miércoles, abril 25, 2007

El periodismo y yo

En unas horas, otra vez estaré en medio de una redacción. Nuevamente escucharé el tecleo incesante de las máquinas, y me contagiaré del ataque de locura a las seis de la tarde, las juntas, los ojos que arden y el cerebro que empieza a rechinar después de horas y horas de ver la pantalla de la computadora.
Pero, como me suele pasar antes de todo comienzo, recapitulo.
A estas alturas, el periodismo y yo hemos tenido una larga historia de amor. El inicio fue fortuito. Tenía tan sólo 18 años y de pronto, sin darme cuenta, acabé en la redacción de un periódico. No era algo con lo que hubiera soñado. Ni siquiera me di cuenta que estaba trabajando e incluso me sorprendí cuando me llamaron para cobrar mi primer cheque. Yo tenía claro, sí, que quería ser escritora. Pero después de ver a mi papá periodista había decidido que la redacción de un diario no era algo para mí.
Sin embargo, la vida me llevó sin que yo me diera cuenta, como tantas otras veces. Y entonces, como suele pasar en toda relación, empezó la pasión. Los primeros años fueron de un amor incondicional, a toda prueba. Podía trabajar de 12 a 14 horas diarias y sorprenderme a cada día absolutamente por todo.
Tanto fue el amor que despertó en mí aquella primera redacción, ahora ya desaparecida, que me hizo tomar la decisión de estudiar la carrera de periodismo.
No me importó la oposición de mi papá, que me alertaba de lo pesada que era la vida de un reportero y de la falta de trabajo que había en esta profesión; tampoco quise escuchar las voces de alerta de algunos de mis maestros, como aquel que nos explicó que el periodista, antes que nada, debía tener capacidad para no comer, no dormir, subsistir con sueldos a veces miserables, tener paciencia para soportar llamadas en medio de la madrugada y no soñar jamás con la fama.
¡Estaba enamorada! ¡Quién podría culparme!
Y así lo estuve muchos años. Hasta que un día, como suele pasar con muchas relaciones de pareja, desperté preguntándome si quería seguir ahí. Ya no sentía aquel interés aparentemente infinito de antes, ya no me emocionaba el día a día, y todo me parecía monótono e inútil. Me asaltaban tantas dudas respecto a estar en la profesión correcta, que decidí alejarme un poco de ella.
Me di cuenta, con este distanciamiento, que mi carrera no perdona al que no tiene el valor de seguir y que puede cobrar caro una osadía de este tipo.
Después, gente intrigosa, de esa que gusta de meter las narices en los grandes amores, entró a enturbiar aún más la relación, al grado de que un día me dije: Esto se acabó, no más periodismo para ti. Y decidí, como suele pasar con las relaciones que terminan, que conservaría mi paso por esta profesión como un hermoso recuerdo.
Sin embargo, como diría el célebre Michael Corleone, "cuando quiero salirme, me vuelven a meter", y heme aquí, otra vez, con las mariposas en el estómago que siempre me ha producido este amor por el periodismo, retomando esta relación que con todo y sus altibajos se ha mantenido por más de 18 años.
Porque como me dijo una vez un sabio y respetado periodista, "el profesional de esta carrera nace no se hace. El profesional de esta carrera es aquel que no puede permanecer indiferente a la realidad y siente que le cosquillean las venas cada vez que escucha que se generó una noticia. El profesional de esta carrera lo es para siempre".
Y sí, para siempre lo seré. No puedo negar que amo a mi carrera a pesar de los pesares. La pasión ha cambiado, se ha vuelto un sentimiento más sereno y reposado, pero ahí está de alguna manera. Ahora sólo veamos cómo será esta nueva experiencia.

sábado, abril 21, 2007

¿Qué sucedería?

¿Qué sucedería si todo quedará estático, si nunca pasara nada, si la vida fuera sólo lo que tenemos hoy y nada más?
¿Qué sucedería si se suprimiera el dolor en el mundo, si no hubiera problemas? ¿Aprenderíamos realmente a disfrutar de la posibilidad de ser felices?
¿Qué pasaría si como dice el maestro José Saramago en su libro Las intermitencias de la muerte, de pronto un buen día nos despertaramos sabiéndonos inmortales? ¿Aprenderíamos a amar más y mejor, seríamos seres humanos más completos, resolveríamos los conflictos, cuidaríamos más al planeta, disfrutaríamos más de estar aquí?
Yo he llegado a algunas conclusiones. Nada absoluto, claro. Son sólo ideas muy personales ante estas preguntas que me asaltan desde siempre.
A veces los cambios tornan nuestra vida difícil, nos hacen andar por pantanos y zonas empedradas, pero hay que asumirlos.
A veces, el dolor y los problemas nos hacen ver todo oscuro, pero al final del túnel encontramos sentido cuando nos damos cuenta de que el sufrimiento en ocasiones es la única forma de aprender o de ver con claridad.
Sabernos mortales, por otra parte, no es más que una oportunidad para aprovechar el hoy. Esta vida que puede irse a cada segundo, pero que ahora tenemos a manos llenas.
Los últimos dos años me tocó transitar por un gran tunel.
En este 2007 muchas lucecitas han aparecido en mi camino.
La próxima semana vuelvo a retomar mi carrera, que por otro lado nunca he abandonado del todo.
La incertidumbre de un nuevo comienzo me asalta, como siempre, pero me propongo poner lo mejor de mí.
Lo demás, lo que venga, siempre será ganancia.
Este inicio es el que me ha mantenido un poco alejada del blog y probablemente no me dé espacio para escribir con la constancia de antes.
Pero hay algo que me queda claro.
Aquí, de la mano de tantos amigos a los que he tenido la oportunidad de conocer, y con los que he salido enriquecida en más de un sentido, he sido muy feliz.
Por tanto, me niego a dejar un espacio abierto por los nuevos retos que tengo que asumir.
Si tengo que robarle horas al sueño para escribir y vagar por la blogosfera, estoy dispuesta.
Sólo tengan paciencia si de pronto se abren pequeños compases de espera. Tengan la seguridad de que encontraré la forma de seguir aquí.
¡Cómo no hacerlo!
Por ahora, me iré a dormir, con los dedos cruzados y el corazón dispuesto.
La luz volvió a aparecer y el tiempo que dure la pienso aprovechar.

viernes, abril 13, 2007

Tiembla la tierra

Tiembla la tierra bajo mis pies y no me deja dar el siguiente golpe sobre el teclado.
Pero claro, ¿por qué tendría que saber ella que estoy trabajando a altas horas de la madrugada?
Ni modo. Tal como lo he aprendido, me apresuro a salir a la calle como muchos otros vecinos, mis hijos en pijama pero divertidos con la experiencia.
Pretendo controlar el pulso y me digo que no pasa nada. En realidad sólo estoy tratando de que no se contagie el miedo.
Sigue temblando bajo mis pies y entonces recuerdo aquella sensación, la del 85, cuando abrazada a mi hermano menor sentía que el terremoto era eterno y veía cómo en las paredes y el techo se abrían grietas.
"¡Si el edificio se cae, que me caiga a mí!", pensaba mientras pretendía cobijar a mi hermano de cinco años con mi cuerpo.
Me resulta inolvidable el estruendo de vidrios y piedras cayendo por los abismos recién abiertos en el edificio de 21 pisos en que vivía.
Hoy no se oye nada, pero de pronto se va la luz y un par de sirenas de ambulancia se escuchan a lo lejos.
¡Imposible dejar de sentir este nudo en la garganta! El recuerdo de aquellas sirenas incesantes tratando de rescatar sobrevivientes en medio de los escombros que dejó el terremoto de 1985 vuelve con toda su fuerza.
Y siento otra vez el olor a formol, a muerte, que me persiguió en tantas noches de pesadilla.
Y vuelve por sus fueros este sentimiento de indefensión ante la fuerza de la naturaleza.
Y, como hago siempre, pido con todo el corazón que cada uno de mis seres queridos esté bien, donde quiera que sea y que no se repita otra vez la experiencia terrorífica que nos cambió la vida a tantos.
La tierra detiene su movimiento. En cuanto puedo, prendo la radio para enterarme de lo que pasa en toda la ciudad. Es una acción instintiva que me quedó desde hace 22 años.
No ha pasado nada, por suerte. Sólo episodios de crisis nerviosa que se repitieron por toda la Ciudad de México ante un recuerdo colectivo que no nos abandona.
Sigo trabajando unas horas más. Las entregas tienen fecha y no conocen del miedo.
Y de pronto, otra vez, la tierra vuelve a temblar. Un crujido me lo anuncia.
Y nuevamente el corazón agitado, aunque ahora decido quedarme en casa.
Recuerdo entonces la suerte que corrió mi familia entera, que a pesar de haber vivido el temblor del 85 en algunas de las zonas de la Ciudad de México que quedaron más devastadas, logró salir con bien.
Y reaprendimos todos a vivir, a ser precavidos, a no tomar a la ligera el más mínimo movimiento telúrico.
No cabe duda que hasta de las peores experiencias se puede extraer aprendizaje y esperanza.
Termino el trabajo y estoy por irme a dormir.
Sé que mañana amanecerá, como amaneció entonces.
El sol volverá a brillar.

domingo, abril 08, 2007

La mujer más hermosa del mundo

Hace años ella me contó un cuento que a su vez sacó del programa Plaza Sésamo.
Era la historia de un pequeño que había extraviado a su madre y entonces iba por todas las comarcas preguntando: “Perdón, ¿no han visto a mi mamá? Es la mujer más hermosa del mundo”.
La gente de cada lugar, al notar la angustia del chiquillo se apresuraba a traer a todas las mujeres hermosas de la región, pero en todos los casos la respuesta del niño era la misma: “No, no, ¿qué no me oyeron? Les dije que era la mujer más hermosa del mundo”.
En uno de los pueblos, y después de que hubieran desfilado ante el pequeño las bellas del lugar, apareció de pronto una mujer pequeña, ojerosa y con el pelo maltratado, la cual caminaba encorvada y con pasos lentos.
Entonces, el niño salió a recibirla, mientras le extendía los brazos y la llamaba a gritos, “¡mamá, mamá!”
La gente inmediatamente dirigió la mirada hacia la señora. Al notarlo, el pequeño dijo orgulloso: “¿Lo ven?, les dije que era la mujer más hermosa del mundo”.
Supongo que todos los hijos lo decimos, y yo no puedo ser la excepción.
De verdad siento que mi mamá es la más hermosa del mundo.
Podría argumentar que la veo así por su sonrisa que contagia, sus ojillos llenos de luz, su nariz chatita, su cabello rizado y espeso, su juventud y coquetería eternas; pero francamente sería quedarme en la superficie.

Mi mamá es el mejor ejemplo de que cuando se encara la vida con amor y valentía, no hay obstáculo insuperable. Es una mujer en quien el adjetivo fuerte cobra un significado real, un ser humano pleno de optimismo, amoroso, honesto, trabajador y bueno como el que más.
Mi madre nació en Chihuahua, en la frontera norte de México, el 9 de abril de 1945, y desde pequeña aprendió a convertir cada obstáculo y cada prueba en una oportunidad para crecer.
A los 14 años, tras haber abandonado la escuela con sólo los estudios básicos terminados y en vista de la difícil situación económica que se vivía en su casa, comenzó a trabajar para ayudar a su familia, compuesta por padre, madre y ocho hermanos de los cuales ella era la mayor.
De su sueldo, nunca quedaba nada para ella, así que mi mamá transitó por la adolescencia sin posibilidad de construir sueños, perder tiempo en noviazgos, comprarse la ropa de moda y otras manías típicas de la pubertad.
De hecho, a los 16 años tomó una decisión que es tan sólo una mínima muestra de su vigor y su fuerza: Viajar sola a la Ciudad de México para abrirse camino y después traer al resto de su familia para que tuviera un futuro mejor.
Imagino siempre lo difícil que debe haber sido tomar una decisión como ésta, a una edad en la que la mayoría de los jóvenes no saben ni qué pasará con su vida el día de mañana. Pero me queda claro que, aunque pequeñita de estatura, a mi mamá siempre le ha parecido pequeño el mundo y nunca ha aceptado darse por vencida.
Lo mejor es que a pesar de todos los esfuerzos que tuvo que encarar, mi mamá siempre se dio el modo de disfrutar la vida, y hasta de ir a pedir autógrafo a la casa de sus artistas favoritos como César Costa y Johnny Laboriel.
Porque sí, una de las grandes virtudes de mi madre es precisamente esa capacidad de transformar una tormenta en un día de sol.
Así me tocó verla cuando tomó la valiente decisión de divorciarse y cargó con sus hijos y sus maletas sin volver la vista atrás.
Así me tocó verla los años que siguieron, cuando regresaba a casa agotada por las jornadas en dos trabajos diferentes y sin embargo se daba el modo de celebrarnos los cumpleaños, las navidades y hacernos sonreír a cada día.
Así me tocó verla también tras el terremoto que en 1985 golpeó a la ciudad de México: inventaba maneras de cocinar sin gas, tan sólo con una olla en la que ponía alcohol y un par de cuchillos para ofrecernos comida caliente; estuvo a punto de cruzar toda la ciudad con sus tres hijos para encontrar un lugar donde dormir en medio del desastre, pero no dejaba de pedirnos que no nos diéramos por vencidos y recordarnos que teníamos que ser fuertes; sabía que el siniestro me había conmocionado, y sin embargo, estuvo siempre cerca de mí hasta que se aseguro que el miedo había desaparecido.
Después, me tocaría verla reconstruir su esperanza en el amor, gracias a Adrián, quien apareció como un ángel en su vida y ha estado junto a ella durante casi dos décadas.
Sin embargo, el corazón generoso de mi mamá ha tenido para todos, y al mismo tiempo que se ha entregado a Adrián y nos ha enseñado a quererlo, se ha dado el gusto de acompañar a cada uno de sus hijos en sus respectivos caminos y con la entrega de siempre.
Y es curioso, mi mamá no estudió más que primaria y sin embargo puede dar cátedra a sus hijos sobre muchos temas, porque tiene una permanente disposición a aprender. No tiene todo el dinero del mundo y siempre encuentra la forma de estirar y darle una razón a cada centavo de manera en que le luzca. Es una mujer que podría conformarse con lo que ha logrado, pero no puede dejar de ser una idealista siempre en busca de un país y un mundo mejor. Tiene 62 años y parece casi de mi edad.
Suele pasarme que viene la gente y me dice que ella y yo parecemos hermanas, e incluso la psicóloga, tras largas terapias, me hizo comprender que yo tenía mucho de ella.
Pero no, no se confundan. No es que no quisiera aceptar que me parezco a mi mamá, lo que pasa es que sigo pensando que sería muy afortunada si tuviera un poco más de ese amor por la vida, esa juventud, esa capacidad de sanación y ese valor que la hacen única.
Espero sinceramente que la vida me dé oportunidad de lograrlo tan bien como lo ha hecho ella.
Por hoy, en su cumpleaños 62, este es un homenaje para una mujer en quien me veo reflejada todos los días, que me ha enseñado que no hay mejor camino al éxito que trabajar con amor y dar gracias a cada paso del camino por los aprendizajes adquiridos. Una mujer de quien es una suerte ser la hija mayor. Una mujer por quien soy lo que soy.
¡Te amo, mamita!
¿Ven que era cierto que es la mujer más hermosa del mundo?

ILNE

Cuando la empecé a leer, jamás pensé en la hermosa posibilidad que me regalaría la vida:
Construir con Ilne una hermosa amistad que, gracias a la tecnología, no conoce de distancias.
Hoy me toca despedirme momentáneamente de ella, pues el próximo martes sale de viaje a la India por varias semanas. (Quienes quieran despedirla sólo tienen que dar clic en su link).
No se trata de un viaje cualquiera. Es un sueño de vida, un proyecto largamente acariciado, uno de esas metas que todos quisiéramos cumplir algún día.
Es por eso que Ilne no va sólo con su cámara ni la actitud del turista que planea conocer exclusivamente los atractivos del lugar, sino que viaja a la India con el corazón y la mente abiertos, dispuesta a dejarse conmover por todo lo que sus ojos y sus poros logren rescatar.
Por supuesto, sabe que por momentos la experiencia puede no ser agradable para un ser como ella, sensible al dolor y la necesidad humanas.
De hecho, le preocupa sinceramente no poder ayudar a la gente que lo necesite.
¡Así de hermoso es su corazón!
Sin embargo, yo le dije hace unos días lo que creo y lo vuelvo a escribir en este espacio: “Amiga querida, quizá en el momento en que te topes con gente necesitada no puedas hacer nada o muy poco, pero seguramente regresarás a casa con muchas ideas sobre las acciones que puedes emprender para ayudar a aquellos que te preocupan”.
En fin, esta despedida no es amarga en lo absoluto. Ilne sabe que estaremos pendientes de su espacio por aquello de que encuentre la manera de contarnos cómo van las cosas en algún café-internet hindú.
Mientras tanto: “Amiga, me da mucho orgullo tu valor al cumplir este sueño, sabes que te llevas mi corazón en la maleta para que te acompañe. Sácalo cada vez que haga falta ¿vale? Disfruta cada tramo y trae muchas anécdotas para contar. Te deseamos todos feliz viaje, y te esperamos de vuelta con el cariño de siempre”.

martes, abril 03, 2007

¡Y al fin llegaron!

NACER

Cuenta la leyenda familiar que el 4 de abril de 1970 un hombre apareció en el bar de un hotel de Chihuahua, pasada la medianoche.
El hombre aquel, de mirada perdida, se encontraba en ese estado del Norte de México porque era reportero y le había tocado cubrir una gira política.
De pronto, otro hombre se acercó al que se hallaba cabizbajo y meditabundo. El recién llegado era nada menos que Manuel Buendía, un reportero mexicano célebre en su tiempo.
- ¿Y qué haces aquí, con esa cara?- dijo Buendía.
- Nada, que me acabo de enterar que nació una hija mía en la Ciudad de México.
- ¡Hombre!, pues si quieres vete para que estés al lado de tu esposa y tu bebé, y yo te cubro esta información.
- No, mira, de todos modos ya no la vi nacer, así que mejor me quedó hasta el final. Ya falta poco.
- Bueno, pues entonces vamos a brindar en honor al nacimiento de tu hija.
Y los dos hombres brindaron.
Manuel Buendía habría de morir asesinado unos años después y se convertiría en el más famoso ejemplo de periodista mexicano victimado a causa de sus ideas. El hombre cabizbajo era Gabriel del Río, mi papá.
No sé, tal vez fue un hecho como cualquier otro, pero me gusta pensar que este brindis entre reporteros determinó mucho de lo que soy ahora.
Por otro lado, unas horas antes de este encuentro, Taydé Ortega sintió un pequeño calambre estomacal. Como buena primeriza, no asoció el evento con una contracción por la cercanía del parto, sino que creyó que era un dolor provocado por una indigestión.
Aun así, decidió ir al hospital, pero con calma, sólo para verificar que todo estuviera bien con su embarazo.
Al llegar al metro de la Ciudad de México, recién inaugurado, no pudo entrar al primer intento, sino que tuvo que invertir dos boletos para que los torniquetes le cedieran el paso.
(Siempre pienso que éste es el primer ejemplo de la personalidad terca y expresiva que me caracteriza. Después de todo, ¡yo quería entrar con boleto de Metro aunque aún no hubiera nacido, y entré!)
Una vez ante el doctor, Mamá Taydé le explicó la molestia y le advirtió que por la tarde había comido mangos verdes con chile.
Minutos después, la joven veía correr a su lado a enfermeras y doctores ansiosos que le preguntaban si ella era la mujer a punto de dar a luz.
Mamá Taydé, con toda tranquilidad, respondía que no, que tan sólo había comido unos mangos verdes, pero un poco más tarde se vio a sí misma en la plancha del quirófano dando a luz a una pequeña que, según anunciaron los doctores, arribó al mundo a las 0:00 horas del 4 de abril.
Esa, claro, era yo.


Lo cierto es que son ellos, Taydé y Gabriel, los causantes de que yo esté aquí.

En algún momento de la vida, sus caminos tomaron rumbos diferentes, y yo crecí más cerca de mi mamá, cuyo amor y entrega ayudaron mucho en la construcción de mis valores, mis ideales, mis convicciones y mis sueños.
Aun así, también mi papá puso su granito de arena.
Y al final de cuentas, me queda claro que cada uno, a su manera, asumió el reto de educar a una hija rebelde como yo, y procuró poner lo mejor de sí para enseñarme el significado de la palabra amor.
Por eso, uno de los principales regalos que tengo en la vida es seguir siendo la Negrita de papá y la Muñequita de Plastilina de mamá.
¡A mis 37 que se cumplen hoy!

CRECER
Siempre he pensado que la vida es como un gran juego de ajedrez.
Uno tiene la posibilidad de diseñar la estrategia para lograr el ansiado jaque mate, y entonces mueve la pieza correspondiente.
A veces, el movimiento es exitoso, hábil, inteligente. Otra veces nos sirve sólo para darnos cuenta que pasamos por alto a una pieza del bando enemigo que se hallaba agazapada y que tarde o temprano nos cobra la osadía.
Yo he tenido altas y bajas como todos. Tropezones, caídas y descalabros. Pero puedo decir que he vivido de acuerdo a lo que pienso y de mis errores no puedo culpar a nadie más que a mí.
A veces, equivocarme me ha costado dolor y llanto, pero entonces recuerdo que también he tenido éxitos y me he desarrollado tanto como he querido como amiga, esposa, profesionista y la loca irremediable que soy.

¡Esa es la verdadera ganancia!.

REPRODUCIRSE

Y sí, uno de mis mayores triunfos fue haber dado frutos y contemplarme cada día reflejada en el bello brillo de mis retoños.
Soy madre por sobre todas las cosas.

Y… LA PLENITUD
Sí, ya sé. De acuerdo al ciclo de la vida que nos enseñan en biología, después de nacer, crecer y reproducirse seguiría morir. Pero siempre he pensado que esta lección carece de la parte más importante… la plenitud.
Yo ya nací, crecí, me reproduje. Aún no he plantado un árbol ni he publicado un libro, pero siento que el horizonte es amplio.
La ventaja es que ahora ya cumplí con varias etapas y sin haber perdido un ápice de la juventud y la alegría, tengo a mi favor la experiencia de los años vividos.
Así que 37 años, y yo soplaré el pastel sintiéndome bendecida por haber llegado hasta aquí.


domingo, abril 01, 2007

¡Sí se puede, México!

Me tocó verlas la semana pasada, después de meses y meses de no contactarlas, alejada como he estado del periodismo.
Y otra vez, como suele pasarme, me quedé de una pieza.
Primero, mi cita fue con Leticia Huijara, protagonista de cintas polémicas y exitosas como La Ley de Herodes y Un Mundo Maravilloso.



Un par de días después, el encuentro fue con Vanesa Bauche, quien se ha vuelto célebre gracias a cintas como Un Embrujo, Amores Perros y Las Vueltas del Citrillo, y que hace tan sólo unos meses triunfó en Londres con la obra De Insomnio y Medianoche, con lo que se convirtió en la primera latinoamericana en participar en el cerrado circuito del teatro británico.


Además de ser mujeres encantadoras, bellas, de personalidades recias e inteligentes como las que más, ambas actrices me sorprendieron como siempre porque en ellas es posible confirmar que existe un gran talento en México en cuanto a actores se refiere.
Las dos aman su trabajo, se entregan con verdadera vocación a él, tienen el talento para encarar cualquier reto que se les presente y han luchado por dignificar su profesión hasta donde les ha sido posible.
Las dos son caras conocidas en el mundo, pero para mí gusto, éste debería ser el único tipo de rostros mexicanos que fueran célebres a nivel internacional: el de profesionales realmente preparados, que hacen de cada actuación una obra de arte.
¿Y entonces, se preguntaran ustedes, cómo es que México exporta telenovelas de ínfima calidad que incluyen a personas cuyo único “talento” es que son "bonitos" o tienen un cuerpo sometido a múltiples operaciones o interminables rutinas de ejercicio?
¿Por qué, en lugar de elevar el trabajo de actrices como Leticia Huijara, Vanesa Bauche y una larga lista de etcéteras, mi país opta por mandar al extranjero la imagen de actores mediocres que no se molestan en estudiar sus escenas, sino que llegan cada día a grabar con la confianza de que el apuntador en la oreja los sacará de cualquier apuro?
Pero el problema es más hondo. En México, por ejemplo, existe también un gran talento musical. Virtuosos que si vivieran en otros países seguramente estarían en la cima, y sin embargo, ¿qué es lo que se conoce de la música de mi país en el extranjero? ¿Rebelde, que es un grupo creado a partir de los intereses de mercado? ¿O Belinda, una jovencita a quien han elevado a rango divino sólo por transmitir su música pop una y otra vez en la radio y la televisión a pesar de que no ha dado muestras de una verdadera capacidad musical ni vocal?
Otro ejemplo es de los escritores. A pesar de que hay un bajo nivel de lectura en el país, México cuenta (y me consta) con gente cuya creatividad y estilo narrativo podrían dar como fruto no sólo libros, sino guiones para cine y televisión verdaderamente originales.
El caso es que a estos escritores no sólo no se les toma en cuenta para apostar por una mejor televisión o cine, y ya no se diga para publicar libros (recuerden cuántos libros de autores mexicanos jóvenes han conocido últimamente), sino que además, la última moda es importar productos de gran calidad de otros países, como Bety La Fea, del colombiano Fernando Gaitán, tan sólo para destrozarlos incluyendo escenas enteras del humor más ramplón que uno se pueda imaginar.
Por si no fuera poco, a productos como éste, de éxito probado en el mundo, se dan el lujo de agregarles a los actores menos carismáticos que encuentran y entonces el resultado es verdaderamente lamentable.
Dicen por ahí, no sé si sea cierto, que Alfonso Cuarón dijo que directores como él, Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro eran tan sólo “braceros* de lujo” que habían tenido que cruzar la frontera deseosos de encontrar apoyo para sus propuestas. Lo cierto es que, braceros o no, lograron un reconocimiento internacional que seguramente no habrían tenido de haber seguido aquí.
¿Acaso no es posible apostar por productos artísticos de exportación que reflejen el talento en México? ¿Es mucho pedir que desaparezcan las telenovelas o que por lo menos se legisle para que no sean exportadas a menos que cumplan ciertos requisitos de calidad? ¿Es imposible pensar que algún día recibirán el apoyo necesario los músicos, los escritores, los bailarines y todos aquellos que apuestan por la buena cultura en este país? ¿Es imposible pensar en sueldos dignos y tratos respetables para los verdaderos artistas nacionales?
Queda la reflexión, porque aunque sirva de poco para que las cosas cambien, siempre es bueno tener presente cómo debería ser la situación y poner un granito de arena cuando sea necesario.

* Braceros es la manera en que se conocer a los que cruzan a nado el Río Bravo para pasar ilegalmente a Estados Unidos.