miércoles, septiembre 10, 2008

México en la voz de mi padre

Aprendí a amar la historia de México de la mano de mi padre.
Aun lo guardo en la memoria, vívidamente, como lo vi hace muchos años ya, cuando me sentó frente a él para contarme la historia de Xicoténcatl, con la intención de animarme a ayudarlo a escribir el guión que le habían solicitado para una revista de historietas para niños.
Recuerdo que me asombró mucho la historia misma de este príncipe indígena que decidió combatir fieramente a los españoles, tras la conquista; sin embargo, lo que más me emocionó fue el amor que noté en la voz de mi padre al hablar de México.
Porque mi padre amaba a México por sobre todas las cosas, conocía su historia palmo a palmo y le gustaba estudiarla. De hecho, su poesía tiene un claro espíritu nacionalista.
Sin embargo, nunca estuvo conforme con su país. El creía que México estaba destinado a la grandeza en todos los órdenes y se sentía decepcionado de que casi nunca la lograra.
Por ello, con la cercanía del 198 aniversario del Grito de Independencia mexicano (que se celebra el próximo 16 de septiembre), qué mejor manera de honrar a mi país y a mi padre (fallecido el pasado 1 de enero) que traer a mi espacio un poema bellísimo, salido de su pluma y que ha sido declamado y alabado en muchos escenarios.
Se trata de la versión extendida de México Niño, publicada en el libro Desde la Azul Entraña (Edamex, 1997). Los tramos que mi papá aumentó al poema original, que es el publicado en La Rebelión de las Flores, están resaltados con cursivas.
Un regalo especial para aquellos que han buscado este poema en la red.

MÉXICO NIÑO

Gabriel del Río

México Niño de leyenda oscura,
de la que emana luz, a borbotones,
luz de centauros, de palabra dura,
aire de trópico, plenitud de soles.
México de tragedia en las espuelas,
México del rebozo que protege,
en tu orfandad de siglos siempre llevas
el clavo ardiente de tu amarga suerte.
La cruz del español hirió tu entraña
y extrajo barras de oro amarillento
y para que al robarte no lloraras
un ayate pintado dio a Juan Diego.
Por el mismo camino en desventura
asomó Francia con audaz mirada
y al ver tu cara de azafrán y luna
hundió su garra y mancilló tu casa.
El yanqui, tan cobarde cómo siempre,
el insípido rubio equilibrista,
tan codicioso de lo que otros tienen,
creyendo que se compra hasta la vida,
llegó a tu puerto y al mirarte solo
creyó que tú tampoco tenías madre,
clavó en tu faz su enrojecido ojo
y regó sin piedad tu niña sangre.
El oro negro de tu azul entraña
Se convirtió en tu cruz y tu martirio
y atrajo la codicia y la acechanza
del diabólico yanqui, tu enemigo.

Aventureros de la peor ralea
hicieron de la sangre fraticida,
sin el menor rubor, botín de guerra,
y dejaron después mala semilla.
Semilla mala que volvió de Harvard
convertida en solemnes doctorados
y en filosos puñales que en la espalda,
México niño, te hundieron, desalmados.
Se rasgaron entonces las neblinas
con las voces de acero de los hombres
que ayer forjaron tu radiante risa
y en tu honor liberaron cien mil bronces.
Desde el fondo doliente de la tierra,
México niño se escuchó iracunda,
la inolvidable voz de Tata Lázaro,
hecha dolor sin fin bajo su tumba.
Se oyó también la voz triste, doliente,
tierna como la flauta de carrizo
del indio niño que cuidaba ovejas
en Guelatao, a la vera del camino.
Como un sol, por el sur, tras la montaña,
entre las nubes regresó Emiliano
con el mismo fulgor en la mirada
y la verde esperanza hecha de barro.
México niño, no te sientas solo,
tus muertos protectores te acompañan
y se vuelven un índice de fuego
que acusa justiciero, en lontananza.
Tendrán que regresar sobre sus pasos
los traidores llegados desde Harvard,
escaparán cobardes cuando escuchen
las voces de Cuauhtémoc y Cuitláhuac.
Tecnócratas sin patria, te atacaron
y te robaron tu jirón de luna
pero tus lágrimas se harán estrellas
y tú las contarás una por una.
Benito, Tata Lázaro, Emiliano,
Miguel Hidalgo y el humilde Siervo,
José María Morelos, el titánico,
te darán otra vez tu azul del cielo.
No temas nada y canta, que la noche
es el heraldo de una nueva aurora,
tu orfandad ha de ser como un suspiro,
leve como el volar de mariposa.
Caerán vencidos por tus héroes muertos
los que te apuñalaron por la espalda,
volverán, humillados, a su averno
y tú retornarás a tu alborada.
México niño de pólvora y lamento,
con ojos de arrayán y de azabache,
México de cañones en los cerros,
México niño, voz de teponaztli.
Estás dormido porque aguantas clavos
y espinas y calvarios y vinagre
y hiel y humillación, saliva y palos,
hasta que enciendes albas con tu sangre.
Que tu hermana, la isla del azúcar,
se le volvió en la boca amarga al yanqui,
que de rodillas viven en la bruma
los pueblos de esta América con hambre.
Que ya la redención llama a la puerta,
que en Panamá el canal lleva mil lágrimas,
que va subiendo el odio en su marea
y viene por el sur la muerte escuálida.
México niño, duermes, duermes, duermes
en un sopor primaveral de mayo
¡Ay del tirano, cuando tú despiertes!
¡Fulminado caerá, bajo tu rayo!
Se oye en la pauta de la tierra madre
la voz sonora de tu raza mártir,
la magia de tu nombre ha de llevarte
al sendero con luz de los trigales.

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