Regreso.

viernes, febrero 01, 2008

A tan sólo un mes

Un mes y no me lo creo. La vida no me deja creérmelo, papá.

Estoy preparando a Andrés, tu nieto, para participar en un concurso de oratoria ni más ni menos que con el tema de Juárez, que tanto te apasionaba.

Utilizo tus recursos. Saco de la memoria tus palabras. Escribí un discurso basándome en lo que me enseñaste. Intento respetar las reglas.

Le explico a tu nieto la importancia de la dicción, de la mirada, del énfasis, de la gesticulación, tal y como tú me lo dijiste en mi infancia.

El tío Américo. Actor, con esa voz tan parecida a la tuya, nos ayuda en la tarea.

Le hablo a Andrés de que su abuelito Gabriel ganó premios de oratoria, le comento que diste clases sobre esta materia, le digo que te sentirías orgulloso, le explico que hoy más que nunca tenemos que honrar tu memoria. Después, dejo correr las lágrimas.

Le pongo a mi hijo un video de tu admirado Fidel Castro dando un discurso, a sugerencia del tío Américo. Actor, quien en sus clases también saca a colación los recursos que tú utilizabas para convencer a la gente.

¿Cómo aceptar que te fuiste si estás de tantas maneras?