martes, mayo 20, 2008

Las tres preguntas

Dudé mucho en ponerlo. Sé que no es el mejor ejemplo de lo que puedo inventar, pero de todos modos decidí regalárselos.
Le había dado otro ataque de ansiedad y depresión, el tercero en este mes, y nuevamente había avisado a la oficina para poder quedarse como estaba ahora, tendida en la cama, en pijama y mirando fijamente a la ventana que le revelaba un cielo gris y unas gruesas gotas de lluvia corriendo como lágrimas por el cristal.
Todo iba bien en realidad. Tenía una vida profesional que los demás calificaban de exitosa, tenía amigos, vivía la independencia que siempre había querido vivir, pero aún así se sentía triste, derrotada, sin ánimos.
El cielo empezó a oscurecer, la habitación se empezó a llenar de sombras, pero ella no hizo el menor esfuerzo por encender la luz. Se sentía agotada y sumida en un pozo sin fondo.
De pronto, en medio de la oscuridad, una lucecilla apareció. Era nítida, como la que proviene de una linterna y sin embargo no le provocó curiosidad sino molestia.
“Algún niño jugando al detective”, pensó, y no movió ni una pestaña.
A pesar de su desidia, la luz empezó a crecer hasta convertirse en una figura amorfa flotando a un lado de ella. Sin embargo, estaba sumida en tal estado de agotamiento emocional que no quiso hacer esfuerzo ni para asombrarse por el extraño fenómeno. Se limitó a mirarlo, como quien ve un programa aburrido por el televisor.
De la figura amorfa emergió de pronto una voz que se dirigió a ella en un tono severo.
- Me han mandado aquí para ayudarte-, le dijo y no parecía dispuesto a hacer concesiones -puedes hacerme tres preguntas que te alivien la carga que sientes. Te sugiero que no hagas preguntas personales. Mejor ocupa este regalo en dirimir preguntas existenciales, de aquellas que le pesan tanto a lo hombres y no los dejan disfrutar de su existencia. Tienes apenas unos minutos, así que empieza ahora.
Ella sintió una gran pesadez. Pensó que estaba en medio de un estúpido sueño y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no reprimir su impulso inicial de darle la espalda a la figura que le hablaba. Sentía la boca seca, pero tragó saliva y se dispuso a hablar, casi sin pensar.
- ¿Para qué sirve el 90 por ciento de cerebro que los humanos no utilizamos?-, dijo mecánicamente y creyó percibir una sonrisa en la masa informe.
- En esa parte del cerebro humano se esconde la verdadera grandeza de hombres y mujeres. La capacidad de teletransportarse, de ver más allá de esta dimensión, sus poderes telequinéticos, su capacidad de autorregeneración, la vida eterna. Pero, y lo digo para que no gastes tu siguiente pregunta, el ser humano no la utiliza ni la utilizará porque su principal defecto es que no cree; tiene tal soberbia que piensa que exclusivamente esto que ve, esto que puede tocar, es lo que lo rodea. Tú misma, estás ahí, preguntando sin dar crédito a lo que estás viendo, pensando que tu depresión ha llegado a tal punto que te provoca alucinaciones. No quieres creer, no vas a creer.
Ella no puso atención a la crítica. La pasó por alto. Nada más faltaba que sus alucinaciones vinieran a regañarla. Era el colmo, ya bastante carga tenía con una vida gris, desprovista de verdaderas emociones.
Así que apuntó y lanzó la siguiente pregunta.
- ¿Existe otra vida después de ésta?- cuestionó en un tono que no denotaba curiosidad sino un profundo deseo por salir lo antes posible de aquello.
- Existe sí, y todos seríamos capaces de verla. Es otra dimensión, eso es todo. No hay cielos, no hay infiernos, no hay purgatorios y no hay limbos. Se trata de un espacio donde el alma evoluciona, adquiere nuevos conocimientos, crece y se expande. La otra vida se cruza permanentemente con ésta, todos los días, pero pocos son capaces de darse cuenta, y algunos de los que logran verla se dejan ganar por la ambición, por el deseo de tener una mejor vida en la tierra, e inventan toda suerte de tonterías para engañar a los que no pueden creer pero quieren tener esperanza.
- ¿Por qué te me apareciste a mí y no a otra persona?
- ¿Es así como piensas gastar la oportunidad de hacer una tercera pregunta que te dirima una duda existencial?- le replicó la luz amorfa en tono de regaño
- ¿De qué dudas existenciales hablas? ¿qué dudas puedo tener si hace mucho deje de creer en todo? ¿qué me puede importar a mí lo que diga una alucinación? ¿quién te pidió que vinieras?- dijo con absoluto fastidio
- Bien, me aparecí ante ti en un intento por darte un regalo que te hiciera feliz. Saber que no estás sola, que esto es sólo materia, que los problemas que vives aquí son nimios… no sé, pensé, pensamos, que esto te traería paz. Tal vez, después de esta charla quieras darte el tiempo de pensar, de dejar la soberbia, de volver a creer, no en lo que te han vendido como espiritual, pero sí en esto que acabo de decirte, que es un conocimiento vedado casi a toda la humanidad. Quizá, sólo quizá, puedas concentrarte en tu alma y no en tu cuerpo.
- Te prometo que lo pensaré.
- Está bien. eso es todo- dijo la luz informe y de pronto, con la misma rapidez con la que había llegado, desapareció.
-¿Y si fuera cierto?- se dijo ella - ¿y si realmente existiera algo más allá de esto que vemos que implique una verdadera evolución? No una evolución frívola, por supuesto, no esto que todos creen que es éxito y sin embargo resulta hueco, aburrido y absurdo, sino un crecimiento más allá de lo imaginable, algo que en verdad te motive a seguir.
La duda le dio una vaga sensación de entusiasmo. Quizá no valía la pena concentrarse en las piedras de este camino, como le había dicho la luz, sino tratar de ver más allá, usar algo de ese 90 por ciento del cerebro inutilizado, y dejar de atormentarse.
Se quedó ahí, meditando unos minutos en silencio, hasta que llegó a una conclusión.
- ¡Bah!- se dijo -nunca había oído que la depresión provocara este tipo de alucinaciones.
Entonces, decidió que al día siguiente hablaría nuevamente a la oficina para decir que no se sentía bien de salud y que tendrían que descontarle un día más porque, otra vez, no pensaba levantarse de la cama. La depresión le había ganado otra partida.

martes, mayo 13, 2008

Chequen mi Slide Show

En lo que acabo el texto que les estoy preparando y que va a cuentagotas, les dejo un slide con todos los seres que hacen bella y feliz mi estadía en este mundo.
Aquí está mi gran amor, Olivier, así como mi mami, mis hijos, mis hermanos, cuñados, mis logros profesionales. Disfrútenlo.



martes, mayo 06, 2008

El monstruo

perdón el cambio de tono, no lo pude evitar.


Lo llaman monstruo. ¿De qué otra forma se podría calificar a Josef Fritzl, el hombre austriaco que mantuvo en cautiverio a su hija Elisabeth por 24 años, la violó sistemáticamente, engendró hijos con ella e incluso se encargó de incinerar a uno de ellos tras su fallecimiento?
Leí la noticia de este caso la semana pasada, y no pasa un día sin que deje de pensar el martirio al que se vio expuesta esta mujer, apenas cuatro años mayor que yo, que por más de dos décadas no conoció otro mundo que el de un cuarto de 1.70 metros de alto, con poco oxígeno y sin ventanas.
¡Más de dos décadas encerrada!, pienso siempre, las mismas en las que yo tuve oportunidad de viajar, enamorarme, casarme con quien yo elegí, tener hijos, llorar y reír por las cosas cotidianas.
Las mismas en las que ame cada día a mi padre, porque a pesar de sus defectos, siempre fue un sólido pilar que me sostuvo.
No he visto fotos de cómo está Elisabeth ahora y, sin embargo, no puedo quitarme de la mente la idea de ese cabello blanco que dicen que le quedó a causa del encierro y la angustia.
No describen mucho de su rostro, pero lo imagino triste, con la sonrisa perdida desde los 11 años, cuando descubrió que su padre, el hombre que por obligación de vida tenía que cuidarla y protegerla, era el verdugo que abusaba de ella sin piedad.
Hace unos días escuchaba por la radio a una comentarista que se dio a la tarea de preguntar qué castigo deberían recibir los pederastas.
Las respuestas del público fueron furibundas casi en todos los casos. Había muchos que pedían que se les torturara, que los cortaran en pedacitos, que les aplicaran la ley del Talión: Ojo por ojo, diente por diente.
Pero para mí, la mejor respuesta fue la de un radioescucha que había sufrido abuso en su infancia, quien proponía darles pena de muerte, en vista de que ellos mataban en vida a sus víctimas. No pudo haber mejor respuesta, y se los asegura una sobreviviente de este delito.
Sin embargo, Josef Fritzl recibirá cadena perpetua, lo cual es decir nada tomando en cuenta que a sus 73 años está, lógicamente, en el último tramo de su vida.
Y la cadena perpetua, en todo caso, es por haber secuestrado a su hija, pero no por ser un pederasta. Si fuera por eso, según las leyes austriacas recibiría 15 años y probablemente ya estaría libre, aunque eso sí, las autoridades temen que en la cárcel lo torturen porque saben que en el código de honor de los presos sí se considera el máximo delito haber abusado de un niño. ¡Qué paradoja!
Lo que digo yo, en respuesta a otro artículo que leí acerca de las múltiples teorías sobre el fin del mundo que se han dado a lo largo de la historia, es que la humanidad tiene pocas perspectivas de continuar, en tanto se siga considerando que la pederastia es un delito menor.
¿A dónde vamos a llegar si se sigue creyendo que los pederastas, sean sacerdotes, padres de familia, patrones o hijos de vecinos, merecen perdón?
¿A dónde vamos a llegar si las víctimas siguen sintiendo que fueron culpables porque los sistemas de “justicia” del mundo no son capaces de defenderlas?
¿A dónde vamos a llegar con tantos niños que quedan muertos en vida tras un ataque y sin posibilidades de salvación porque sus verdugos pertenecen a su propia familia?
No estaría mal tomar las riendas del asunto en vez de sólo sorprendernos ante estas aberraciones. Suceden en todo el mundo y a cada segundo. De seguir así, no tendremos derecho a llamar civilización a la especie humana.