viernes, febrero 29, 2008

Su cielo particular



El no creía en la existencia de la vida después de la muerte. Alguna vez intentó creer, cerca del final de sus días, con la esperanza de no sentir ese enojo que le producía la idea de tener que morirse. Pero sus intentos fueron vanos. Su modo práctico de ver la existencia le impedía tener fe en que hubiera algo más allá de este mundo.
Sin embargo, con ese humor ácido del que siempre hizo gala, mi papá decía que para él, el infierno sería que lo sentaran en la banca de un parque a platicar, por toda la eternidad, con un pendejo.
Yo, que sí creo en que existe una vida después de ésta, estoy segura que el autor de mis días no está sentado en la banca aquella que me contaba y con la que tantas veces me arrancó carcajadas durante nuestras largas conversaciones.
No fue un hombre perfecto, es cierto, y como él mismo lo reconoció muchas veces, cometió grandes errores. Sin embargo, como lo dijo hace poco mi tío Salvador (su hermano), mi papá nunca actuó de mala fe ni con el deseo de lastimar a nadie. Estoy segura de que antes de morir ya le había sido reservado su paraíso particular.
Mañana se cumplen dos meses de su partida, así que en medio de mi duelo, decidí tratar de imaginarlo, no en su infierno, sino en ese cielo único y especial que fue preparado para él.
Lo veo joven y fuerte. Sus ojos brillantes, sin asomo de sombras. Ve todo y a todos. Está en un café con un aire viejo, de aquellos que él disfruta tanto; habla sin pausa de historia, de política, de su admirado Fidel Castro, de la situación tan difícil de México.
También platica con apasionamiento de su trabajo como periodista, de sus libros, de los fantasmas que lo persiguieron toda la vida, de sus amores y sus viajes, de esas historias casi fantásticas que sabe contar con un estilo narrativo que atrapa al que lo escucha.
A su alrededor, mucha gente que lo observa atenta lo sigue, le responde, discute con él, le da réplica. Él está feliz porque hasta ahora no percibe a ningún pendejo en la sala.
Decide narrar la historia de aquella vez, cuando tenía ocho años, que abrió una escuela primaria en su casa, con campana en la puerta y todo, y en vista de la situación que por aquel entonces tenía la educación en México, logró dar un curso completo a un grupo de alumnos tan sólo un par de años menores que él, los cuales aprendieron a leer gracias a sus clases.
“...Y después de que había acabado el curso, las mamás de esos niños fueron a ver a mi mamá porque tenían la intención de inscribir a sus hijos en otro año escolar; pero mi mamá les dijo, ‘oiga, no, pero si esto era algo así como un juego, ¿que no se da cuenta que el que le dio clases a su hijo es un niño?’”, dice con una mirada llena de picardía.
La gente ríe, especialmente la abuela Cecilia, su madre, que lo escucha atenta y con un aire de orgullo.
Esta historia inaugura las narraciones de anécdotas cómicas de mi papá, de las cuales tiene varias. Él relata ahora el día en que detuvo a una patrulla de policía para reprender a sus ocupantes por no llevar puesto el cinturón de seguridad. También comenta sobre el día en que fue detenido por haberse pasado un alto y les respondió a los oficiales que iba muy rápido porque su madre había muerto. Los oficiales lo dejaron ir. “Y yo no mentí”, dice sonriente, “mi madre había muerto, lo que no les dije es que eso había sucedido muchos años atrás”
Entre los oyentes está su hermano Eduardo, que lo mira sonriente, y a quien él se dirige una buena parte del tiempo. No puede creer que lo está viendo otra vez, después de tantos años de extrañarlo. También está su padre, el abuelo Eduardo, a quien mi papá se acerca de vez en vez para susurrarle en el oído que lo quiere mucho, una deuda que para él había quedado pendiente. Por si fuera poco está la tía María, su prima, con quien siempre se divierte tanto.
No hay tristeza en ninguno de los rincones de aquel café. El único toque nostálgico lo da un tango que inunda suavemente la atmósfera.
Mi papá, café expreso sobre la mesa y cigarrito en la mano, recibe de pronto la invitación de uno de sus escuchas de subir a cantar en un pequeño escenario ubicado al fondo del lugar. No espera a que le rueguen. Casi de inmediato toma el micrófono y se lanza con algunos temas de su repertorio bohemio: Cuesta abajo, Garufa, Beso asesino, Hipócrita.
Para animar a la audiencia echa mano de todo, baila, sonríe, incluso coquetea descaradamente con algunas damas del salón. La gente lo acompaña con entusiasmo y él se siente querido, respetado, admirado.
Después decide declamar. Empieza con algunas piezas suaves, “En paz”, de Amado Nervo; “Romance de las estrellas”, de Rubén C. Navarro, y “Poema 20”, de Pablo Neruda.
Se sigue con piezas que requieren cada vez más de sus instrumentos de actor: “Canción de cuna para dormir un negrito”, de Emilio Ballagas; “La Chacha Micaila”, de Antonio Guzmán Aguilera, y “Los Motivos del Lobo”, de Rubén Darío.
Sin embargo, la apoteosis llega cuando decide echar mano de su propia poesía: “Mexico Niño”, “El Socio” y “El Rebozo” son el regalo que le hace al público.
Sus oyentes se ponen de pie y aplauden sin pausa por largos minutos, mientras derraman lágrimas de emoción. El agradece el cariño. Se siente satisfecho. Es un placer indescriptible sentirse aclamado.
Cae en cuenta que no es ésta la vida que él conocía, ¡pero es tan bella, tan llena de las cosas que a él lo hacían feliz!
Ya no siente coraje contra la muerte, ya no hay tristeza, ya sólo está ese paraíso construido especialmente para él. Sonríe y le da un sorbo más a su café, que le dura para toda la eternidad, y una sabrosa fumada a su cigarro. Es éste el paraíso que el mismo construyó en vida.
En tanto, desde la tierra, su hija Negrita desea con todo el corazón que cada una de sus lágrimas se convierta en una plegaria para que sea así y sólo así como su padre esté en el otro mundo.

6 comentarios:

isaurapdeve dijo...

Debe estar ya muy cómodo en su cielo particular, tranquilo, sin preocupaciones y disfrutando..
Cuando llego al momento de pensar en ese estado particular del alma, hasta envidia me da!
Si se encuentra a mi abue por allá, dile que no le haga mucha plática eh? que no lo va a soltar..jaja
Un abrazo enorme Tay, me da gusto ver que ya superaste el duelo.

Recursos para tu blog - Ferip - dijo...

Ah, Taito....mientras escucho "Adiós Muchachos" leo tus múltiples palabras hablando de tu papá, del abuelo...de ustedes, del amor a la música que heredaron, de las ganas de disfrutar....Qué hermosa familia! Cuánto talento!

Cuánto amor a la vida,
instinto, magia,
inteligencia.
A dos meses, mi cariño y un abrazo no virtual, para estar cerquita.

Hermoso relato.

...flor deshilvanada dijo...

Él debe estar en su cielo particular, porque lo construyó para sí mismo... una vez escuché que el paraíso comienza a vivirse en vida, y creo que es así...

Muy emotivo tu post!

Besito!

NORKA dijo...

Sabes què, yo le tengo pànico a la muerte. Sin embargo siempre recuerdo a un amigo que dice "morir debe ser algo tan magico, tan barbaro, tan bacano,tan guay, tan arrecho, tan chido ... que la gente no vuelve màs " y sabes yo comienzo a creer que esto tiene sentido, no sè que hay màs allà pero no creo y espero no sea malo...

Estoy feliz pùes mientras recuerdes al Licenciado de esta forma yo creo que siempre estara contigo a parte de que siempre que haya brisa ahì estan, siempre como rozandolo a uno...

UN BESO DE CHOCOLATE VENEZOLANO AMIGA y arriba.

Angie Sandino dijo...

Que manera tan bonita de seguir recordando a tu Papá... esa su frase de pensarse en un infierno cuyo fin sería el estar sentado junto a un pendejo en la barca de un parque, habla de un sentido del humor inigualable... ya van varios post que leo sobre el y la forma en que influenció tu vida, es muy hermoso todo esto que nos has compartido.
Todo mi cariño para ti Tay!
Un abrazo y muy feliz marzo!

Anónimo dijo...

Taito: qué bello post hiciste.
Qué hermosa familia tienes!!!!

Te mando un super abrazo enorme.
Palita