jueves, noviembre 02, 2006

Por sólo 30 pesos

Se levantó de su banca en la Alameda y colocó bajo el brazo la página de periódico que había revisado una y otra vez tan sólo para comprobar que tampoco ese día conseguiría empleo. Sus 45 años, su piel morena y su falta de dominio del inglés eran factores que jugaban en su contra.
-Es curioso- pensó -tomando en cuenta que vivo en México.
Arrancó a caminar. La tarde declinaba y el manto de la noche caía suavemente sobre la ciudad en eterno movimiento.
Caminó una cuadra y otra y otra más. Los pies se negaban a dar una buena respuesta después de un largo día tocando puertas, y el corazón dolía ante la certeza de estar en un túnel sin final.
¿Qué le diría a la esposa que desde hacía dos meses esperaba una buena noticia? ¿Cómo podría atreverse a besar a sus tres hijos si era incapaz de prometerles una vida mejor?
Mientras caminaba, mirando al suelo porque no tenía valor para mirar hacia otro lado, lo sorprendió la brillantez de una luz que destacaba en medio del ocaso. Era un destello molesto que exigía a toda costa un momento de atención, así que levantó la mirada: Se trataba de un módulo de la Lotería Nacional.
No era un hombre que creyera en señales, hacía tiempo que había perdido la fe en todo aquello que algún día tuvo un significado espiritual para él, y es por eso que le sorprendió tanto la extraña atracción que aquel kiosko le produjo.
Casi instintivamente, extrajo de su bolsa los 100 pesos con que contaba y calculó.
-Si el billete de Lotería cuesta 30, todavía me sobran 70, los cuales puedo hacer durar para el regreso de hoy la casa y los viajes de mañana- se dijo.
Pidió al tendero que le diera un número, el que fuera, y una vez que el billete estuvo en su mano lo observó detenidamente, tratando de recuperar un poco de la esperanza perdida.
De pronto, como en el cuento La Pequeña Fosforera, de Hans Christian Andersen, que leyera en la infancia, el billete comenzó a brillar con una luz intensa de la que no podía apartar la vista. En medio del resplandor, poco a poco pudo ver un escenario que le parecía impensable: Se veía a sí mismo, al lado de su esposa, con un semblante feliz, primero en un banco pagando deudas, después en otro y finalmente en dos o tres tiendas donde compraban ropa, mucha despensa y juguetes para los niños.
Apenas comenzaba a sentir que el corazón se le llenaba con una cálida alegría, cuando la luz se extinguió. Durante varios minutos se quedó con la vista fija en el papel, pero como el hechizo no se repetía, decidió comprar un nuevo billete, de la misma serie, seguro de que lograría provocarle la misma ilusión. Ya lo había escrito el célebre Andersen.
Efectivamente, con los dos billetes en la mano, llegó la luz, y esta vez el escenario era aún más hermoso. Se vio nuevamente a sí mismo, acompañado de su esposa y sus tres hijos, recibiendo las llaves de su casa, lo que lo liberaba de pagar renta, y con un flamante coche a la puerta; sin embargo, esta vez la luz se extinguió con rapidez, así que casi de inmediato decidió comprar un cachito más, otra vez con el mismo número, que por lo que se veía era el de la suerte.
-Total, me quedan los 10 pesos para el metro y el camión. Al fin que mañana seré rico.
Con los tres pedacitos, la luz brilló con gran intensidad en su mano y esta vez le reveló un escenario casi perfecto, donde nuevamente se veía a sí mismo, feliz y orgulloso, dándole dinero a su madre para que no le faltara nada y pudiera vivir la vejez tranquila que merecía.
La tercera es la vencida, dice el dicho, así que cuando la luz se fue apagando, la dejó ir, seguro de que la fortuna le sonreiría por fin.
El camino de regreso a casa lo hizo casi entre nubes. No le importó soportar la aglomeración, el hedor y la estridencia del transporte público, y al cruzar la puerta de su hogar, apenas tuvo tiempo de saludar y darle las buenas noches a su esposa, pues quería dormir de inmediato, un poco por cansancio y otro poco porque pensaba que quizá el sueño le reviviría el hechizo de los billetes de Lotería.
Al día siguiente, se levantó y siguió la rutina de siempre, pero al salir, no corrió al puesto de periódico como solía hacer cada mañana desde hacía dos meses, sino que se dirigió al módulo de la Lotería más cercano para verificar que la ilusión de los cachitos se había convertido en una realidad.
Por supuesto, no calculó que el hechizo de un billete de la Lotería en la mano no sólo lo había vivido él la tarde anterior, sino que lo experimentaban cientos de miles de personas, que invertían 30 pesos dos veces por semana con la esperanza de que la suerte les cambiara para siempre.
Revisó una y otra vez el número, y cuando la razón lo convenció, se dirigió, como todos los días al puesto de periódicos.

2 comentarios:

Gaby del Río dijo...

Qué fuerte!! Como nos ha sucedido, es cierto!!!!!!
Un beso
Saludos!
:)

Anónimo dijo...

Es duro, pero muy bueno. Trajo lágrimas a mis oclayos. Felicidades a Teteta Bond.

Oli