domingo, noviembre 23, 2008

No nos ayuden, compadres

Imagen tomada de taringa.net
¡Es una pena que haya tantos textos que pretenden ser odas a la mujer y acaban siendo verdaderos insultos!
Al menos, en la literatura y música mexicanas sobran ejemplos de ello.
Porque, oiga usted, señora, señorita lectora, ¿quién podría sentirse halagada, por ejemplo, con un poema como el célebre Nocturno a Rosario, escrito por Manuel Acuña hacia finales del siglo XIX? Analicémoslo: el poema, dedicado a Rosario de la Peña, empieza bien.
Digamos que uno como mujer no podría dejar de sentirse honrada si un pretendendiente le declamara las primeras estrofas.
I
¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.

II
Yo quiero que tú sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.

La cosa, sin embargo, empieza a ponerse extraña en la tercera estrofa, cuando el autor acepta, sin recato, que sufre un claro caso de mamitis aguda.
Veámoslo así: si un enamorado viniera y aceptara una patología semejante ante su amada, ¿podría realmente exigirle que le creyera que la respetaría y la amaría para siempre?
III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer

El autor, en la estrofa IV, se queja amargamente del desprecio de su amada y uno podría hasta sentir un poco de lástima por el terrible dolor de este hombre.

Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

Pero entonces viene más adelante la estrofa VII, en la que lo menos que desearía cualquier mujer sería tomar por los hombros al sujeto en cuestión, hacerlo que se volteara de espaldas, darle una patada en el trasero y hacerlo que se largara por donde vino.

Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
¡y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!

En defensa de Manuel Acuña, cabe decir que no es el único que escribió un poema que habría de hacerse célebre con todo y el desprecio mal disimulado que se percibe en sus letras.
Ahí está también el poema A Gloria, de Salvador Díaz Mirón, que engrosa casi todas las antologías respetables de poesía mexicana que existen.
Como en el caso de Nocturno a Rosario, en este poema escrito a fines del siglo XIX también bastan un par de estrofas para darse cuenta de cuál es la postura del autor.
Por ejemplo, la primera, que empieza dirigiéndose a Gloria, la musa del poema, con un notorio desdén.
No intentes convencerme de torpeza
con los delirios de tu mente loca:
¡mi razón es al par luz y firmeza,
firmeza y luz como el cristal de roca!

“¿Mi mente loca?”, sería bueno que Gloria le hubiera preguntado al caballero. “Loco estarás tú”, hubiera agregado.
Por ahí de la tercera estrofa, también se percibe un gran desprecio hacia la mujer que sirvió de inspiración al poema.
Vanas son las imágenes que entraña
tu espíritu infantil, santuario oscuro.
Tu numen, como el oro en la montaña,
es virginal, y por lo mismo, impuro.

Pero la que en realidad es una oda al machismo es la estrofa final.

¡Confórmate, mujer! Hemos venido
a este valle da lágrimas que abate,
tú, como la paloma, para el nido,
y yo, como el león, para el combate.

En pocas palabras, "mira, vieja, confórmate con que tu lugar está en la cocina y el mío en la calle”.
Pero una vez que entramos en los terrenos del desprecio hacia la mujer incluido en algunos textos, cómo dejar de mencionar la famosa Epístola de Melchor Ocampo, que pretende ser una lista de buenos consejos para iniciar una familia (la cual se leía obligadamente en todas las bodas civiles mexicanas) y acaba siendo una lista de insultos hacia la mujer.
Claro ejemplo de ello se encuentra en los primeros párrafos.
“Este es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y suplir las imperfecciones del individuo, que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano. Este no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal. Los casados deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de los que es cada uno para sí. El hombre cuyas dotes sexuales, son principalmente el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer protección, alimento y dirección; tratándola siempre como la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él y cuando por la sociedad se le ha confiado.”
¿El fuerte le debe al débil? ¿De verdad creería Melchor Ocampo que estaba honrando a la mujer con una frase semejante?
Pero por si no fuera suficiente, continúa con otro párrafo aún más denigrante:
“La mujer cuyas principales dotes son, la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y ternura, debe de dar y dará al marido obediencia, agrado asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe de dar a la persona que nos apoya y defiende y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca irritable y dura de sí mismo.”
¿Qué, qué? ¿Darle veneración y obediencia a mi marido? Digo, me parece bien el respeto, el espacio, el cariño que debe ser mutuo en una pareja sin importar quién es más fuerte y quién es más débil, pero que por ser mujer me toque ofrecer obediencia y veneración y sortear la parte brusca, irritable y dura de mi pareja francamente exacerba a la feminista que traigo adentro.
Está bien. En descargo de don Melchor Ocampo se podría decir que escribió este texto en el siglo XIX, una época en que la mujer ni siquiera soñaba con una liberación femenina.
Lo grave, lo realmente grave, es que la juez que me casó me lo entregó al término de mi boda civil, celebrada en 1995.
Eso sí, le pedí a mi marido que quitara aquella sonrisita que apareció en su cara cuando lo leímos juntos porque le aclaré que eso no aplicaba para nosotros.
Pero para que se vea que las odas a la mujer que esconden una alta dosis de desprecio también se escriben en estos tiempos, está la famosísima canción Mujeres Divinas, de la autoría de Martín Urieta.
Porque digo, por más que haya hombres que consideren que dedicarnos esto es una flor, la verdad es que de entrada resulta tremendamente insultante que un hombre se dé valor para hablar de las mujeres en medio de “las botellas”.
Además, sólo una sorda no escucharía toda la serie de insultos velados que esto conlleva.

Hablando de mujeres y traiciones
se fueron consumiendo las botellas,
pidieron que cantara mis canciones
y yo cante una que otra, en contra de ellas.

En eso se me acerca un caballero,
su pelo ya pintaba algunas canas,
me dijo...le suplico compañero..
que no hable en mi presencia de las damas.

Le dije que nosotros simplemente
hablamos de lo mal que nos trataron...
que si alguien opinaba diferente
seria porque jamas lo tracionaron...

Me dijo yo soy uno de lo seres
que mas he soportado los fracasos
y siempre me han dejado las mujeres
llorando y con el alma hecha pedazos...

Mas nunca les reprocho mis heridas,
se tiene que sufrir cuando se ama,
las horas mas hermosas de mi vida
las he pasado al lado de una dama.

Pudieramos morir en las cantinas
y nunca lograriamos olvidarlas,
mujeres...oh, mujeres tan divinas
no queda otro camino que adorarlas

¿Qué dicen mujeres lectoras? ¿Le creemos?
Con este tipo de hombres, para que queremos enemigos ¿no?

sábado, noviembre 15, 2008

El baile


En un estudio realizado en 2004 por la compañía británica Phones 4U, el 80 por ciento de las mujeres opinó que un buen bailarín es un buen amante.
Incluso, el diario chileno Últimas Noticias entrevistó a Claudia Miranda, una bailarina profesional que señalaba que esta creencia tenía mucho de cierto, “"El hecho de ser bailarín te permite conocer mucho más tu cuerpo, dominas más tus movimientos... Si uno quiere moverse lo va a hacer con la gracia, suavidad y al ritmo que uno quiera".
Por supuesto, como ya se ha dicho por la red, esta teoría es un poco drástica y, de ser cierta, dejaría, sin duda, muy mal parados a millones de hombres y mujeres que bailan como si tuvieran dos pies izquierdos.
Lo cierto es que baile tiene mucho en común con el sexo. En ambos se requiere dejar a un lado las inhibiciones, pensar en el cuerpo como un vehículo para una experiencia placentera y dejar que fluya libremente el instinto.
Como en el caso del buen sexo, aprender a ser bailarín amateur requiere un proceso. No se puede iniciar intentando realizar bailes estructurados sin que el cuerpo haya aprendido a reconocer el ritmo y los movimientos de los cuales es capaz. Sería tanto como intentar realizar las posturas del famosísimo Kamasutra sin haber transitado antes por las básicas.
En otras palabras, se requiere una primera experiencia.
Por ello, y sin ser otra cosa que una apasionada del baile (que no es lo mismo que una bailarina), elaboré una breve lista de consejos para la primera vez con el ritmo.
Créame, querido lector, que si estos tips le resultan inútiles, por lo menos se divertirá mucho siguiéndolos. No se prive entonces de la experiencia.

1.- Para su primera vez con el baile, elija un lugar y un momento en los que pueda estar solo. Así evitará el miedo escénico o la sensación de que la torpeza que usted sienta en algunos movimientos pueda ser criticada ácidamente por un público poco comprensivo. (Digamos que este primer encuentro con el baile será como una primera masturbación, donde se requiere la tranquilidad de no sentirse observado para poder reconocer a plenitud las sensaciones corporales).

2.- Elija uno o varios temas de la música de su preferencia. Procure escoger aquellos ritmos que lo apasionan y lo hacen tamborilear con los dedos a los primeros acordes. (Es como cuando se elige a una pareja para un encuentro sexual. Debe haber una química previa). La variedad es amplia: puede optar por la sensualidad y elegancia de ritmos como el tango y el jazz, los sonidos candentes del merengue o la lambada, el espíritu lúdico del mambo o el cha cha chá y una larguísima lista de etcéteras, tan infinita como la música misma.

3.- Olvide toda idea preconcebida sobre el baile. Nadie lo ve, no necesita demostrar nada ni lanzarse a la pista con pasos a la John Travolta o Michael Jackson. Sucede algo muy parecido con el sexo: no puede realizarse a plenitud si uno quiere actuar como actor (actriz) de película porno.

4.- Al iniciar la música quédese quieto. No haga un solo movimiento, limítese a escucharla, a sentirla, a permitir que su cuerpo vibre con ella.

5.- Cuando sienta cumplido el paso 4, empiece a llevar el ritmo con los pies y con los dedos de las manos. Suave, sin prisas. Nadie lo observa, nadie lo critica. Tómese todo el tiempo que le requiera familiarizarse con la música.

6.- Deje que lentamente el ritmo le haga mover las pantorrillas, luego las piernas.
Tómese el tiempo de concentrarse especialmente en la cadera, y después ponga en movimiento la cintura, los brazos, las manos, la cabeza.

7.- Concéntrese en la manera en que corre la música por sus venas y le obliga a mover los músculos libremente, sin inhibiciones.

8.- Después, como en el buen sexo, todo es cosa de liberar el instinto, dejar que el cuerpo obedezca al llamado más primitivo del ser, que muchas veces queda opacado por las convenciones a que nos obliga la vida diaria.

9.- El tiempo que dure su primera experiencia con el baile lo determina usted, puede ser tan prolongado o breve como usted lo desee.

10.- Pasada esta primera experiencia, ya puede usted, libre de inhibiciones, intentar aprender a bailar vía videos o academias. Pero, por favor, evite presentarse en certámenes como Bailando por un Sueño.
¿O acaso, aunque fuera el mejor amante del mundo se presentaría a un concurso donde le dijeran qué postura debe hacer y de qué lado del colchón acomodarse? Le quitaría el ánimo a cualquiera ¿no?

sábado, noviembre 08, 2008

Y entonces, el placer...

La ciudad huele a humo, a miedo, a tristeza. La melancolía se apodera de los corazones. Y sin embargo, bendito cerebro que nos permite escapar cuando parece que ya no hay salida, hablar cuando parece que ya no hay interlocutores, cerrar los ojos y viajar a sensaciones felices. Bendito cuerpo, también, que nos permite llevar a cabo nuestros deseos. Y bendito aquel en quien hallamos respuesta. Desde esos terrenos surgió este texto.



El deseo femenino tiene un lenguaje propio, totalmente claro, que no admite censura.
Se expresa a través de la piel, la recorre, la eriza, la entibia, la erotiza.
Es combustible puro.
El más mínimo roce, el reflejo de uno mismo en los ojos del otro puede ser la llama que encienda la hoguera.
El cuerpo femenino responde de inmediato, se torna voluptuoso, y la sangre se agolpa en los labios, que casi sin quererlo se convierten en una clara invitación a iniciar el juego.
No es indispensable la urgencia. No está de más a veces, pero los anhelos siempre pueden verse satisfechos si se obedece al ritmo pausado y constante del deseo. Lo que es más, siempre resulta más erótico quitar poco a poco la ropa, oler y dejarse oler, tocar, besar y acariciar sin prisa.
Se requieren, en cambio, miradas en el otro que expresen que el deseo es correspondido, manos expertas que recorran y exploren. Manos sabias que sepan detenerse ahí, donde descubran un polo eléctrico que provocó un estremecimiento.
Y después, el cuerpo necesita el tránsito de labios y lengua tibios que lo hagan sentirse deseado, saboreado, anhelado.
Por supuesto, el deseo femenino no puede verse del todo satisfecho si no logra en el amante el mismo efecto, labor para la cual se puede echar mano de herramientas infinitas que salen a flote apenas la mente deshecha las inhibiciones y deja fluir el instinto.
Mojigaterías aparte, unas manos, una boca y una lengua femenina tienen exactamente la misma capacidad que las masculinas para explorar, reconocer y hacer que el cuerpo del amante se estremezca al contacto.
Y entonces el placer recorre caminos nuevos, casi indescriptibles, porque no se trata tan sólo de permanecer ahí, inerme, a la espera del placer que otro pueda provocar en uno, sino de participar en un juego en el que las sensaciones pueden llegar a grados altísimos de intensidad tanto al dar como al recibir.
En este momento pueden entrar en escena las fantasías ¿por qué no? La mente femenina es capaz de recrear las más variadas historias eróticas e intensificar con ello las sensaciones sexuales. Y entonces no importa que el amante sea el mismo con el que se ha conjugado un cuerpo por días, meses o años.
Aquel puede ser cada vez algo distinto: un patrón seduciendo a su sirvienta, el cliente de una prostituta ardiente, un violador sometiendo a su víctima, un príncipe con una de sus concubinas, un jefe con su secretaria, un amante de ocasión, un voyeur rompiendo las barreras de su propio juego, uno más de los participantes de una orgía que habrán de pasar por aquel cuerpo.
No hay, por tanto, aburrimiento posible, porque la mente no conoce límites y si se le deja actuar libremente es capaz de colaborar a que la mujer llegue al éxtasis.
El cuerpo femenino es sabio. Tiene su propio termómetro. Se colma de tibiezas y humedades conforme va subiendo el ritmo y el calor de las caricias y los besos hasta llegar al punto en que las palpitaciones anuncian la necesidad imperiosa de conjugarse con el otro, sentirse penetrado, colmado, en camino al clímax.
Y entonces los calores se transforman en suspiros, el cerebro se concentra en las sensaciones, las caricias cada vez más intensas, los besos lanzados hacia cualquier punto (porque entonces cualquier punto resulta erótico), los movimientos, la sangre a punto de ebullición. Se expresan palabras incomprensibles, lenguajes que sólo conocen los amantes y que casi nunca traspasan la barrera del momento.
Y de pronto, todo ocurre en un espacio de tiempo tan sublime que se siente eterno. Desde el pubis escapa, cual cascada, una serie de ondas eléctricas, la esencia misma del éxtasis, que corren por las venas, la piel y los sentidos.
No es posible ver más allá, pensar en nada, expresar una idea medianamente coherente cuando el cuerpo todo está concentrado en la sensación del placer más exquisito y la piel aún sufre los estragos de muchas ondas eléctricas que corren una tras otra por sus vasos sanguíneos sin descanso.
Y entonces, la placidez. Y el deseo original que se transforma en más deseo de besar, de morder, de dar voz al cuerpo agradecido por la experiencia.
Lo que sigue es variable. Que lo decida cada quien.
Pero eso sí, el deseo permanece latente, cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día, listo para empezar una vez más, las que sean necesarias, en el camino, el delicioso camino, hacia el placer.

miércoles, noviembre 05, 2008

Al día siguiente de la tragedia


Y entonces lo de siempre… la gente de a pie, la civil, la que no tiene el escaparate público y cuyo único mérito es trabajar todos los días y aportar su silencioso granito de arena al avance de este país, al morir en un accidente se vuelve para los medios una cifra, una persona sin nombre, pasado ni presente. Alguien por quien sólo habrán de preocuparse los que son de su círculo cercano y que, por lo tanto, no merece la atención de la gran audiencia.
En cambio aquel que murió ostentando un cargo público, sobre todo si es político de altos vuelos, se convierte al morir en un santo del que se habla una y otra vez para que el público entienda su estatura de héroe. No importa que en vida haya sido un villano; sus errores se borran de inmediato y se le maquilla para convertirlo en un hombre sin tacha, "un mexicano ejemplar", a quien le fue arrancada la vida cuando su futuro parecía más brillante.
Ayer cayó una avioneta de la Secretaría de Gobernación mexicana en pleno corazón del Distrito Federal.
Era las siete de la noche, la hora de salida para muchos trabajadores, y por lo tanto una de las de mayor tráfico de automóviles en la ciudad.
Pero además, la tragedia ocurrió en un punto neurálgico, en el que convergen distintas calles y avenidas importantes, como Paseo de la Reforma y Periférico.
En un primer momento, los noticieros dieron cuenta del accidente como lo que fue, la caída de un avión en circunstancias aún no determinadas, que había cobrado la vida de todos sus tripulantes y había matado y herido a mucha gente que transitaba en esos momentos por la calle.
Pero una hora después del accidente salió a la luz que no se trataba de una avioneta cualquiera de pasajeros, sino de una nave oficial del gobierno mexicano, en la que viajaba nada menos que Juan Camilo Mouriño, Secretario de Gobernación.
Los medios se enfocaron entonces en “lo importante“: la muerte del político, al que convirtieron de inmediato en un prohombre, un héroe intachable, cuya figura quedará grabada con letras de oro en la historia mexicana.
Qué importa que Mouriño fuera uno de los principales artífices del fraude en las elecciones de 2006, el cual llevó a Felipe Calderón a adueñarse de una presidencia que no ganó por el voto popular. Qué importa también que apenas hace unos días se estuvieran exigiendo explicaciones sobre el lavado de dinero perpetrado presuntamente por el padre de este político.
Nada importa cuando se trata de hacer un circo de una tragedia y de apoyar con ello al sistema actual de gobierno.
Por supuesto, ante semejante noticia, cómo podía ser digno de resaltar que aparte de Mouriño hubieran muerto al menos otras siete personas que también tenían nombre y apellido. Qué interés podía tener que hubiera una cifra preeliminar de 40 heridos que habían sido llevados a distintos hospitales de la ciudad, algunos en estado grave. Qué caso tenía investigar o no si muchos de los afectados tenían mejores méritos como personas que el político.
Se dieron datos de los muertos y heridos sin nombre, sí, pero sin detenerse demasiado o concederle mucha importancia. Al fin y al cabo, ¿quién podía ser más importante que un político de ese calibre?
El poder todo lo opaca y todo lo envilece.
Yo escuchaba con particular atención las noticias porque el escenario de la tragedia es un lugar por el que transita mi esposo todos los días. Para mi fortuna y la de mi familia, el accidente ocurrió unos minutos antes del horario en que él acostumbra pasar por ahí.
Pero, quizá por ello, no pude evitar sentirme conmovida al pensar en el padre de familia que hoy por la mañana salió de su casa y se despidió de su esposa, sin saber que nunca más iba a volver, o en la joven de belleza única que ahora está en el hospital con la cara desfigurada por las quemaduras y un futuro incierto, o en los padres que quizá aún esperan la llamada de su hijo, sin saber que quedó calcinado bajo los escombros de una avioneta.
No, no quiere decir que la muerte de Mouriño me parezca poco importante. Finalmente la muerte de un ser humano siempre merece respeto por más en contra que uno esté de sus ideas y sus actos.
Pero si hoy me cuelgo el listón negro de luto, no será por él, de quien tanto se encargan ya los medios, sino por todos aquellos que también sufrieron en carne propia esta tragedia y que sólo se convirtieron en una cifra más que se irá desdibujando con el tiempo.
Para ellos, y sólo para ellos, un minuto de silencio.